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jueves, 18 de febrero de 2016

DE YUYUS

DE ATAÚDES Y YU-YUS

Aun recuerdo aquellos contratos verbales con apretón de manos y valor inquebrantable en los que ganaderos y tratantes ajustaban la compraventa de un ternero, media docena de ovejas o una pareja de mulas. Aunque la supuesta mejora de las fórmulas actuales parece más adecuada a legislación y maneras «civilizadas», la experiencia demuestra que la fiabilidad de los papeles firmados, e incluso con «el cuño estampado» deja al albur la honestidad de una de las partes con más frecuencia de la deseable. Especialmente la del que ha de pagar. Ignoro si fue un apretón de manos o un documento legal el que consolidó el contrato de alquiler al que voy a referirme. El asunto, como se verá, adolece de pertinaz contumacia considerando que la deuda acumulada por el inquilino, al menos a lo largo de diez años, no responde a lo que entendemos por honestidad en los tratos.

Mi amigo, hombre cabal si los hay, hace ya cuatro largas décadas, tenía un espacio puesto a disposición de una más que loable iniciativa empresarial, considerando el fin social de la misma. La empresa, que ha venido facilitando la entrega de ataúdes para las necesidades de la zona de influencia comarcal, inopinadamente, ha dejado de funcionar sin satisfacer la deuda contraída en tiempo y forma y sin retirar las mercancías almacenadas. Porque el bueno de mi amigo acudió al habitáculo en la confianza de verlo vacío y disponible y, confiado, al abrir la puerta, el impacto de lo visto le confirma que el asunto tiene todas las trazas de una broma macabra. Una larga hilera de ataúdes se muestran solemnes, pavorosos y listos para el trasiego al más allá; incluso puede pensarse que también a disposición de quien quiera llevarse «puesto» alguno de ellos. Así que la funeraria ha desaparecido, sin más preámbulos, y dejado a los futuros finados al albur y sin la garantía de un cobijo en el que caerse muertos.

Barajando opciones de qué hacer con la deuda y los numerosos ataúdes, las conclusiones son de todo menos razonables. Como posibilidad de obsequio a familiares o amigos, parece una decisión tabú (…lagarto, lagarto…); establecer una subasta con propósitos mercantiles tampoco es lo mismo que hacerlo con la cosecha de uva para bebedores alumbrados; convertirlos en madera recuperable, parece irrespetuoso y nada consecuente para con quién dedicó su ebanistería en habilitar una vivienda digna al sujeto (o «sujeta») en el tránsito final; guardarlos para futuras necesidades personales no deja de ser una forma macabra de recuperar la deuda. Cabe, como final, reducirlos a cenizas después de haber sido pasto de las llamas en sucesivas barbacoas y cuchipandas multitudinarias, regadas con ribera, gaita y tamboril, para así hacer uso de la maquiavélica sentencia de que al final… «El muerto al hoyo y el vivo al bollo»…

jueves, 23 de abril de 2015

DEL BESUQUEO Y OTRAS EFUSIONES



Hace algún tiempo que mi afición por la radio me pone en contacto con tertulias que siempre aportan suficiente enjundia para provocar algún que otro soliloquio mental. Y hoy ha sido en el programa NO ES UN DÍA CUALQUIERA que dirige, con especial habilidad y criterio, la locutora Pepa Fernández, cubriendo las primeras horas de la jornada en cada fin de semana radiofónica. El asunto del besuqueo, que alcanza proporciones de saturación afectiva en nuestros pagos, ha sido el protagonista de la mañana del sábado. Los tertulianos que acompañan a Pepa, siempre certeros en sus intervenciones, han discurrido entre el valor de las muestras afectivas y el rechazo por hartazgo de algunas costumbres, cuando menos, discutibles. 

Desde acusados de cicateros en la expresión de afectos, hasta excesivos y, en ocasiones sin venir a cuento, empalagosos, el desfile de opiniones ha configurado un escenario de conductas personales ―tanto familiares como sociales― especialmente variopinto. Con ello, el beso, que ha adquirido últimamente proporciones de sobreabundante en el ámbito social y en gran medida, condicionado por el origen geográfico y cultural de los convictos del ósculo, ha sido el protagonista de acuerdos y disparidades. 

Según apunta uno de los contertulios, en el norte no son tan espontáneas las efusiones como en otros lugares de la península. En estos últimos, los abrazos y los besos son incluso el preámbulo inmediato a una presentación, entre personas desconocidas, que, aún así, se saludan efusivamente. De otro modo, las manifestaciones de cariño no se circunscriben sólo a besos y abrazos sino que los sentimientos de afecto, a través de expresiones cariñosos de cariño, apoyo o amor, hacen de las relaciones familiares y sociales la aspiración íntima del querer y ser querido, cualquiera que sea la presencia y las circunstancias de cada persona.

Quienes hemos vivido otras andaduras familiares, en tiempos en los que la razón de estar bien atendidos en la familia era la más elocuente expresión de cariño. Las aspiraciones primeras y principales de los deudos pasaban por cubrir el sustento diario generosamente, dedicando a ello todo el cariño de los esfuerzos económicos. Junto a esto, el vestido, el calzado y la educación completaban el abanico de recursos puestos a disposición de la prole. Con ello se esperaba que el futuro de los retoños se desarrollara en las mejores condiciones de honradez, preparación educativa y comportamiento social. Los que ya peinamos canas, recordamos cómo semejante conducta era la única y más concluyente muestra de cariño. Los besos y los abrazos terminaban con el paso de bebé a niño al que había que educar, según parece, en la más completa ausencia de carantoñas y remilgos, considerados innecesarios y peligrosos. De manera que había que ordenar el futuro de la infancia sin efusiones que pudieran condicionar la exigible virilidad del infante, en el caso de los varones, o la dignísima condición de ama de casa responsable y respetable en las niñas. 

Y un apunte final; quienes hemos vivido la terrible experiencia del Alzheimer, hemos descubierto que todo el conjunto de caricias, besos y muestras de cariño posibles, administrados en el cada día del enfermo, aportan la más poderosa terapia, capaz de reverdecer un gesto de agrado en el enfermo y aplacar con ello algunas de sus frecuentes obsesiones. De manera que a estas efusiones sólo hay que añadir una buena dosis de cariño indiscutible porque, incluso las mentes más deterioradas, son capaces de interpretar en su ánimo perturbado e inconsciente el valor de un abrazo o un beso.

sábado, 11 de octubre de 2014

¿CORTESÍA = MACHISMO?

Estoy exultante. Y lo que es mejor, liberado de un trauma de esos que dice la gente que se producen en los chicos por culpa de los deberes escolares o cosas parecidas. Y no es para menos. Aún estaba yo en pleno uso de mis tareas docentes, aunque a punto de la jubilación y el dique seco, cuando siguiendo mi habitual cortesía ante las puertas, abrí una de ellas a la salida de clase, en el momento de coincidir con la más joven de mis compañeras, a la que cedí mi espacio en la puerta. De inmediato, mirándome entre airada y ofendida, me espetó; «eso es un gesto machista»… 

Aún me queda el resuello de aquel lance con el que se inició la colección de traumas que vengo acumulando entre confuso y perplejo en estos temas de la cortesía aparcada. Confuso porque, hace de esto tantos años como sesenta largos, que aprendí las normas de urbanidad, en  aquel librito cuyo contenido practicábamos a diario, so pena de exclusión social. Arrinconadas estas prácticas por ¿retrógradas? y sustituidas por otras prioridades más «éticas» y menos dignas,  a quienes apenas nos quedan canas por peinar, nos dejan perplejos y desconsolados.

Dicho esto, mi satisfacción de hoy tiene que ver con una especia de recuperación mental que me han deparado, también a la puerta de un edificio, un trío de muchachas quinceañeras a las que también he cedido el paso esperando lo peor. Y esta es la maravilla; ellas pretendían darme la prioridad y yo, cargado de convicción íntima, pese a mis tribulaciones traumáticas, he recurrido a mi urbanidad soterrada y con la mejor de mis sonrisas he sentenciado: «por favor, primero las damas porque yo soy muy antiguo y así lo aprendí hace muchos años». De inmediato, he estado a punto de protegerme recordando que el primer sornabirón coloquial de la compañera volviera a repetirse de nuevo, y en esta ocasión, corregido y triplicado. 

Pues no. Con la más deliciosa de las simpatías han aceptado mi cortesía, coreado su agradecimiento a mi gesto y, su desenfadado aire juvenil, brillado con la mejor de las sonrisas.

No es que quiera generalizar conductas, porque afortunadamente, en esta ocasión como en tantas otras gana la mayoría por goleada. Especialmente entre la gente que aprendió hace muchos años a convivir con otros principios.


viernes, 8 de agosto de 2014

DAFNIS Y CLOE, VEINTE SIGLOS MÁS TARDE



Un grupo de jubilados caminan pasmados por la «Senda del Colesterol» después de haber presenciado involuntariamente uno de esos espectáculos entre amorosos y sicalípticos de los que, según parece, empiezan a proliferar más de lo que sería razonable por estos pagos celtíberos. El asombro de nuestros amigos no lo es tanto por el hecho contemplado cuanto por las circunstancias que lo acaban de rodear. Sin duda, es consecuente con el espectacular avance de la moderna pedagogía de la procreación y los desatinos mentales que la manipulan. Porque, todo hay que decirlo, para quienes crecimos entre soplamocos, varapalos y cotos cerrados ―al menos eso es lo que afirman los libertadores de la estrechez, la hipocresía burguesa y otras zarandajas morales en las que se afirma fuimos educados los adolescentes de otros tiempos algunos avances de la «tolerancia» más que pasmados nos dejan desconcertados.

El hecho es que nuestros amigos daban su diario paseo río Arlanzón arriba, siguiendo saludable estrategia médica para combatir colesteroles, cuando una pareja quinceañera, ella y él envueltos en carantoñas, besuqueos, arrumacos y tambaleos, a duras penas lograban avanzar paralelos a su caminar. Trenzados por brazos y piernas y con el pulso cabalgando al límite del éxtasis erótico, arriban a un chopo próximo a la senda y, sin más preámbulos que los necesarios, prolegómenos que no es preciso enumerar por obvios—, culminaron sus ardores adolescentes entre ímpetus, jadeos y éxtasis apoteósico. Y para que la anécdota supere todos los límites de lo razonable, completaron esta su hazaña sin recato alguno e ignorando la presencia de los caminantes que, como el grupo, contemplaron atónitos la escena.

Ni gestos airados ni reprobación alguna de los paseantes estorba tan «idílico» proceso y el dúo interpreta su partitura como quien recoge hongos en otoño. Nuestros amigos, anclados aún en los principios de su educación denostada, llenos de estupefacción y algunos sonrojos, dan en recordar otros tiempos y otras aventuras paralelas. «No es esto», pensaron. «Cierto que más de un celtíbero o  celtíbera ha sido fruto arriesgado de escarceos semejantes, al amparo del ocaso en una romería abundosa de pitanza, rioja y gaita. Así que hasta aquí nada novedoso en estos Dafnis y Cloe de la modernidad, salvando a aquellos de las enormes distancias en cuanto a dignidad y mesura— que ahora, rendidos sobre el césped, unen a la impudicia de su audacia la derrota de sus cuerpos semidesnudos.
 Ontillera
01/08/2004

Como se verá por la fecha, el precedente evento fue contemplado hace hoy exactamente diez años. Durante este espacio de tiempo, ha permanecido guardado en la memoria como un hecho puntual sin otras dimensiones que las propias de la ¿irreflexión y el aturdimiento? ¿O acaso el desafío a los principios morales denostados? Sin embargo la coincidencia de una encuesta de despropósitos para relatar primeras experiencias al caso, me ha obligado a recordar.

Efectivamente; mi afición a la radio, en particular al espacio de Onda Cero, «Herrera en la Onda», me ha permitido averiguar que las conductas se han superado notablemente. En una de las secciones de las que se compone el programa, participan los oyentes para aportar sus experiencias en torno a un tema propuesto. En esta ocasión el argumento pretendía mostrar particularidades íntimas y anecdóticas de la «primera vez» (ya se me entiende). Las intervenciones de los comunicantes, variopintas, chuscas o jocosas, discurrieron provocando las carcajadas más estridentes de los periodistas del programa. Especialmente, cuando uno de los llamantes vigilante de una piscina pública contó algunas de sus experiencias y una especialmente desconcertante.  

Abarrotada aquella de bañistas de todas las edades, el cuidador mostró cierta perplejidad al comprobar que una gigantesca toalla, extendida entre la afluencia, cubría un bulto considerable que se movía con un ritmo harto sospechoso. Imaginando los motivos del traqueteo, levantó la toalla por una esquina ―tan discretamente como pudo― y descubrió la causa del maremoto erótico. Los protagonistas, a punto de culminar su éxtasis, lejos de pedir disculpas o mostrar alguna forma de rubor, le pidieron un último minuto de prórroga porque el lance estaba a punto de concluir.

Así lo contó el oyente y así lo cuento yo para quien quiera juzgarlo.

Tal parece que los nuevos tiempos en las relaciones de pareja no impongan límites ni a la indiscreción ni a la audacia. Un concepto nuevo de los valores del sexo no tiene por qué convertirse en un descenso vertiginoso e incontrolado hacia la indignidad y el impudor. Cierto, nada de hipocresías trasnochadas ni tapujos alienantes que desdibujen lo más hermoso de la vida y sus orígenes pero tampoco ninguna concesión a las veleidades de simios en celo con todo el respeto que nos merece esta especie a la que parece estamos emparentados. Si hemos de seguir siendo seres humanos, inteligentes, conscientes y coherentes debemos, cuando menos, alarmarnos y cuestionarnos si ese es el camino adecuado para liberar supuestos tabúes y declarar sin ambages que semejantes comportamientos no solo no se corresponden con nuestra dignidad sino que degradan la especie.
Ontillera
01/08/2014

miércoles, 6 de agosto de 2014

EL TACO

El conocido periodista don Manuel Campo Vidal juzgaba negativamente el extendido hábito del «taco» como muletilla frecuente en entrevistas y otros debates en la radio y televisión. Algo que forma parte del paisaje coloquial celtíbero ―frente a unas cañas de cerveza por ejemplo―, no parece lo más adecuado para dignificar la labor de periodistas y políticos cuando el ejercicio de la profesión de unos y la presencia institucional de otros demanda prudentes maneras en el hablar. No voy a ser yo quien añada nada al juicio adverso de don Manuel ―que por otro lado comparto― salvo el hecho de que semejante hábito y en niveles superiores al taco, es algo que demuestra la extendida pobreza en el uso de nuestro lenguaje, salpicado de expresiones abruptas a poco que uno tropiece con la oreja mientras camina por las aceras.



Aún recuerdo aquellos años en los que blasfemar era una falta penalizada con multas de «hasta cincuenta pesetas» cuando el protagonista lo hacía en lugares de concurrencia pública. Incluso permítaseme una frivolidad para mostrar el candor de algunos blasfemos de la época que sustituyeron socarronamente su hábito malsonante por expresiones para el regocijo como lo era aquello de quien, especialmente airado, estaba dispuesto a depositar sus heces coloquiales sobre «los chinches de la cama del sacristán» o «en las troneras del templo parroquial».

En el ámbito coloquial de nuestros tiempos se ha producido un cambio radical y generalizado en el uso de estas «muletillas» por demás semejantes a lo que en otros tiempos era inherente a la condición de carreteros y gañanes a quienes lo soez se indultaba por razón de oficio. Según parece, determinados exabruptos eran la mejor de las fórmulas para estimular a la obediencia de las bestias a las que conducían y, de paso, descargar la ira contra las anarquías y desencuentros que la irracionalidad de los animales provocaba.

Pues bien; tal parece que en estos tiempos se ha recuperado el hábito del taco ―en tono menor― y la palabrota ―en agudos con do de pecho― como fórmula de desahogo en algunos casos y como «cantinela» curalotodo en otros. Incluso no es nada infrecuente que la belleza y el encanto del hablar femenino se haya visto invadido por esta forma de expresión salpicada de desbarros, cuando menos poco elegantes. 



Desde luego la libertad y la igualdad caminan paralelas y a nadie se le puede reprochar el uso a su antojo del vocabulario y las interjecciones malsonantes por razón de sexo. Faltaría más. Sin embargo, permítaseme cuando menos una cierta perplejidad consecuente con la dilatada experiencia del vivir. Ahora, en las generaciones de las nacidas en los años cuarenta a sesenta no es fácil escuchar exabruptos en la mujer acostumbrada a otros modos más discretos en la conversación. Y, si alguna incluye en la tertulia algún taco de bajo calibre, no sólo no resulta reprobable, sino que sirve de aliño jovial al conjunto de la expresión. 


Pero coincidir con un grupo de ruidosos/as quinceañeros/as, en plena lucha verbal por sacar adelante sus propuestas lúdicas, puede revelar la zafiedad más deplorable para quien no está curtido en los modales de la relación moderna entre amigos y amigas. Y aquí es donde está el meollo de la inelegancia. Los «acogotados» tiempos de los años cuarenta a setenta, repletos de censura para esta peculiar maña, han dado paso a las libertades democráticas en que, sin saber por qué, han reverdecido aquellas trallas a las que los carreteros añadían sus «sonoras» imprecaciones. 

Sólo una réplica como hombre de letras. Aludir a los atributos masculinos para usarlos envueltos en imprecaciones «de apoyo coloquial» parece que, cuando se pronuncian en bocas femeninas, produce una cierta perplejidad y, para quienes peinamos canas y aprendimos a valorar la feminidad de los modales, un desencanto. 


Por lo demás, mis respetos para el grupo de quinceañeros/as que me han dado la oportunidad, ―por otro lado indeseada―, de participar de su tosco vocabulario, cuando menos, poco cauteloso. Si acaso, reclamar para el futuro un poco más de cordura en los decibelios. Aliviaría un poco la desilusión.



LA PRUEBA DEL NUEVE

LA PRUEBA DEL NUEVE

Hay una red ―«comercial.punto.com»―  empeñada en practicar la «prueba del nueve» con irreprochable generosidad en todas sus ofertas. Siempre elude el redondeo para que  los posibles clientes, alentados con tan espléndida liberalidad, agradezcan sus rebajas y se sienten privilegiados cada vez que un artilugio que vale cien euros, cincuenta o cuarenta sólo hayan de pagar por el primero 99,99€, por el segundo 49,99€, por el tercero 39,99€ y así un largo etcétera con baile a la baja de millares, centenas o decenas, en ofertas que increíblemente encandilan a las mentes. Es obvio que algún mecanismo cerebral elimina de nosotros la racionalidad para hacer el juego a las leyes del consumo y sus atractivos comerciales.  



Es todo un alarde del moderno marketing capaz de convencer al cerebro de que la rebaja aludida no deja de ser una sensible atención al cliente. Incluso la devolución del céntimo es todo un símbolo de la cordial aceptación del ardid comercial.

La evidente ironía con la que pretendo juzgar esta fórmula de atracción de ventas, no lo es tanto si analizamos que se trata de un hecho universal y que la mente humana acepta de muy buena gana el más que evidente artificio. Porque cuando algún posible comprador transmite a terceros el precio de la cosa, jamás redondea y acepta los noventa y nueve céntimos como un dato decisivo para la aceptación final de compra.

Supongo que la psicología dispondrá de algún argumento para analizar el porqué de semejante fractura mental pero, por nuestra cuenta, sólo podemos asegurar que el valor de las cosas, por muy engañoso que se presente, adquiere un punto de vista nuevo que altera el sentido común  y estimula a los compradores.  Todo es cuestión de eludir algún dígito en las decenas, centenas, millares, etc. para que la «prueba del nueve» resulte comercialmente cuadrada.

miércoles, 30 de julio de 2014

GRAFFITIS Y GRAFFITIS

Hay que convenir en que algunos de nuestros estudiantes y, otros afines, merecen todos los elogios para una conducta como la suya, capaz de sustituir su tiempo de libre disposición y albedrío, por el admirable afán de acrecentar su caudal de conocimientos de expresión escrita y convertirles en una  muestra solidaria de sus excepcionales aptitudes. A poco que uno preste atención a sus «muestras gráficas» puede llegar a numerosas conclusiones. Entre ellas, la de que no son banales sus esfuerzos y que representan un futuro halagüeño para el desarrollo de las actividades profesionales, sociales, culturales y económicas de las futuras generaciones. Trazos de firmeza concluyente muestran un decidido empeño que les permitirá superar dificultades y obstáculos; inclinaciones de rasgos a un lado y a otro de su escrito confirman la indudable tendencia de contactar con los demás (espíritu de equipo); escritos ascendentes responden a actitudes vitalistas; líneas horizontales nos indican un carácter firme que no se deja llevar por el entusiasmo ni por el desánimo...etc.  En fin, un excelente abanico de personalidades dispuesto para afrontar los retos del futuro con las máximas garantías de éxito.  

Incluso hay ocasiones en las que se descubren muestras de solidaridad hacia alguna persona sobresaliente por sus hazañas deportivas. Es el caso que se muestra en la imagen a continuación en el que un famoso atleta, cuyos méritos le han hecho merecedor de figurar como ejemplo ciudadano de constancia, esfuerzo y pundonor, al que muestren su incondicional apoyo. Cómo se verá, en él, los escritores han querido plasmar junto a su imagen, el alto grado de estima que les merecen sus hazañas convirtiendo cada una de las firmas en un galardón personal para sus hazañas deportivas.



Uno, que aunque no es muy viajado que digamos, ha podido comprobar, no sin cierta dificultad por su escasez, algunas muestras gráficas de este «arte pendolista» en diversas ciudades y pueblos, que en nada superan en cantidad ni calidad a las que nosotros disfrutamos en Burgos. Es, por demás halagüeño, por ejemplo, que entre la pléyade de peregrinos que discurren por la ciudad, sea frecuente que guarden en su retina la impronta de las más espectaculares muestras de grafismo que abundan a su paso; fachadas, reclamos publicitarios, señales de tráfico, algún que otro árbol, farolas, bancos públicos, muros y monumentos de larga y honrosa historia, estatuas, paneles, mapas de información turística, centros educativos...;  y un largo etcétera, demuestra la «abundante creatividad» que convierte a la ciudad en un claro ejemplo cultural que ofrecer a propios y extraños. Será para cada peregrino un «grato recuerdo» de su paso por nuestra ciudad.

Por otro lado, hay que reprochar a los poderes públicos su desmedido afán por evitar, más o menos eficazmente, que los autores de estos trabajos lleven a cabo sus encomiables esfuerzos de mejora en la expresión gráfica. Se ha dado el caso de que sorprendidos los encargados de esta tarea en pleno actividad de limpieza, coincidieron con un «escritor» de corta edad que provisto de spray (atomizador o aerosol en castellano) iniciaba su tarea diaria «estorbado» por los primeros. Incluso estos cometieron la torpeza de increparle duramente con la ayuda de un paseante que discurría por el lugar. A las voces de reproche acudió el padre del chaval que a punto estuvo de emprenderla a guantazos contra el trío represor. «Mi hijo es libre de hacer lo que le venga en gana en uso legítimo de sus libertades», argumentó.

Una última cosa que añadir. Según los poderes públicos municipales, los trabajos de aseo que «estorban deliberadamente la legítima libertad señalada» supusieron el irrisorio gasto de quinientos mil euros en el año 2012.
un burgalés paciente

ESTO, ES OTRA COSA:


lunes, 28 de julio de 2014

COSAS DE LA LUNA Y EL SOL

Hace ya de esto muchos años, tantos que ya he perdido la cuenta del momento de la anécdota que me ha recordado el aniversario de los cuarenta y cinco años cumplidos desde que el primer hombre puso sus pies en la luna. Fue en el día 21 de julio de 1969 cuando el comandante Neil Armstrong puso su pie en la superficie lunar. Eran las 2:56, hora internacional. Seis horas y media antes, el módulo lunar se había posado al sur del Mar de la Tranquilidad.

«La televisión transmitió en directo este acontecimiento. Millones de personas, en todo el mundo, asistieron con emoción al momento en el que, por primera vez, el hombre llegaba a la Luna. Primero bajó Armstrong y el mundo entero contuvo la respiración. Entonces, se le oyó decir aquella frase que ha pasado a los libros de historia: «Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad».




Sin embargo, y por lo que se ve, no parece que el desarrollo del proyecto y el resultado final de la llegada, hayan confirmado definitivamente  la credibilidad de la hazaña a lo largo de los cuatro puntos cardinales de la esfera terrestre. Desde luego tampoco en la piel de toro. Porque este día, siguiendo habitual costumbre diaria de la emisora de radio Onda Cero, se convocó también al auditorio de «fósforos» ―según peculiar apelativo para los adictos al programa― para que mostraran sus personales vivencias en el momento del alunizaje. El que más y el que menos, vivió, según pude comprar, desde en múltiples estados de inquietud, considerando la audacia como un riesgo alarmante para la integridad física de los astronautas, hasta una tensión de las de pellízcame que no me lo creo.  Pero no todo fueron parabienes porque, entre los fósforos, se despachó uno que, libreta en mano y recopiladas en ella las sucesivas visitas a la luna que, según en él, en ningún caso se produjeron, dio por hecha la falsedad porque se abortó la difusión televisiva de las mismas y eso era muy sospechoso.

¿Que qué tiene que ver todo esto con la anécdota de escuela prometida? ―en este caso de una maestra destinada en un agreste lugar del páramo burgalés―. Pues en que, en este caso, se coordinaron la desconfianza y la rudeza del opinante al considerar absolutamente falsa de credibilidad la rara costumbre de la Tierra que se pasa cada uno de los trescientos sesenta y cinco días empeñada en un ciclo anual para dar la vuelta alrededor del Sol. Y desde luego nada más aberrante que enseñar a los niños que el Sol no se mueve y que es la juguetona Tierra la que se entretiene girando a su alrededor durante las veinticuatro horas con las que completa el día.


(Imágenes en Google)

La niña, hija del pastor de ovejas del lugar, volvió triste y compungida a clase al día siguiente de la lección aprendida. Por lo visto, el padre llegó a considerar a la profesora como farsante y reo de falsedad, cosa que ofendía al cariño que ella la profesaba. «A él le podían venir con semejantes monsergas después de comprobar día a día, desde los doce años que sus padres le dedicaron al pastoreo, quien se movía alrededor de quien». «¡¡El sol —le había dicho a la pequeña, entre irritado e insolente—, sale por las mañanas por detrás de los riscos de la Cueva del Moro y, después de pasar a lo largo de la mañana y la tarde por’cima de mi cabeza, las de las ovejas y el perro, al atardecer desaparece por detrás del aprisco del señor Matías y yo jamás he sentido semejante baile de la tierra que tengo bajo los pies!!». 


Algunos improperios más debieron de salpicar semejante desaire y la señorita, con buen criterio y conocida la terquedad del descreído, prefirió dejar para mejor ocasión una lección particular al pastor y consoló a la alumna con la respuesta de que el tiempo lo cura todo, incluso aunque la tozudez sea un mal irreparable en algunos casos, y que sólo se puede arreglar con inteligencia y la cultura que ella estaba atesorando.
Ontillera
Julio 2014

jueves, 24 de julio de 2014

ATENCIÓN CICLISTA URBANO



Tengo a gala el haber conseguido acomodarme a los nuevos tiempos, aun con sus virtudes y yerros, y aunque mantengo el talante abierto a todo, no puedo por menos que sentir algunas perplejidades que, a menudo,  me dejan sumido en un pasmo.

Es el caso que he reiniciado mis habituales correrías por el carril bici, según me estaban reclamando con insistencia mis extremidades, mis tendencias lúdicas de jubilado y, por qué no decirlo, mi familia que quiere para mi vejez la práctica de un poco de ejercicio al aire libre, según sabios consejos de la naturaleza y los facultativos de turno. Incluso, para mi seguridad física y mental, mi esposa, hijas y nietos me encomiendan cada día a toda la corte celestial para que no cometa imprudencias y regrese indemne. Léase con el vaquero rasgado, la moradura en el pómulo y la bicicleta para cambiar de modelo.

Pero no es esto lo que quiero relatar hoy.


Siempre suelo incorporarme al carril bici en el mismo lugar y con las mismas precauciones de prudencia que, entre el sentido común y los reflejos reducidos por el tiempo, me aconsejan. El caso es que, delante de mí, pedaleaba airoso otro aficionado siguiendo escrupulosamente la derecha del carril y sin invadir en ningún momento la acera peatonal que discurre paralela y unida a este. En esas estábamos ambos cuando a unos escaso metros por delante, un par de comadres, entretenidas en alegre parloteo, caminaban ocupando ambas direcciones de nuestra vía. Clamorosa usurpación, según se verá, que mi colega resolvió haciendo sonar el timbre con una alegre cantinela capaz de estimular al más reacio de los peatones y que hizo reaccionar de manera furibunda a las dos caminantes. Efectivamente; ambas mujeres dejaron libre el centro de la ruta no sin disgusto y al tiempo de increpar al intruso que, según ellas, desconocía la más elemental de las reglas del ciclista ciudadano. La señal que preside este relato es un lema que practicamos todos, o al menos la mayoría sensata, no por imposición sino por convicción y sentido común. Haciendo caso omiso del vocerío, mi camarada siguió su rodar, ahora ya libre y, probablemente bastante pasmado como lo estaba yo.

Escarmentado en cabeza ajena, al llegar a la altura de las mujeres, que erre que erre seguían caminando por el carril y ahora vociferando contra la falta de civismo de los ciclistas, tomé la decisión de superarlas, adelantándolas por la acera peatonal justo en el momento en que, inopinadamente, se incorporaba a esta una madre empujando el carrito con su bebé. Así que por escapar de un enredo me metí en otro porque la señora, esta con excelentes modales, me reprochó a mi también el uso de su espacio, dicho sea de paso, con todo el derecho del mundo.

Según esto, necesito que, desde los poderes públicos, alguien ilumine mi cacumen herido y me resuelva este embrollo porque, entre ambas alternativas discutibles, a mí sólo se me ocurre la posibilidad de cargar la bicicleta a los hombros y caminar con ella hasta los caminos por los que antaño discurrían los animales de labor en las tareas agrícolas. Que en realidad es lo que hacíamos los chicos de los años cincuenta cuando el carril bici no era ni siquiera una quimera.


Don Ramón de Campoamor me hubiera dicho que

«En este mundo traidor,
nada es verdad ni mentira,
todo es según el color
del cristal con que se mira», 

Ontillera
Julio, 2014

viernes, 20 de diciembre de 2013

PETARDOS



Algunas perplejidades lleva uno acumulando a propósito de la tolerancia y sus peculiares interpretaciones. Nada que objetar al desenfadado uso de explosivos que configuran la Navidad, hace ya algunas décadas, porque sencillamente no hay prohibición que lo impida ni valiente que se atreva a regularlo. De tal manera que hasta los canes suspiran porque llegue la cuesta de enero y con ella se acaben los euros para el derroche y los fogonazos para el pánico.

Viene a cuento el tema porque, con la mejor intención de añadir calor musical  al calor humano que se respira en la calle, hay un huequecito para la costumbre más enraizada y menos estruendosa que permite a los nostálgicos de las tradiciones el disfrute sin riesgos de los cánticos navideños en la vía pública.

Como iniciativa del Ayuntamiento, todos los años por estas fechas, hay colectivos que dedican su bien hacer  musical interpretando antiguos villancicos que suscitan emociones, entre añoranzas y recuerdos familiares vividos antaño al calor del hogar. Son grupos corales que ponen todo el  afán en dedicar unos minutos de su tiempo y afición para colorear con sus voces la  iluminación navideña de calles y plazas.

Sólo hay un algo indescifrable que no parece competir serenamente con tanta luz y color y que salpica el aire festivo con detonaciones, a veces tan estruendosas, que más parecen violencia desatada que argumentos para estimular al jolgorio.

Así estábamos algunos disfrutando a duras penas del canto rodeados por el alevoso que, a pocos metros del estrado, explotaba sus petardos desafinando tonos, compases, melodías y temples.El corro lo conformaban un nutrido grupo de varones a todas luces “quinceañeros”, con alguna presencia femenina, convertidos todos en acólitos del dinamitero que parecía ser el líder recompensado con carcajadas de sus divertidos "acólitos". Lo cierto es que, aunque nosotros lo pasamos bastante incómodos e irritados, ellos parecieron disfrutar de lo lindo con su hazaña. Hasta ahí, miel sobre hojuelas aunque mal repartida como queda dicho. 

Terminó nuestra intervención y se suspendieron los estampidos hasta que subió al estrado el siguiente grupo. Con las armonías de los nuevos cantores, se recrudecieron los petardos, el ruido y el enfado, esta vez del público deseoso de disfrutar del concierto en paz aunque tan  deslealmente acosado. Dos señoras intentaron sugerir un poco de cordura a los adolescentes y el resultado no pudo ser más desolador porque, estimulada la vis saboteadora, la secuencia de estampidos se hizo ahora más acelerada entre insolencias y malos modos. Alguien intentó de nuevo atemperar al “dinamitero” con argumentos de la “LOGSE” bienaventurada (tolerancia, buenos modos, argumentos democráticos, solidaridad, respeto mutuo y otras sensateces al caso…) y el estrépito de las explosiones se hizo más poderoso tan pronto el ingenuo terminó su propósito conciliador, salpicado de risas, burlas y descaros,  mientras rezongaba un exabrupto de impotencia...
Al fin y al cabo "son chicos...." ¿?


28-diciembre-2012

jueves, 25 de julio de 2013

GRAFFITI

(Burgos) Paseo de Atapuerca 25/julio/2013 

Desde su más remota existencia, el hombre primitivo mostró sus afanes pictóricos en cuevas y cavernas en las que dejó su huella mágico-religiosa ―según se cree― para propiciar la caza. Sin duda, ambas muestras representan la completa integración del arte, la religión y la vida cotidiana de aquellos remotos antepasados. De manera que nada nuevo hay bajo el sol en cuanto a los valores culturales que ello significa.


Tampoco es nada nuevo comprobar que, a lo largo de los siglos, las representaciones pictóricas han mostrado espléndidamente la capacidad humana para plasmar la belleza que le rodea. Sin otro propósito que el de contribuir a embellecer y perpetuar toda suerte de espacios naturales, personas o eventos, las habilidades artísticas de los mejor dotados han plasmado con el arte gráfico el relato permanente de la vida del hombre sobre la tierra.



TAGS
A finales de los sesenta los adolescentes en la ciudad de Nueva York empezaron a escribir sus nombres en las paredes de sus barrios, aunque en realidad utilizaban pseudónimos, creándose así una identidad propia en la calle. Estos chicos escribían para sus amigos o incluso para sus enemigos. Quizás el ejemplo más significativo y a la vez el más conocido por todos sea el de Taki 183, un chico de origen griego que a la edad de 17 años comenzó a poner su apodo. Su verdadero nombre era Demetrius (de ahí el diminutivo “Taki”) y 183 era la calle donde vivía (poner el nombre de la calle fue un elemento usado por muchos más escritores). Taki trabajaba como mensajero y viajaba constantemente en el metro de un lado a otro de la ciudad. En el trayecto estampaba su tag (firma) en todos los lados, dentro y fuera del vagón. Estos actos le convirtieron en un héroe y poco después cientos de jóvenes empezaron a imitarle.



En los últimos tiempos, la proliferación de “tags” en la calle  convierte a ésta en lo más parecido a una erupción cutánea capaz de eclipsar cualquier espacio, incluso la belleza de los más preciados monumentos del recinto urbano. Su audacia no tiene límites y abarcan toda clase de superficies; mobiliario urbano, rótulos de información cultural y turística, señales de tráfico, árboles, farolas, rótulos comerciales, escaparates, trenes, coches y cualquier otro espacio, público o privado a su alcance…













Según informan desde la Unidad de Salud e Inspección Ambiental (USIA) del Ayuntamiento de Burgos, en lo que llevamos de año, se han limpiado unos 60.300 metros cuadrados de pintadas en la capital burgalesa, lo cual ha supuesto más de 1.000 actuaciones. Para ello, han sido necesarios más de 6.400 litros de pintura y el coste de estas intervenciones ronda los *500.000 euros anuales, importe aproximado de 50.000 menús del día capaces de alimentar a otros tantos comensales en situación laboral crítica) 

GRAFFITI
Por otro lado, la espléndida capacidad creadora de los muralistas plásticos convierte en luminosa y atractiva cualquier pared o superficie cuya gris presencia desmerece del resto de espacios que la circundan. En ocasiones, la única manera de liberar puertas o persianas comerciales del acoso indiscriminado de “tags” consiste en financiar un graffiti artístico que, tácitamente, será excluido de su objetivo por los llamados “escritores”.










*

jueves, 3 de enero de 2013

AUTOESTIMA

En los últimos tiempos parece haberse desatado un afán desmedido por mostrar la estima entre las personas con una palabra que sobrevuela ambientes y relaciones, especialmente comerciales, con el evidente deseo de acariciar la voluntad del receptor. Se trata del término cariño y es vocablo mágico que rueda sin cesar y que provoca, aunque no siempre, sensaciones de halago junto a algún que otro gesto huraño de quien sólo la tiene reservada para las relaciones más estrictamente familiares e íntimas.

Habitualmente soy el encargado de llevar a casa la barra de pan como una de mis tareas domésticas que llevo a cabo diariamente, junto a otras de mayor calado que no deseo mencionar por razones que no vienen al caso. Lo cierto es que un día más se ha repetido la experiencia del breve diálogo establecido antes de que la compra del pan se haya consumado.


Y es un primor porque siempre se repite el mismo:

-          Yo - ¡Buenos días!
-          La panadera - Hola, buenos días, ¿qué te doy cariño?
-          Yo - Una barra de pan, por favor.

Es tan habitual, que se produce con idéntico entusiasmo y por una gran mayoría de dependientas, cualquiera que sea lo que vendan. Pero hoy la cosa ha superado todos los límites de la amabilidad porque, una vez abonado el importe,  la salida del recinto ha sido gloriosa:

-          Yo - ¡Adiós, buenos días!, me despido cortés.
-          La panadera - ¡Adiós, cielo!, me contesta.

No hace falta ser muy perspicaz para deducir la alegría íntima con que he acariciado la mañana pensando que el mundo empieza, por fin, a ser de chocolate, aunque sea para comprar un par de zapatos o, como es el caso, una barra de pan. Casi quince lustros de vida a cuestas dan para muy pocas sorpresas en el diario vivir pero esta de hoy, además de insólita, ha conseguido reverdecer mi autoestima (conste que prefiero lo del amor propio de toda la vida) un tanto devaluada por el pelo cano, las prótesis y alguna que otra gotera motriz que ya apunta cuando me levanto del suelo después de jugar con mis nietos.

Porque acostumbrado a la sobriedad castellana de las efusiones sonoras, en las que hasta los ósculos más pudorosos se administraban casi exclusivamente para despedidas y llegadas, esto, unido a los besos a la rusa que tanto se prodigan hoy, conforman un dispendio consolador.  

El diccionario de la RAE dice, entre otras acepciones, para la palabra cariño:
4. m. Esmero, afición con que se hace una labor o se trata una cosa.
En este caso me parece un tanto exagerado para gratificar la compra por un valor de ochenta céntimos

Para la palabra cielo, dice:
6. m. coloq. Persona o cosa consideradas cariñosamente con embeleso. 
Demasiado universo para un simple comprador del pan nuestro de cada día.

ZODIAC

Gijón siempre ha sido nuestro refugio preferido en las escapadas en busca de terapias de remedio contra la ansiedad. Esos espacios grises en...