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miércoles, 29 de junio de 2016

ALICIA AMO Y EL TEST DE FIESTAS



Todavía no he conseguido aparcar mis rubores después de leer las entrañables respuestas de mi querida Alicia. Mi nieta adoptiva, parentesco que me honro en publicar porque forma parte de mis más valiosas estimas, me distingue con el privilegio de elegir las "humildes habilidades retóricas" que me acredita -y a las que dedico gran parte de mi ocio de jubilado- para disfrutar del placer de escucharme como candidato pregonero en las fiestas burgalesas.

Sin duda conoce el inmenso cariño que me une a la tierra donde he nacido y de la que he recibido los mejores valores de mi condición de castellano, burgalés y villadieguense. Gracias mi querida Alicia; aunque es obvio que tu grande estima supera con mucho a mis discretos méritos personales, es una impagable muestra de cariño que me ha emocionado y que no olvidaré jamás.


viernes, 20 de noviembre de 2015

EMPRENDEDORES

DIEGO CUASANTE, ORGULLO DE LA FAMILIA
LOS MEJORES DE LA PROMOCIÓN. Los proyectos Atlas Innovative
Engineering y Smart Rural SLL, de Diego Causante y Sergio Rodríguez,
respectivamente, fueron elegidos como los mejores de la VII edición de la
Aceleradora ADE 2020. El presidente de CLH explicó que un grupo de
expertos elige las ideas más originales y que más éxito pueden tener en el
mercado para otorgarles este premio.

domingo, 12 de julio de 2015

¿ES USTED FELIZ?


Hoy tocaba hablar de la felicidad en la sección dedicada a los escuchantes del programa «Más de Uno» de Onda Cero y, como suele ser lo habitual, se ha desarrollado con una variada y muy personal interpretación de las respuestas. Desde quien se consideraba muy feliz de poder contar cada día sin ningún rasguño patológico, hasta quien lo era por disfrutar de su libertad sin trabas autoritarias de ningún tipo. Había quién ante una encuesta catastrófica no encontraba nada digno para sonreír a la vida ―desempleo, terrorismo, vandalismo, maltrato, corrupción y hasta algún vecino quisquilloso…― y, sin embargo, contestaba a la pregunta clave sobre su felicidad personal confirmando que era completamente feliz; masoquista puro, vaya.

En cuanto a mi humilde condición de celtíbero convicto, hecho de experiencias y tradiciones coloquiales acerca del tema, recordé algunos dichos que pueden contribuir a clarificar semejante estado emocional.

El primero, tiene que ver con la época ―años cincuenta preferentemente― en que las botas de piel de novillo en invierno y las alpargatas de cáñamo en verano eran el calzado invariable en las estaciones del frío y el calor. Sin embargo, muy de tarde en tarde, ambas prendas sufrían la competencia desleal de unos zapatos nuevos y con lo que se experimentaba el disfrute felicísimo de tan insólita novedad. Generalmente tenía que ver con alguna buena razón, como podía serlo el celebrar la primera comunión o acudir a la boda de algún pariente, así que con tal motivo se confirmaba el dicho de «está más feliz que un chico con zapatos nuevos», que convertía al protagonista en el más encantado de los mortales aunque sólo fuera temporalmente.

Chico austriaco recibe unos zapatos nuevos 
durante la II guerra mundial (la expresión de felicidad) (Imagen de Google)

Hay otra referencia al caso, aunque nadie la haya recordado porque se trataba de un anuncio en la radio local y que sirvió de reclamo radiofónico en el Burgos de los años cincuenta. El locutor, supongo que con amplia sonrisa de hombre encantado de la vida, repetía tozudo a diario lo de «soy feliz porque me viste Ortiz» refiriéndose al habilidoso sastre en corte y confección que por aquellos años cincuenta disfrutaba de reconocida fama en la ciudad.

Dos muestras concluyentes que confirman el valor de la apariencia en el vestir y calzar, que etiquetaban a quien iba vestido con tan afortunados atuendos como el satisfecho mortal "mudado de tiros largos» que disfrutaba así de la felicidad más absoluta.  

martes, 25 de noviembre de 2014

¿VIAJAR POR LOS ESPACIOS SIDERALES?

¿Viajar a los espacios siderales? 

Según parece, la posibilidad de hacer un "viajecito" por el espacio en un último modelo de cohete espacial, ya no es una quimera salvo por los problemas de insuficiente liquidez que la mayoría de los mortales -exclusión hecha de las grandes fortunas- disponemos para sufragar semejante excursión. De cualquier manera, siempre hay alguna alternativa más barata como la que propongo con este vídeo magnífico que pongo a vuestra disposición. Espero que lo disfrutéis de manera que las posibles ansias reales de participar en semejante evento, queden, si no colmadas, sí calmadas de momento. Porque el futuro está por definir.

domingo, 3 de agosto de 2014

EL CHUPA CHUPS

EL CHUPA CHUPS

Con la llegada de las vacaciones, especialmente las del verano, la presencia de los nietos en casa de los abuelos es como una luz que ilumina los rostros y proporciona alegría. Donde todo era quietud y serenidad, ellos lo convierten en bullicio, risas y, por qué no decirlo, algún que otro alboroto.

Siendo todo esto un auténtico regalo para despertar del letargo el mano a mano de los abuelos, también tiene algunas servidumbres que, de puro simples y elementales, sirven para descubrirnos la merma en la agilidad y reflejos que los años nos han ido robando. Y para muestra un botón.

Cada vez que una piruleta, un chupa-chups, una bolsa de patatas fritas, cheetos, sobrecitos de cromos, muñequitos embutidos en plástico o cosa semejante ―con la advertencia de «abre fácil»― que cae en sus manos, un servidor se echa a temblar. Estoy dispuesto a admitir mi torpeza y hasta a recibir vituperios, pero reto a los que me lean esto, a que hagan la prueba con un chupa-chups como con el que mis dos nietos y yo nos hemos peleado. Sin duda hay un truco, una muesca, un comienzo que facilite el desenvolverlo, pero conste que, en esta ocasión, se puso tan terco que ni ellos ni yo conseguimos doblegar su testarudez. Incluso nos sentamos al amparo de la sombra de una generosa acacia que nos miraba con evidente conmiseración y en algún momento hasta con socarronería.

Al final, y después de marear la bola, fue la más pequeña la que dio con el secreto y con un leve gesto, «déjame a mí, abuelo» y una uña precisa dio con el final del envoltorio y la testaruda bolita  desveló su contenido.

sábado, 13 de julio de 2013

EL "LOCTITE"

El ingenio humano para rebautizar a cada quisque no tiene límites, especialmente si el sujeto ofrece alguna pista segura para ser, además de originales con el apodo, certeros.

Hay un personaje adicto a la barra y no me refiero a la del lanzamiento en el tradicional deporte rural de Castilla, sino a la del bar con la que parece haber establecido un convenio de mutua asociación. El hombre llega al establecimiento y, dispuesto incluso a esperar que se libere el lugar que ocupa habitualmente, se acoda en el mismo rincón, y consume a breves sorbos la caña de cerveza que le acaban de servir. No es lo que se dice un hombre locuaz, lo que le convierte en indiferente y por tanto ajeno a las tertulias que se desgranan entre las cuadrillas que acuden diariamente al reclamo de la sed y la charla. Cualquiera que desconozca su hábito estático puede pensar que es una de esas estatuas que ahora colocan en los lugares más estratégicos de las ciudades como atractivo cultural y turístico. Pero no; porque si bien es evidente que se mueve poco o nada y que raramente se desplaza lejos de su área de asentamiento a lo largo del mostrador, lo cierto es que su quietud es tan absoluta y su presencia tan discreta que parece pegado firmemente a la barra que le sustenta.




Y aquí viene el ingenio a que me refiero. Como su hábito es diario y la quietud absoluta, los incondicionales del establecimiento que le conocen y le contemplan de ese modo cada día y a la misma hora, han dado en apodarle “LOCTITE”. Eso, como el poderoso pegamento que parece mantenerlo adherido.     

viernes, 12 de julio de 2013

EL CAJERO

No me refiero al oficinista tradicional del que uno esperaba impaciente el reintegro liberador de insolvencias cuando los finales de mes se extendían de forma más que alarmante. Incluso en ocasiones –las menos– uno acudía a él, con más soltura en este caso, cuando depositaba en sus manos los humildes ahorros de la alcancía recién esquilmada. Siempre persona discreta, tomaba nota de tus decisiones, entre parsimonias o prestezas, según el caso, y apuntaba en la libreta cada movimiento con la seriedad que corresponde a tan respetable norma del toma y daca.


Imagen de Google

Desde esta entrañable y arcaica relación hasta el robot de hoy, aparentemente insensible con nuestros manejos, hay un paso de gigante que provoca desde recelos hasta delirios según la situación contable de nuestras liquideces. Incluso en ocasiones decide por su cuenta si procede o no aceptar alguna de nuestras decisiones económicas como es el caso del que ahora me ocupo.

Era hora temprana de un fin de semana cuando nuestro hombre acude con su tarjeta al cajero para reclamarte una respetable cantidad de euros. Como es lo habitual, introduce la tarjeta en la ranura, siempre insondable, y espera la bienvenida. Pasa el tiempo prudencial y la máquina añade un extra imprevisto para, inesperadamente, decidir algo en sus tripas mecánicas que la impulsa a no colaborar. Nuestro hombre no es nada violento pero su irritación íntima le provoca un cierto desasosiego y una razonables dosis de cabreo. Con esta alarma en el ánimo y la tarjeta en las fauces del artilugio traidor, aplaza el deseo que le obliga a esperar su reclamación hasta el comienzo de la semana inmediata. 

Imagen de Google

Una dama, a todas luces anglosajona, ajena sin duda a la peripecia de nuestro protagonista, penetra tras él en el cubículo para llevar a cabo su propia gestión mientras nuestro hombre abandona el espacio con irritación y desconsuelo. 

Con la contrariedad a cuestas, discurren sábado y domingo y el desairado cliente acude el lunes a la oficina principal del banco para recabar información sobre su peripecia. Y la alarma se instala en él al descubrir que el cajero insolente cargó en su cuenta el reintegro denegado. Sin embargo, hay una dama cuya presencia va a convertir en albricias su desconsuelo. Es ella, la mujer rubia que le siguió, la que había recibido sin pedirlo el dinero que se le había negado. Y está en la oficina para devolver los billetes de la frustración. La mujer se incorpora al mostrador y deposita en él un sobre cuyo contenido dice haber recogido del cajero que el pasado sábado se extralimitó en sus funciones. Lo lleva con el propósito de que la institución se lo devuelva a su legítimo propietario que la está escuchando atónito.

No tanto por la recuperación económica, que también, como por el sorprendente gesto que convierte la mañana del lunes en un recuerdo imborrable, impulsa al hombre a mostrarla la más efusiva y sincera de las reacciones con un abrazo que ella, sorprendida, apenas entiende. Tal es el sentido de la honradez que la domina. Decididamente, casi todo el mundo es bueno y él así lo pregona para mostrar a quien quiera escucharle que, afortunadamente casi todo el monte es orégano. Y el que acaba de conocer, de la mejor de excepcional calidad.


miércoles, 10 de abril de 2013

PERDIDOS EN LA NIEVE

Mi amigo Chema tiene un especial carisma para contar aventuras del vivir, con el encanto y la medida de darlas la importancia de anécdotas jocosas, sin otra dimensión que la de aceptar serenamente los avatares que le depara cada día. Hubo una época en su vida laboral en que el viajar a su destino de trabajo era prácticamente una rutina permanente, cualquiera que fueran las circunstancias climatológicas que le condicionaran. Así que el invierno burgalés, crudo por naturaleza como suele ser tradicional, sirvió en una ocasión para acreditarle como esforzado "currante" contra viento y marea.


Es un relato apasionante que refleja el valor de ser joven, animoso y consecuente por encima de todo. Era jueves, ecuador de la semana, en un mes con especial empeño por convertir el tópico en realidad. Era el invierno de enero en una de las dos estaciones que el burgalés castizo acredita a la climatología burgalesa; la otra es la del ferrocarril. Aunque hacía un frío congelador de cuatro estrellas, la ciudad llamaba y mi amigo regresó a Burgos para pasar la tarde y acudir al ensayo en la Coral de Cámara “San Esteban” a la que, como es sabido, ambos pertenecemos y que, si está especialmente prestigiada es gracias a entregas incondicionales como la suya. Después del ensayo, es hora del solaz en cuadrilla y acude con amigos a disfrutar de la tertulia, la placidez de un lugar caliente y, todo hay que decirlo, de algún brebaje que estimule la temperatura y el caletre.


La noche avanza, el termómetro está por debajo de los sótanos ciudadanos y sus dos colegas y compañeros se plantean el momento de regresar al tajo del que han venido. “O ahora, o mañana”. Y la juventud del trío, estimulados con el calor del pub y algunos vapores añadidos, mezclado todo con generosas gotas de sentido del deber, decide montar en el R5 plateado y regresar ¡ya!, de inmediato, por si la nieve, que está amenazando inmisericorde, se les pone gris y les impide llegar a su destino. Total son cien kilómetros escasos…


Ancha es Castilla, el color plateado del vehículo rezuma bravura e inician la escapada al tajo. No sé a que viene, ―pobres canes―, pero todo el mundo en castellano suele llamar a las noches como esta, “de perros”.


Castilla sigue siendo ancha pero esta vez, además, blanca como la nieve, nunca mejor dicho. Al comienzo del viaje, parece que no será difícil la larga carrera hacia el destino aunque cubren los primeros cuarenta kilómetros entre incertidumbre y zozobra mal reprimidas. Ahora la nieve no se conforma con depositar sus cristales de hielo quietamente y mostrar su lado benéfico prometiendo bienes y cosechas. En realidad está airada y con ansias de castigar a los intrépidos por su imprudencia. Es ella, la cellisca, cruel y desconsiderada que les impide ver, discernir y continuar. Con semejante perspectiva, el valeroso Renault, con los últimos ¡chop! ¡chop! de impotencia, se niega al suicidio mecánico y se detiene superado ya el límite de Quintanilla de la Mata.



Se ha impuesto la cordura y es necesario encontrar una alternativa que les permita continuar viaje. Lo cosa no resulta sencilla dado el volumen de nieve que sigue acumulándose  y que los separa del destino. Pero la lámpara que ilumina a las mentes lúcidas en situaciones límite sigue encendida y se ponen en marcha para llegar a la estación del tren más próxima. Son las dos y media de una noche gris y siniestra y después de llegar al lugar les quedan cuatro horas hasta que acceden al vagón liberador que les llevará hasta Aranda de Duero.  


A las ocho de la mañana están frente el teclado de su ordenador, atendiendo a los clientes que acuden a la oficina para controlar “jayeres”, movimientos económicos y algún que otro reintegro para que la parienta vaya al mercado. A nadie le consta el abandono de la máquina que se negó a concluir el desatino, tampoco su aventura nocturna, ni sus cuitas en la nieve, ni su galopada camino del tren salvador… Están cumpliendo con su deber contra viento y marea y basta.


Termina la jornada y hay que regresar porque es viernes y la ciudad les espera con los brazos abiertos. Hay un voluntarioso que les regresa al punto y final de la galopada del R5 y llegan casi palpando la nieve que lo cubre todo. El área en la que buscan muestra una imagen desoladora de vehículos derrotados; camiones atravesados, utilitarios por las cunetas, lamentos compungidos con algún que otro exabrupto entrecortado y, entre todos ellos, la sufrida guardia civil tratando de poner un poco de orden en todo aquel maremagno. Nuestros amigos siguen buscando entre aquella amalgama sin hallar el vehículo que les traicionó y, finalmente, acuden a uno de los guardias con la inquietante pregunta. El hombre contesta con el índice mientras señala en la distancia un bulto apenas perceptible y que, corazón por corazón, parece reclamarlos su presencia.  



Doscientos metros largos les separan del R5 y curiosamente no parece hallarse en donde supuestamente lo dejaron en la humillante separación. Es un recorrido perpendicular a la autovía de la que se salieron, afortunadamente indemnes, por culpa de la cellisca que les empujó al desatino. El guardia mira al trío con aire socarrón y sonrisa de oreja a oreja, tratando de averiguar el por qué de semejante huida lejos del carril protector. Quizá intuye la pasada noche cargada de euforia y algún cafelito "acompañado" como causantes del extravío. De ahí la razón para su ironía.

 

Cuando llegan junto al vehículo, descubren que su tozudez para regresar a la carretera sin ayuda está más que justificada. No sólo hay nieve bajo sus pies. También barro y algún que otro pedrusco que se confabulan para impedir cualquier avance. Al final aparece providencialmente el abuelo tractor y les saca del apuro. En un par de horas consiguen respirar aliviados y relatan la anécdota como elemento a incluir en su peculiar currículo laboral.


   

miércoles, 13 de marzo de 2013

LO QUE VA DE AYER A HOY


Hoy he recibido uno de esos enlaces que, entre la curiosidad y la nostalgia, le dejan a uno con el ánimo lleno de emociones y gratos recuerdos. Ha sido como en una de esas proyecciones por la que desfilan, en secuencias llenas de ternura, momentos del ayer repletos de recuerdos que son retazos de una vida entre gris y dorada compartida en familia. Nunca han sido del todo olvidados porque para eso está la memoria remota. Son eslabones de una cadena de costumbres en tiempos en los que la sociedad del bienestar no era ni siquiera una utopía. Era un vivir con el coraje de avanzar a toda costa y, aunque sometidos a toda clase de privaciones, el ingenio y la voluntad férrea de sobrevivir convertía en habitual y sencillo lo que ahora parece un submundo de privaciones insuperables.

                                    



Cortometraje realizado para el II Festival Ecológico "La Luciérnaga Fundida". Nos muestra la diferencia de huella ecológica entre generaciones, buscando que nos cuestionemos cómo será nuestra huella.Avancemos hacia el futuro, pero aprendiendo del pasado.








UN ACOSO LADINO

Probablemente suene a exagerado lo de ladino pero es una interpretación tan personal como el rechazo que me produce semejante persecución. Desde luego no voy a revelar nada que mis amigos del blog no hayan soportado o estén sufriendo como yo, de manera que lo mío no es nada original.

Conocidos son todos los operadores telefónicos que se disputan permanentemente el botín de nuestros humildes contratos para engordar sus cuentas de resultados. Y conocido es también el acoso a que estamos sometidos todos los mortales, al menos los celtíberos, para conseguir el arrimo de nuestra ascua a la sardina de los suministros de la luz y el gas. 

Pues bien, y conste que algunas llamadas las llevo contadas, -ya conocen los amigos mi pasión por el coleccionismo-, voy por la número 25 en el teléfono y más o menos otras tantas llamadas a la puerta de casa en lo que va de año para la luz y el gas. Sin embargo, he conseguido resolver la retahíla de la locutora del teléfono con un ardid que, de momento, ha funcionado cabalmente. De modo que -en la voz más queda que he podido- transmito que no es un buen momento para escuchar con la deferencia que su interés merece porque me hallo en la consulta médica. Inmediatamente, insisto en que me acaba de llamar la enfermera y con la promesa de atender su oferta en otro momento más propicio me voy a la ducha, que es lo mío a estas horas tempraneras de la mañana. 


Probablemente surgirá la llamada número 26 en un par de horas y tendré que renovar mi respuesta con una nueva argucia o quizá, la escuche atentamente para decirle que agradezco su oferta pero que ya estoy servido como en realidad sucede. Erre que erre, sin embargo, me preguntará por mi servidor de internet, ADSL y los megas esos, por la cuota que pago, por la calidad del servicio que recibo, por la atención al cliente, por si tengo antivirus incluido en mi contrato… y terminará por decirme que, todo eso y más, me lo ofrecen en inigualables condiciones. Todo ello dicho a una velocidad arrolladora y con un delicioso acento de ¿Nicaragua?, o, al menos, de la querida Hispanoamérica.

Entiendo que alguien piense en mi falta de cordialidad para quien se gana los garbanzos a fuerza de facundia y no le quito la razón. Sin embargo, y en mi descargo, tengo que añadir que he establecido un límite para mis atenciones de cortesía y que ha sido ya superado notablemente. La llamada número 25 me ha dejado al borde de un ataque de nervios, como a las chicas Almodóvar, y hoy me he armado de valor para que, sin hacer uso de mi habitual cortesía, termináramos de buenas maneras, y sin exabruptos –que es algo que alguien me ha aconsejado y que no cuadra con mi estilo-. 

De la luz y el gas he recibido tantas visitas diarias y llamadas que he perdido la cuenta. Todo con el generoso propósito de mermar mi cuota de abonado.

martes, 12 de marzo de 2013

POWER POINT


Generalmente disfruto con los archivos que mis contactos me envían mediante los que descubro las maravillas, a través de la fotografía, de lugares espectaculares y exóticos; ciudades, espacios naturales, fauna y flora exuberante, arqueología, industria, medicina, etc... En otros momentos son vídeos musicales que van, desde el ingenio de algunos intérpretes increíbles a las grandes masas corales que convierten sus interpretaciones en auténticas hazañas multitudinarias; otras que permiten descubrir exquisitas habilidades en la infancia más precoz arrancando a una guitarra el duende de una cultura en las antípodas; no faltan tampoco imágenes para el humor, para el cuidado de la salud, para alimentar añoranzas de todo tipo y, junto a estas, toda una suerte de archivos para la meditación y el sosiego…


Pero no es de esto de lo que quiero hablar  sino de mi propia experiencia como aficionado a coleccionar toda suerte de eventos familiares, culturales o festivos acumulando imágenes en mis propias presentaciones de Power Point. El proceso no es complicado, tiene sus encantos, es un excelente entretenimiento y el resultado suele ser gratificante. 

Sin embargo, no hay esfuerzo en esta vida que no tenga su lado espinoso y en este caso también lo hay. Coleccionar una serie de imágenes y mostrarlas secuenciadas con efectos preestablecidos por el programa no plantea gran dificultad. El tema tiene que ver con la integración de un fondo musical que haga la presentación más atractiva. Y aquí está el meollo. El programa no admite nada más que un determinado tipo de archivos (WAV) y en ningún caso los más modernos MP3 o MP4. Significa que habrá que reconvertir estos para lo que hay una ingente cantidad de programas que lo consiguen en pocos minutos. Por otro lado se hace imprescindible encontrar uno que no aumente las dimensiones del original porque el resultado final será un desastre. Semejante fiasco impide el envío a los destinatarios porque los servidores establecen un límite de "peso" en MB que no se puede superar y rechazan el correo abusivo.

Pues bien. Andaba yo a la busca y captura de un programa capaz de hacer el milagro y con ello ha comenzado mi calvario. Los hay gratuitos, hasta que los instalas y descubres que sólo es de momento y en condiciones leoninas. Además de venir cargados con una serie de tentáculos capaces de ahogar la más decidida cautela. Y sigues hurgando en las entrañas de la red buscando el adecuado y al final lo encuentras. ¡Eureka!, ya está. Satisfecho con la hazaña arqueológica, enseguida descubres que, desgraciadamente, la mayoría de sus predecesores han dejado su tarjeta de presentación y te han dejado el PC hecho unos zorros. Ni el mejor antivirus, ni los antibióticos más agresivos, ni la más imaginativa argucia consiguen expulsar a los intrusos de su festín. Vuelta a buscar, ahora a través de páginas, supuestamente sin trampa ni cartón, para conseguir lo imposible, recuperar la normalidad.


¿Que qué pretendo decir con toda esta perorata? Pues que frente a todas las incuestionables ventajas del Internet, hay un espacio para el fraude que nada tiene que ver con las “hazañas” de los hackers y mucho con el afán de atrapar a los ingenuos, como es el caso, haciéndoles pensar que todo el monte es orégano. Y ni siquiera son aliagas para el fuego. Es una cadena de enlaces que comienzan con la primera inmersión para atraparle a uno y siempre hay quien promete desfacer el entuerto del anterior para sustituirlo por el suyo. Y así, hasta el infinito.

Sí, sí. Ya sé que hay que ser cauto  y procurar leer la letra pequeña como en los contratos inmorales. Y la leo y desactivo todo aquello que acompaña al programa elegido pero, aun así, la inventiva del tramposo es superior a mis cautelas.

Afortunadamente uno tiene su personal asesor con experiencia y años de vuelo que me cubre las espaldas y me resuelve cada problema tan rápida como eficazmente. Desde aquí le mando la más alborozada de mis estimas. Y al resto de visitantes que pierden su tiempo leyéndome, les aconsejo todas las prevenciones y, desde luego, con el cinturón abrochado.  


miércoles, 27 de febrero de 2013

ESTÁ DE MUERTE

Carlos Herrera, excelente comunicador de Onda Cero, muestra diariamente una extensa selección de contenidos que convierten en especialmente gratas las mañana de la radio en esta emisora. Incluso para los aficionados a la exótica de los guisos, los viernes hay un espacio en que se descubre, a través de los oyentes, la excepcional variedad de aportaciones que estos tienen para elaborar nuevos guisos re-interpretando otros ya tradicionales. También se comprueba la capacidad de inventiva culinaria con nuevas sugerencias que, a partir de un producto alimenticio propuesto, añaden múltiples formas de aderezo con ingredientes y combinaciones singularmente imaginativas.

Sin embargo, todo esto, que resulta atractivo para los aficionados a la cocina casera, aporta también una rara coincidencia coloquial en la calificación final del guiso que invariablemente termina con la lapidaria expresión,…y está de muerte. 

Ignoro el origen de semejante conclusión ante lo que se supone ha de terminar en un placer gastronómico insuperable. Porque no parece razonable que, después de convertir el resultado en argumento para la gula, uno deba sentir la imperiosa necesidad de buscar acomodo en el tanatorio como resultado del festín. 

Por todo esto, hoy me gustaría recibir información, si alguien la posee, para acceder a los orígenes de semejante aserto porque yo tengo ya cierta congoja de la que espero librarme con la ayuda de algún alma caritativa. Sin llegar a ser un tragaldabas a lo Carpanta, soy persona que a la hora de comer no tiene remilgos reconocidos. Desde luego no soy consciente de haber rechazado menú alguno porque con aquello de la posguerra, no había otra opción que la de comer o ayunar y así aprendió mi generación a no hacer ascos a anda. El asunto es que, como se dice ahora insistentemente, cada vez que una cocinera o cocinero, después de mostrar sus habilidades culinarias, sentencia… y está de muerte, me produce cierto desasosiego. Porque yo preferiría lo de exquisito o delicioso, y en el peor de los casos, cojonudo –como una de las tapas típicas burgalesas– y expresión más castiza que también tiene su aquel. Así que espero no tener que lamentar desde el más allá el haber consumido un guiso moribundo.


"Cojonudo" 
(Imagen tomada del portal de BURGOSPEDIA. Enciclopedia del Conocimiento Burgalés) 

martes, 26 de febrero de 2013

LA MONTERA

“A cantar me ganarás y a ponerte la montera,
Pero tocante al trabajo tienes muy mala manera”
(Muchas veces se lo oí cantar a mi padre...)


Desde hace mucho tiempo, cubrirme la cabeza con una prenda ha sido de esos deseos no cumplidos que a uno lo convierten en sumiso de la estética obligada y resignado al atuendo convencional. Ignoro qué resortes de mi voluntad me han inclinado siempre a semejante despropósito, pero ahora que los años, la vergüenza y la experiencia me lo permiten voy a hacer un intento de razonar el porqué.

Tengo grabada en la mente la inconfundible imagen de mi padre cubierto a diario con airosa boina, que sólo abandonó en los últimos años de su vida y ello por culpa de las migrañas. Sólo se descubría ante Dios y ante cualquier mortal que mereciera su respeto. El aire especial que le confería era una muestra exquisitamente gráfica de su manera de ser. Solía decir que “había que ponerse al mundo por montera” y de verdad que lo hacía. La gracia con que se calaba la prenda, el campechano ladeo que la imprimía y el talante abierto y generoso con que discurría su vivir me permiten llegar a semejante conclusión. Siempre he querido parecerme a él y aún sigo en el empeño. Probablemente así se explique mi inclinación.

Hoy, desde la ternura que me inspira su recuerdo y el profundo respeto que su imagen me infunde, tengo ya elaborada la primera parte de mi tesis; me reconozco indigno de cubrirme con ella porque jamás responderé adecuadamente ni a su talante ni a su dignidad y, desde luego, tampoco a su donaire para llevarla dignamente.

Quede así claro que me he impuesto la doble obligación de ser respetuoso con mi padre y consecuente con mis principios. Con ello, y a mi pesar, queda eliminada la mejor opción de cubrirme las canas con una boina semejante a la suya. Y lo siento porque descartada ésta, no renuncio a cubrir mi cabeza como reclaman mis componentes genéticos, mi incipiente calva y, desde luego, mi soberana voluntad. 


(Imágenes tomadas de la WEB)

He probado toda suerte de diseños, tanto tradicionales como de alta costura, tratando de armonizar mis aspiraciones con la estética del momento, la oferta del mercado y el desembolso más razonable. Desde el sombrero cordobés hasta el tradicional hongo británico he probado de todo. Con el primero, la carga de complementos imprescindibles para llevarlo con el gracejo necesario lo hacían impensable; caballo jerezano, botas altas de Valverde del Camino, un cortijo en Andujar y, lo más difícil, esposa a lo Estrellita Castro. Para el hongo británico no había otra posibilidad que estilizar mi escueta figura de pívot fracasado y cubrirla con traje de príncipe de Gales, paraguas de luto riguroso y, a ser posible, ocupar escaño en la cámara de los Lores. No quiero hablar de mi desencanto cuando me vi obligado a desistir ante el fascinante “salacot” a lo Eudald Carbonell, sin un mal yacimiento arqueológico que llevarme a la pala. Tampoco tuve suerte con la gorra marinera, guarnecida con pasamanería de seda y adornada con brillante ancla al frente. Ni que decir tiene que no poseo ni una tosca tabla de surfing que impulsar aguas abajo del Brullés ―dignísimo río de mi pueblo en el que aprendí el “arte natatoria”― que, además, tiene por fama reducir caudal durante el estío. 

Por mi encanecida testa han desfilado barretinas catalanas, panamás, turbantes ―ahora que están de moda—, gorro cosaco, toda suerte de viseras y cómo no, sombreros; mexicanos, cordobeses, apuntado, calañes, jipijapa, castoreño, chambergo, de copa, jarano, jíbaro, charro, encandilado, flexible, hongo, gacho, redondo, catite, cano, candil, clac, de canal... cascos de bombero, de minero, de albañil, gorritos incas, de cosaco, gorras de baseball, birretes, tejas, penachos sioux, morriones, tricornios… Hasta “El sombrero de tres picos” de Falla he probado. Con la presencia de mis asesoras féminas ―esposa, hijas y nieta― más que elocuentes en el rechazo a cada intento de salir “calado” de la tienda con cualquiera de los tocados que menciono, a punto estuve de desistir y aceptar de por vida mi imagen gris de jubilado primario (recuérdese que nunca fui de Secundaria).

Pero fiel a mi fama de camorro probado ―arriesgando maledicencias, dimes y diretes― y sin el consejo de un docto amigo de los que ahora denostan mi decisión, opté en solitario por calarme lo que más se parecía a mis aspiraciones; gorra negra ―el recio color de la boina de mi padre― y con aire irlandés, sin que sepa muy bien por qué, —acaso porque la capital de Irlanda es Dublín—. Y, lo que es más, animado del propósito de iniciar con ella un proceso de reconversión destinado a disfrutar del bien ganado derecho a vivir de ella a poco que la ocasión me lo depare. 

















viernes, 8 de febrero de 2013

CHEMA






Mi amigo Chema, colega en la afición musical, dinámico y servicial por naturaleza, cordial por convicción y excelente bajo, es un perfecto amigo con el que comparto, además de una grande y sincera amistad, la común vocación por la música coral y con el ella el placer de cantar en grupo. Ambos pertenecemos a la Coral de Cámara San Esteban de Burgos y en ella hemos hecho realidad nuestro sueño de interpretar las hermosas melodías del Renacimiento –siglos XV y XVI–, cantar las magistrales composiciones del maestro Tomás Luis de Victoria, entre otros célebres compositores, o sentir pasión por los espirituales negros. Todo esto, que poco o nada tiene que ver con el propósito que pretenden estas líneas, sirve, sin embargo, para advertir en ambos una especie de identidad personal con la que aceptamos toda suerte de principios éticos, permanente proclividad a la tolerancia y, sobre todo, la más consecuente práctica del respeto mutuo como norma de conducta social.

Sin embargo, en los últimos tiempos nuestra perplejidad sube de tono cada vez que el deambular ciudadano de cada día nos depara algunas sorpresas difícilmente aceptables, considerando los principios aludidos. 

Caminaba mi buen amigo por delante de un par de adolescentes, entretenidos en el manejo de un juguete, aparentemente inofensivo que, al parecer, no lo debía de ser tanto. Y digo al parecer porque instantes después de observar la presencia de ambos a su altura, sintió un impacto seco y doloroso en la pierna resultado del disparo del juguete que manipulaban. Chema se paró y encaró a los dos muchachos para censurarles su conducta haciendo uso de los mejores modales de su talante conciliador. El resultado no pudo ser más deplorable por cuanto el principal causante del desafuero, haciendo gala de una insolencia inesperada, admitió insensible la torpeza, se disculpó con impertinente desparpajo y dejó a mi amigo especialmente maltratado por semejante conducta. 

Este hecho, que no define en absoluto a todos los quinceañeros celtíberos, obviamente, sirve de referencia para convertir en inquietantes las frecuentes referencias que muestran comportamientos altaneros como el apuntado. Conductas que sorprenden y alarman a quienes hemos vivido otras formas de relación social, cuando menos más moderadas. Ciertamente son casos aislados pero, lamentablemente, más frecuentes de lo que sería razonable. Especialmente en el ámbito educativo en que el abuso de la tolerancia convierte a los docentes en cautivos de la indisciplina y los malos modos. Inermes ante la singular interpretación de la tolerancia como ámbito para el “todo vale” convierte el esfuerzo educativo en una tarea titánica contra los perturbadores y los indolentes. Los primeros, protegidos por la nefasta permisividad instalada socialmente, y los segundos, incapaces de aceptar el esfuerzo como incuestionable forma de progreso personal, convierten las aulas en un martirio para el reducido grupo de alumnos laboriosos que participan con el profesor en el hastío de unos y otros.

Ya se sabe; “son chicos… " ¿?

viernes, 18 de enero de 2013

EL BOTE

"... El bote era también uno de esos vicios tentadores que congregaba en su entorno a numerosos ludópatas y curiosos. Los primeros para probar fortuna y todos para consumir las exquisitas almendras garrapiñadas que se ofrecían como reclamo. Las seis primeras cartas del palo de oros de la baraja española pegadas sobre un tablero, un bote de tomate con un dado de parchís en su interior y la luz de un carburo era toda la parafernalia precisa para el juego. Los participantes elegían carta para colocar sobre ella sus billetes o monedas y la banca agitaba el bote con el dado en su interior. ¡Hagan juego señores!, ¿No va más?, ¡Arriba que levanto!, era toda la perorata que se oía del animador para estimular al juego. De los seis números de la baraja sólo el señalado por el dado recibía la recompensa de ver quintuplicada su apuesta. El resto de los jugadores veían desaparecer sus dineros en un abrir y cerrar de ojos hasta que una nueva oportunidad mantenía de nuevo la esperanza. Más de uno se alejaba desesperado después de ver mermados, cuando no agotados, sus dineros por la venta de un cerdo, un mulo o media docena de ovejas. No recuerdo a muchos que se apartaran satisfechos de la timba.

De entre los componentes de aquella banca, viene a mi memoria un divertido personaje que provocaba estentóreas risotadas entre los jugadores con sus jocosas ocurrencias. Todo el mundo le conocía por «Bolera» y, de entre todas sus chuscadas, una se hizo famosa. Siempre decía que trabaja veinticinco horas diarias y cuando alguien le contrariaba con la lógica, él contestaba irrevocable: «¡Ah!, ¡es que yo madrugo!".
(de MEMORIAS DE UN SEXAGENARIO ADOLESCENTE)

(imagen tomada el 16/01/2012)

Por lo que se ve, no parece que haya nada nuevo bajo el Sol. En este caso he fotografiado sólo el rótulo de la tienda que lo sustentaba porque parece que ha pasado a distintas manos y, lo que era un atractivo portal de comercio, es ahora una valla de ladrillos cubiertos de yeso con esperanzas de futuro. Veremos en qué queda el rótulo. De momento nuestro amigo Bolera no andaba descaminado en lo que a sobre-esfuerzo se refiere. Desde aquel hombre a hoy han pasado sesenta años largos.

domingo, 6 de enero de 2013

UNA HAZAÑA EN MENOS DE CUATRO HORAS















Los Reyes Magos han sido generosos con mi nieto, especialmente aficionado a las naves de LEGO, y la que le han traído hoy ha significado un reto más para su destreza. Este es el resultado de haber ensamblado las 1.170 piezas que la componen .
(Y el abuelo babeando)

ZODIAC

Gijón siempre ha sido nuestro refugio preferido en las escapadas en busca de terapias de remedio contra la ansiedad. Esos espacios grises en...