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domingo, 5 de marzo de 2017

LO QUE ES LA LIMPIEZA



           

He decidido inaugurar esta sección porque la cosa da para mucho. La pasada semana, por ejemplo, me demostró hasta que punto los afanes de pulcritud pueden provocar efectos colaterales imprevisibles. Y estos son los hechos que dan lugar a este aserto:

Mi ruta de aquel día estaba planificada con dirección a Villimar. Hasta allí conduce un magnífico carril-bici para ciclistas conservadores como es mi caso; muchas rectas, pocas curvas y desde luego ningún repecho.

Delante de mí, observo la magnífica estampa de un colega cicloturista, impecablemente vestido ―casco esmaltado, brillante sudadera, malla de campeón y zapatillas gore-tex de corredor avezado―. Sólo una mácula en la bicicleta y es que las llantas de ambas ruedas están cubiertas con muestras polvorientas de pedaladas más rurales. Pero aquí está la solución para nuestro amigo porque junto al carril se extiende el verdor de los setos recién empapados que le invitan a liberar la suciedad de las ruedas.

Abandona el carril e invade el césped. Pedalea parsimonioso pensando que la humedad eliminará el polvo acumulado. Pero el césped clama venganza por semejante intrusión y le esconde bajo la espesa hierba un traidor calvero que rezuma humedad y barro. Ignorante de semejante trama, y después de un breve rodar, nuestro ya alarmado ciclista descubre que, en donde había polvo, ahora hay barro y, peor aún, una pella de origen canino recién descargada se une a la venganza del calvero. Ambas ruedas, entre fangosas y fétidas, presentan ahora un aspecto deplorable y decide recuperar el carril.

Sobre el firme, sacude las ruedas con inusitado ímpetu para liberarlas de la carga, pero apenas consigue su propósito. Y es ahora la cadena la que se resiente de semejante violencia desprendiéndose de la rueda catalina. Ahora nuestro hombre tiene tres enemigos a batir; el barro, las heces del can y la grasa de la cadena en sus manos. No es posible acumular tanta desdicha en tan pocos minutos y después de lanzar algunos exabruptos decide darse por vencido. Monta sobre su máquina para regresar por donde ha venido y, paralelos a su rodar, se unen ladrando dos chuchos minúsculos, quizá atraídos por la estela de los “efluvios” rodantes, dispuestos a completar la más que rebasada exasperación que lleva el muchacho encima.

jueves, 9 de octubre de 2014

LAS MORAS ESQUIVAS


 

Al fin ha llegado el otoño con su carga de nubes grises quebrando sin reparos el azul del cielo castellano. Ya se han afincado las castañeras en los portales de Antón y,  acurrucadas en torno al brasero protector, muestran silenciosas su mercancía entre chisporroteos y tufillos. Los vientos del norte, empeñados en su condición de quitameriendas, imponen su ritmo y empujan acuciosos a las hojas de los árboles que inician presurosas y desorientadas su vuelo sin retorno. Los niños estrenan sus botas de agua en busca de charcos y las abuelas se mueven diligentes en torno a los castaños para recoger el fruto liberador de polillas y parásitos. Gabardinas, bufandas y gorras anuncian ya su penetrante olor a naftalina y, en los mercadillos, las escasas endrinas de una cosecha cicatera se venden a precio de pacharán etiquetado. Es sin duda el otoño burgalés con todo su esplendor.

Esta mañana he aparcado mi bicicleta y atraído por la imagen de las moras cuyos setos bordean las márgenes del Arlanzón he pensado en alcanzar algunas.  El río, sin duda más generoso de caudal que lo solía en otros tiempos, tiene a su vera un tupido bosque que, por su margen izquierda, se extiende exuberante entre la plaza de toros y el puente de Capiscol. Acompañándole aguas arriba y abajo pedaleo a diario y, al paso, cada mañana se ofrecen tentadoras a mis ojos las más hermosas zarzamoras del otoño en la Quinta. Así que, uno, que conserva la intrepidez mental de los tiempos en que las recogía a puñados cuando mozalbete en la villa, ha decidido que era el momento de arriesgar y conseguir las más hermosas que, por inalcanzables, se insinuaban aún más seductoras. He traspasado los límites del malecón por el atajo, invadido los dominios de ratas, ratones, lagartijas y musarañas que de todo eso y algo menos natural hay en el boscaje y serpeado por el intríngulis de la esquiva maraña para, después de descubrir mis mermadas facultades para alcanzarlas, abandonar el intento y desistir. Al fin y al cabo, he recordado la fábula de la zorra y las uvas y, superado el desencanto, regresado  a casa con la imagen de las tentadoras frutas atrapadas entre las aviesas zarzas y algunos elocuentes arañazos en brazos y piernas, evidencia lamentable de mi agilidad perdida. 

domingo, 3 de agosto de 2014

EL ENTRENADOR PERSONAL

En ocasiones, lo insólito se cuela paralelo a lo largo del carril y se convierte en muestra para el debate íntimo; y este es el caso que me ha estado rondando a lo largo de la pasada semana.

Cada día y a la misma hora he podido contemplar a un varón ― probablemente superados los sesenta años― caminando hacia atrás siguiendo la línea discontinua que separa las dos direcciones de una calzada sin tráfico de vehículos a motor. A partir de la primera presencia, di en pensar que algo poco ordinario había en tal conducta. ¿Acaso alguna terapia impuesta? ¿Quizás una estimulación de reflejos? ¿Podía ser una forma de meditación?
 Al cabo de los días sucesivos he pensado que en ningún caso se trata de un trastorno mental porque el grado de serenidad y control de movimientos del cuerpo no es posible realizarlos con tanta perfección y exquisito cuidado como lo observado. Y ya se sabe, una consulta al Google y asunto concluido.


EL ENTRENADOR PERSONAL

Enlace:


«Caminar hacia atrás se practica desde hace mucho tiempo, especialmente entre las personas mayores como parte del ejercicio diario para estar mental y físicamente en forma. Este tipo de práctica también se conoce como retro-ejercicio.
Mucha gente en Japón practica este tipo de ejercicio de caminar o correr hacia atrás. De esta forma, se queman varias veces más calorías que el modo tradicional de ejercicio para hacer footing. En los entrenamientos de diversos deportes como el fútbol, baloncesto o tenis donde se requiere que los jugadores se muevan en todas las direcciones una de las rutinas de entrenamiento es correr hacia atrás...»

 BENEFICIOS:
— Se define parte del desarrollo muscular en las piernas que hace que estén más fuertes. También se mejora la coordinación deportiva. Este tipo de ejercicios nos ayuda a mejorar el equilibrio. Algunas personas lo utilizan para la rehabilitación de las lesiones.
— Caminar o correr hacia atrás requieren más esfuerzo físico de lo normal. Es probable que su frecuencia cardíaca aumente aún más en comparación cuando se está moviendo hacia adelante.
— Muchos japoneses realizan este tipo de ejercicio de caminar o correr hacia atrás para quemar más calorías.
— Con 100 pasos hacia atrás estamos quemando las mismas calorías que si realizáramos de 300 a 500 pasos convencionales hacia delante.
— Además, cuando se ejecuta este tipo de entrenamiento de manera inconsciente se aumentar la longitud de la zancada en cada paso hacia atrás.
— Muchos velocistas incorporan este tipo de ejercicio en su rutina de entrenamiento.
— Por último, pero no menos importante, caminar hacia atrás es una buena manera de bajar cuestas muy empinadas si sufrimos dolor de rodilla o lesiones en músculos del tren inferior. Caminando hacia atrás tenemos una menor presión sobre la articulación de la rodilla.


lunes, 28 de julio de 2014

CATALINA

Hace bastante fresquito por las mañanas, pero el aire está tan limpio que el pedalear, aunque sea superando repechos de poca monta, es un verdadero placer. Hay otro placer añadido que con el tiempo y la frecuencia se convierte en verdadera relación de amistad entre los ciclistas del carril. Pedalear a diario por el mismo recorrido y a la misma hora, se convierte en lugar de reencuentro común para los velocipédicos habituales que coincidimos en el paseo. Al cabo de unos días, la frecuencia y las coincidencias en el trasiego de catalinas* hace que las miradas entre colegas comiencen a contemplarse con simpatía primero, con una sonrisa más tarde y en un saludo cordial definitivo que ya se repite cada día.

Y este es el caso. Todos los días nos reencontramos un colega él para allá y yo de regreso, a todas luces también muy jubilado y pertrechado de la manera más sensata; zapatillas a lo Bahamontes, casco multicolor, gafas RAYBAN polarizadas, chándal hasta la cintura, culote a lo Valverde y guantes con dedos recortados. Sin duda, todo ello para conservar indemne su voluminosa envergadura y, de paso, su dignidad de ciclista convencional. Su bicicleta es una brillante «todoterrenazo» como a sus cinco años la llamaba un sobrino mío.  Lamentablemente mi estampa no cuadra con semejante señorío y la bicicleta que pedaleo es plegable, ruidosa y, para mí, algo pesada cuando cargo con ella camino del trastero.

Hoy, por primera vez, a lo largo de una repetida secuencia semanal de encuentros, hemos decido acompañar a la sonrisa, el «hasta luego» habitual entre conocidos que acaso termine con unas cañas, unos pinchos de chorizo con esquina de pan en el bar de Fuentesblancas y una franca charla entre camaradas. Sentados a la mesa con este aperitivo, iniciaremos sendas tertulias mañaneras para recordar otros tiempos y otras epopeyas y, sobre todo hablar de la crisis, los impudores, de lo jodido perdón por el vocablo pero es lo que se lleva en coloquios semejantesde estos tiempos amorales y, finalmente, de los nietos de cada uno para sellar definitivamente nuestra amistad, porque los nietos son otra cosa.

Así que, como se puede ver, lo del carril bici puede ser algo más que sólo un simple ejercicio físico saludable y provechoso para la salud de cuerpo y alma. 
Catalina

                                                                                     
                                                                                                                                               Ontillera
      

miércoles, 8 de agosto de 2012

PEDALEANDO AL ALIMÓN

Desde hace unos pocos días mi recorrido diario por el carril se ha visto acompañado con la presencia de un colega que, además de cantar en la cuerda de los tenores de mi muy amada Coral de Cámara “San Esteban” tiene una hermosa bicicleta “todo terreno” y una capacidad para el diálogo, el chascarrillo y la conversación amena que traspasa fronteras. Lo digo porque además de todas las virtudes mencionadas habla en francés como si hubiera nacido en los muelles de Marsella.

El fotógrafo es mi amigo Gabri

El hombre, recién jubilado, por la gracia de Dios y los años de cotización, también es abuelo para más dicha y a menudo nos entretenemos relatando experiencias comunes que siempre nos llevan en la misma dirección; aquella de “da, Señor, pan a los que tienen hambre y hambre a los que tienen pan”. Viene a cuento porque las madres generalmente tienen la acusada tendencia a la alarma, rayana en ocasiones en la histeria, cuando ante los primeros sólidos que sustituyen a las papillas y lácteos, los nietecitos se niegan en redondo a saborear toda suerte de legumbres, tubérculos y demás sabores desconocidos. ¡Ojo!, sin exagerar, que de todo hay, porque conocemos en nuestras carnes quien soslayó esta inquietante tozudez y trasegaba gabrieles como si fuera un molino de olivas. Con bien pocos años. Así que tratamos ambos de hurgar en nuestras experiencias, tan lejanas como los decenios que llevamos a cuestas, para contrastar conductas maternales y nuestras experiencias gastronómicas de posguerra. A lo que se ve, parece que en nuestros tiempos la cosa era más sencilla porque el asunto tenía que ver más con disponer de pan para matar el hambre que en tener hambre para hincar el diente a la hogaza. De cualquier manera, él, como primerizo en estas lides y yo, superados estos lances, hemos dividido por dos y descubierto que ni alarmas ni presiones dejan otra opción que echar mano de la paciencia y dejar que el instinto de conservación resuelva los conflictos como es notorio según la experiencia. Carpetazo al tema.

Otro de nuestros contenidos de conversación nos lleva a todo lo que tiene que ver con la crisis que es eso que ha dejado exhaustas las cartillas de ahorros de la hacienda pública por arte de birli-birloque. Comprobamos que, a lo que parece, entre todos los celtíberos habremos de reponer pacientemente cada maravedí evaporado como cuando se reúne a escote el importe de una ración de gambas a la plancha en un chiringuito playero. Desde luego que barajamos las extensas fórmulas tabernarias que todo el mundo tiene in mente para recuperar la guita perdida pero mucho nos tememos que algunos vapores son irrecuperables y este es el caso que nos lleva a la previsible rebaba de las pensiones que nos gustaría fueran intocables. ―Esperemos que no sea más que una rebaba porque un recorte, por discreto que sea, siempre depende del Eduardo Manostijeras que las maneje y no deja de ser alarmante―.


El río Vena, nuestro inseparable compañero de viaje


El cuentakilómetros

¿Saben ustedes que algunas fachadas vienen siendo un doloroso calvario para los sufridos presidentes de comunidad? Pues si, y el asunto está relacionado con el afán de la arquitectura moderna por embellecer la cara de cada edificio con losetas pegadas y mal avenidas con los cambios bruscos de temperatura y la firmeza cuestionable de algunos “pegamoides”. Pues eso; pensamos en nuestros caletres envejecidos que el riesgo de caída de uno de los azulejos desprendidos y sobrevolando las aceras, es comparable a la imprevista pedrada que sufrió aquel rey castellano lanzada por manos tan inocentes como certeras. Ahí está en el Monasterio de las Huelgas el malogrado Enrique I para confirmarlo. 

Tanto a mi amigo y colega de coro como a mí, nos parece que una mañana pedaleando entre trinos, croares, arrullos de las palomas torcaces y algunos ladridos, se convierte en oro y el oro en placidez mental. Hay que convenir que no fue así desde el primer día de incorporación para mi buen amigo porque un sillín de bicicleta es lo menos parecido a una mullida butaca de salón y necesita cierto acomodo prostático. De manera que las diez vueltas al circuito diseñado para nuestro disfrute, se convirtieron en un suplicio que provocaba en él inquietantes ladeos, quejumbres y abandonos a la cuarta, quinta o sexta vuelta, según la progresión diaria. Afortunadamente siempre hay remedios para todo y él encontró pronto el suyo; una funda de alivio sobre el sillín torturador que consiguió la calma definitiva para la zona pudenda. Ahora, su estilo depurado y su gallarda figura de hombre entrecano y talante jovial se han convertido para mí en un émulo al que imitar. Y no es fácil porque cada uno de los treinta y seis años de mis piernas envejecidas comienzan a mostrar algún desaliento cuando me propone retos más intensos y prolongados. Seguramente tendremos que negociar. 



jueves, 26 de julio de 2012

CUESTIÓN DE TALANTE


Una vez más el carril bici es fuente inagotable de experiencias y en este caso lo es de uno de esos  encuentros imprevistos que estimulan el caletre. En plena fase de pedaleo en torno a mi personal circuito de seiscientos metros y, a punto de completar mi tercera vuelta, oigo una voz que me espeta al paso:
«¡Oye!, ¡ayúdame!»
Alarmado por la inesperada petición, echo mano inmediata a loos frenos de la bicicleta, que chirrían escandalosamente, y me detengo. Al instante, la misma voz que me ha demandado ayuda vocea otra exclamación, en este caso para que prosiga mi carrera:
«¡Sigue, sigue, sólo es que me das envidia!».
Sigo pedaleando sorprendido y la mosca de la oreja me empieza a funcionar; el origen de la voz está sentado en uno de los bancos que, de tramo en tramo, bordean el carril. Es un hombre mayor atrapado en un corpachón, con la tez tostada y la mirada triste. El segundo es mas joven, de menos carnes y con una mirada más alegre. Ambos se acompañan de sendas muletas y se sientan en los dos extremos del banco. Completo la segunda vuelta y decido echar una parladilla con ambos.
De nuevo, el primero insiste en que no pase ante ellos porque le doy envidia en cada pasada. Él ha sido un permanente usuario de la bicicleta que ahora está abandonada en el trastero de casa. Según parece, le obligo a mirarme como a un reclamo imposible. Son las rodillas condenadas las que le impiden, no ya montar en bicicleta, ni siquiera caminar con la soltura que siempre lo ha hecho. Y termina su intervención con la frase lapidaria de quién, a sus propios ojos, ha sido y ahora no es: «¡Ya no sirvo para nada!» remata.
Echo mano del recetario universal de la lógica para rechazar su pesadumbre y le animo a descubrir las muchas cosas que se pueden hacer con muletas o, incluso, amarrado a una silla de ruedas. Probablemente piensa que es fácil torear desde la barrera y por ello insiste en su denostada incapacidad.  
«De momento usted y yo estamos manteniendo una intensa conversación y eso demuestra que su mente lúcida le permite hacer otras valoraciones y tirar «p’alante» como le confirma  su compañero de asiento:
«Yo llevo toda mi vida amarrado a estas muletas y todavía no he renunciado a nada». Incluso de mozo ahora tengo sesenta y seis años, jamás dejé de acudir al baile para danzar ayudado de muletas. De manera que mi situación se ha convertido en algo tan normal que jamás he pensado en cómo podía ser mi vida sin estos monaguillos…»
«Además», remato yo, no dudo que en su familia, a pesar de las limitaciones, usted es imprescindible y ha de gozar del cariño de los suyos porque deduzco que hasta que sus rodillas se le han rebelado, algo habrá hecho por ellos…»
«Mucho, muchísimo…», se anima, «tan fuerte y poderoso me sentía que jamás pensé en la posibilidad de verme inválido al final de mi vida de trabajador incansable. Tengo ochenta y dos años y, además de sentirme inútil, no creo que el futuro me depare muchas alegrías…»
«Perdone que le contradiga, pero hay demasiadas cosas en la vida para que una mente como la suya se pierda en pesares, insisto. Busque usted y descubrirá que hay muchas cosas por hacer y disfrutar y su gente le ayudará a conseguirlas» le digo con el mejor de mis propósitos.
El hombre esboza un gesto ambiguo y permanece callado con la mirada perdida.
Ha sido un breve encuentro pero apasionante porque tal parece que su incapacidad es muy reciente y sin duda necesitará tiempo para asumir el reto de seguir ilusionado con el vivir.
Y yo, después de despedirme de ambos, sigo en mi cuarta vuelta. En la quinta, ambos dan por terminada su mañana a la sombra y se van con mi adiós… 



viernes, 13 de julio de 2012

LAS RANAS DEL VENA


Las ranas

El río Vena burgalés ha recuperado la alegría. Probablemente suene a exageración semejante aserto considerando su sereno discurrir, nada caudaloso, camino del más generoso Arlanzón. Pero mi testimonio para confirmar la alegría del río tiene que ver con la fauna que alberga y en particular las ranas. Años atrás, hubo un grupo nostálgico de personas reclamando cualquier solución que repoblara los ríos de la ciudad con estos batracios. Incluso era patente la desolación al comprobar que prácticamente habían desaparecido de los tres ríos que discurren por los cauces urbanos y se barajaban toda suerte de razones del por qué de la ausencia de tan nostálgico croar. Se disparaban dardos contra el progreso que enturbia y contamina las aguas y hasta se culpaba a los insaciables ánades que, cuencas arriba y abajo, no parecen saciar nunca el apetito. Quizá los minúsculos renacuajos formen parte de su dieta, se decía, y ello se suponía que era una de las causas posibles de la desaparición. 

Pues bien, este año, avanzada la primavera burgalesa, se pudo escuchar un tímido e insólito croar que auguraba lo que ya hoy es una hermosa realidad a lo largo del cauce del Vena. Situadas en sucesivos tramos del río, hay ya alegres comparsas de ranas que, «…a través del canto, reconocen a las de su misma especie, advierten la presencia de depredadores y defienden sus recursos. Incluso, es con el croar del macho que la hembra identifica si tiene buena condición física, es grande o posee territorios de alta calidad, atributos que pueden definir la selección de pareja».

Así que, tras este despertar de los batracios unido al arrullo de las palomas en busca de pareja, el canto de los pajarillos revoloteando de rama en rama, los ladridos de complacencia de los canes en libertad y el sereno discurrir de las aguas del río, el pedalear sobre el carril bici resulta especialmente placentero. Es una excelente fórmula para serenar la mente y huir durante un par de horas de los sobresaltos del telediario y otras congojas paralelas.

¡Bienvenidas las ranas al Vena!






















sábado, 15 de octubre de 2011

HAVE A GOOD DAY!


Una decena aproximada de teenagers, repartidas a la par en ambos lados del borde del carril bici, protagonizan una escena atractiva y singular. Hace una mañana espléndida y todo invita al sosiego. Y esta es la sensación que hace de la presencia de las chicas un hecho apacible añadido. Cuando llego a su altura, indeciso porque su presencia me intimida y, desde luego no tengo ninguna intención de reprochar su conducta, sigo pedaleando con toda la prudencia y lentitud de que soy capaz y sus piernas se pliegan al unísono para facilitarme el discurrir. Es algo así como una especie de gesto de respeto que agradezco con verdadero regocijo y que me impulsa a desearlas, en tono jovial, have a good day!”, dicho pensando que son alumnas de la Escuela de Idiomas por el espacio que ocupan enfrente del edificio y, por qué no decirlo, por echarme un farol en mi inglés estándar de andar por casa. Su respuesta ha sido tan cordial como la mía y me ha sonado a complicidad; “have a good day, thank you!” me responden a coro e intuyo que sin ánimo de chacota.  Ya ves con que poca cosa ―o mucha en estos tiempos que corren― regresa uno eufórico a casa. Un saludo correspondido en tono cordial que nada tiene que ver con los que, con mi educación caduca, se me quedan en el aire cada vez que entro en alguna de las concurridas tiendas del barrio.   Tengo que añadir que no he visto señales de humo, lo que significa que no había cigarros de por medio en lo que he supuesto una tertulia entretenida y especialmente animada; acaso cosas de clase después de una prueba de vocabulario en tercero de inglés, la blusa nueva de la teacher o quizá los planes para el fin de semana. En fin, una anécdota más para el Carril Bici de mi blog.

sábado, 8 de octubre de 2011

EL COSCORRÓN

Ahí andaba yo con mis dos aficiones a cuestas; la bicicleta y mi cámara digital en ristre. La primera es una especie de recuperación nostálgica de los pasatiempos de la niñez y la segunda un afán por el coleccionismo de imágenes. En este caso imágenes ciudadanas del Burgos moderno con destino a la tercera de mis pasiones; la fotografía.
Ni que decir tiene que todas ellas configuran el tiempo libre que mi condición de jubilado me permite y aconseja: “poca cama, poco plato y mucho zapato” (en este caso y como alternativa, mucho pedal).
Pues eso, que andaba yo bordeando el campus de la Universidad camino del encuentro con novedades de cinco plantas en los edificios que configuran la mayor parte de los bloques de la zona. Y llegué a la calle Complutense con el afán de unir un nuevo cromo callejero a mi ya espléndido álbum ciudadano.
Se me tiene dicho en el ámbito familiar, entre cuitas y prevenciones, que sea prudente con el velocípedo y que mire siempre hacia adelante. Ello después de haberme peleado días antes con una farola por mirar al suelo, en mala hora situada en mi camino. 
Pues bien, yo había guipado una coqueta plazuela bordeada de edificios, prestos para recibir mis disparos digitales, y en ella puse mis ojos y mi afán. Pero no miré al suelo en el que estaba agazapado el traidor y allí caí en la trampa. El resultado se puede suponer: rodilla, codo, dolor en el costado, susto y reprimenda por no mirar al suelo. Al poco, y acaso alarmadas por el estrépito, acudieron presurosas tres personas para interesarse por mi estado. Agradecido y, entre dolorido y estoico para no alarmarles, me levanté, a duras penas hice mis fotos de la placita y seguí mi camino. Afortunadamente, en esta ocasión no hubo frasco de alcohol que era en mi niñez el encargado de penalizar peripecias como esta.  
Supongo que alguien mi dirá que por la acera no debo pedalear y tiene razón, pero en este caso creo que yo era el único mortal que osaba hollar cada palmo de aquel amplio espacio y a una velocidad de prueba de lentitud. El único riesgo posible lo acabo de relatar y confirmo con la imagen siguiente. Obviamente, sólo está la bicicleta porque la foto la hizo el protagonista que es quien esto escribe sin ningún rencor y una propuesta; que se cubra cuanto antes el hueco traidor porque el riesgo es el mismo si alguien lleva el móvil en la oreja y la mente enfrascada en el diálogo .

 

Nota.- Según informaciones “probablemente tendenciosas”, me aseguran que la rejilla ausente quizá se halle reconvertida en alguna bodega como soporte estoico de chuletillas de lechazo y otras delicias de origen porcino asadas a la "parrilla urbana".

21-06-2011 a las  11,42 horas

EN EL PASO DE CEBRA


Acabo de leer el legítimo desahogo de Arturo Pérez Reverte que hace en el número 1250 del XL Semanal a propósito de un "cretino en la curva" que a punto estuvo de convertirle en víctima de un grave accidente. El episodio me ha traído a la memoria una ingrata experiencia relacionada con mis carreras en solitario por el carril bici burgalés camino de Villímar. Este es mi primer comentario al caso. Cuestión de prudencia por aquello de no alarmar a la familia, pero como el tiempo lo diluye todo, visto lo visto, me he decido a emular ―salvando las distancias de mi admirado Reverte, que son muchas― y contarla sin remilgos.

Con todos los años que he conseguido acumular, a pesar del permanente riesgo que supone el vivir, estoy seguro de que el sentido común, la prudencia, la madura sensatez o acaso que nadie termina sus días en la víspera, como dice el castizo, aquella hermosa mañana de un domingo agosteño me salvé “por el pelo” como dice mi nieta.


Hay, afortunadamente, un altísimo porcentaje de automovilistas que son respetuosos con los ciclistas en los pasos de cebra y, por mi cuenta, estoy en condiciones de asegurar que la mayoría, incluso cordiales. Y, aquel día, como en otras tantas ocasiones, llegué al borde del paso de cebra y frené como es mi costumbre. También lo hizo el vehículo más próximo que se acercaba por mi izquierda invitándome a cruzar sin riesgo. Proseguí mi camino confiado, advirtiendo claramente que otro vehículo paralelo al detenido y algunas decenas de metros más atrás, llegaba con cierta, más bien demasiada prisa. Y todas esas circunstancias previsoras a que he aludido, comenzaron a procesarse en mi mente. Y me quedé quieto delante de mi amigo conductor y confidente durante los suficientes segundos como para eludir lo inevitable. El joven, porque era un muchacho acompañado de copiloto, pasó velocísimo algunos centímetros por delante de la rueda delantera de mi bicicleta sin ningún ánimo respetuoso para mi crisma que, afortunadamente, sigo teniendo en gran estima. Ni siquiera me quedé lívido; sólo un breve sobresalto me confirmó el valor de la prudencia. No así quien me había cedido el paso porque se echó las manos a la cabeza alarmado por la precipitación del “fitipaldi” a quien, con su ejemplo, había supuesto más prudente. 



No está en mi ánimo, ni la crítica fácil para estos comportamientos ni siquiera la explosión de ira contenida que en ningún caso me acosó en el lance.  Seguí mi camino hasta el final del recorrido, confirmando una vez más que el riesgo de vivir incluye algunos imponderables que lo convierten en una especie de lotería inescrutable.

Así que comparto el desahogo de Reverte quien, por otra parte, muestra  en su texto iracundo las muchas ocasiones en las que su vida colgó de un hilo y, sin embargo, salió indemne. Yo, por mi parte, sigo creyendo en la Providencia.

ZODIAC

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