El ingenio humano para rebautizar a cada
quisque no tiene límites, especialmente si el sujeto ofrece alguna pista segura
para ser, además de originales con el apodo, certeros.
Hay un personaje adicto a la barra y no me
refiero a la del lanzamiento en el tradicional deporte rural de Castilla, sino
a la del bar con la que parece haber establecido un convenio de mutua asociación.
El hombre llega al establecimiento y, dispuesto incluso a esperar que se libere
el lugar que ocupa habitualmente, se acoda en el mismo rincón, y consume a
breves sorbos la caña de cerveza que le acaban de servir. No es lo que se dice
un hombre locuaz, lo que le convierte en indiferente y por tanto ajeno a las
tertulias que se desgranan entre las cuadrillas que acuden diariamente al
reclamo de la sed y la charla. Cualquiera que desconozca su hábito estático
puede pensar que es una de esas estatuas que ahora colocan en los lugares más
estratégicos de las ciudades como atractivo cultural y turístico. Pero no; porque
si bien es evidente que se mueve poco o nada y que raramente se desplaza lejos
de su área de asentamiento a lo largo del mostrador, lo cierto es que su
quietud es tan absoluta y su presencia tan discreta que parece pegado
firmemente a la barra que le sustenta.
Y aquí viene el ingenio a que me refiero.
Como su hábito es diario y la quietud absoluta, los incondicionales del
establecimiento que le conocen y le contemplan de ese modo cada día y a la
misma hora, han dado en apodarle “LOCTITE”. Eso, como el poderoso pegamento que
parece mantenerlo adherido.
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