lunes, 4 de marzo de 2013

CHRISTA McAULIFFE




Los vuelos espaciales tripulados, que se habían convertido en rutina, dejaron de serlo por la sola presencia de una maestra entre los tripulantes. El proceso de selección y las pruebas a que hubo de someterse esta “ maestra-nauta” para participar en el vuelo no eran sino mínimos accidentes cuya importancia se diluiría entre la evidente carga emocional que el hecho contenía. No es difícil suponer esta evidencia en una persona en permanente contacto con el mundo infantil de la ilusión y la fantasía.

Las lecciones de la señorita Christa McAuliffe desde tan insólita escuela del “Challanger” iban a provocar el mayor de los impactos en los atónitos escolares americanos. Ella había preparado meticulosamente sus lecciones. Ningún cabo sin atar faltaba en su excelente programación y el material disponible para el desarrollo de los temas no podía ser más preciso; en su ingrávida estancia, ella explicaría la ingravidez; desde su singular mirador, explicaría los movimientos de la Tierra que señalan los días y elaboran el ciclo anual de las estaciones; desde allí acreditaría la grandiosidad del universo, espectáculo del que formamos parte...



El ingenio humano rugió poderoso y una vez más se incendió el contenido de sus entrañas para ascender arrogante a su previsto lugar orbital. Ninguna imprevisión, ningún detalle olvidado, ningún cálculo al azar... Docenas de técnicos empeñados, tras sus artilugios de control, en el éxito de la empresa... Todo en vano. La máquina, sacudida violentamente por los efectos de un fallo escapado del minucioso control, se convirtió en breves instantes en una gigantesca bola de fuego que envolvió al precioso contenido humano y con él a nuestra compañera. De inmediato, docenas de hombres iniciaron la penosa cuenta atrás del porqué...

Miles de maestros en miles de rurales o urbanas escuelas de todo el mundo programan sus ilusiones cada día al igual que la señorita McAuliffe para compartirlas más tarde en el aula. Como ella también sueñan con el poderoso auxilio de los elementos didácticos, nunca tan espectaculares obviamente, que muy contadas veces consiguen. Y cuando la victoria de la ilusión sobre el desencanto espolea su ingenio, las luces de la imaginación iluminan su mente y esta convierte en insólito lo que sólo es un recurso de su afán educativo.


(Imágenes tomadas de la WEB)

Christa McAuliffe iba a disponer de un fabuloso ingenio humano para hacer realidad el sueño dorado de unas lecciones magistrales y un lamentable falló se lo impidió. ¿Por qué?

Quizá el señuelo de lo espectacular atrajo poderosamente sus afanes y le hizo olvidar momentáneamente que el maestro es un ser callado, nada espectacular y frecuentemente desconocido. Que el valor supremo de su esfuerzo docente radica en la acumulación de actos sencillos y diarios, generadores de hábitos y conductas positivas. Que el calor humano de su presencia en el aula no iba a ser ensombrecido por lo insólito de sus lecciones espaciales. Que los niños de su clase agradecerían más el soporte de su cercanía estimulante y orientadora que su remota presencia en una imagen televisada.

Descanse en paz Christa McAuliffe y reciba nuestro sencillo homenaje de compañeros solidarios con su gesto y su ilusión. Desde la humildad de nuestros recursos seguiremos mostrando el talante humano que los chicos nos demandan. A pesar de nuestras limitaciones, continuaremos penetrando en su limpio mundo para intentar acomodarlo sin traumas al real.


E. García Sáiz
Burgos, Febrero/1986
C.P. “Francisco de Vitoria”)

jueves, 28 de febrero de 2013

UNA INVITACIÓN

Hubo una época, en la que mi permanente deseo de recordar, me impulsaba a coleccionar hechos del vivir con el propósito de convertirlos algún día en materia para el recuento de experiencias. Tecla en mano, me lanzaba al folio inmaculado y añadía un nuevo cromo para mi colección de episodios y recuerdos; excursiones y veladas en familia, viajes con mi Coral favorita, recuerdos de tiza y escuela, anécdotas para el regocijo…, a los que últimamente añadí mi versión particular de cuentos para dormir. Ello para convertir el sueño de mis nietos en un dulce despertar que invariablemente desembocaba en toda suerte de preguntas entre inquietantes y curiosas; sobre la casa en que nací, mis padres, mis hermanos, los amigos, el río, las fiestas, las celebraciones religiosas, la fruta “prestada”, el cerdo convertido en puzle, la escuela, los maestros, los palotes, la enciclopedia, los godos, la regla de tres, el mapa mudo, el catecismo,  las monjas tras las celosías, la primera comunión, la vestimenta de monaguillo, el río, la pesca, los mercados, los pepinos afanados, el Sr. Antonino -guardia municipal-… Todo ello tenía una respuesta amasada con la levadura humana del entorno que envolvía cada relato y que conformaba un ambicioso inventario de evocaciones con destino al  libro abierto de la historia familiar. Así llegaron a buen fin las Memorias de un Sexagenario Adolescente que tantas alegrías me está proporcionando. Bendita sea la benignidad de mis lectores, a los que debo semejante placer y, desde luego, a la ayuda que me han prestado para llevar a cabo este proyecto sin concluir en “desastre económico”.

Dice Alaska, cantante a quien admiro por su bien decir y su verbo cálido, que, sin duda, padece de un Complejo de Diógenes solapado por cuanto su tendencia a coleccionar es algo atávico en ella. Y por ahí parece que camino yo –salvando diferencias a su favor–  como alma gemela que tiene la casa repleta de cosas, generalmente  poco útiles como ya he dicho, pero que nunca serán sustituidas por unos resabidos píxeles incapaces de palpar el valor humano de cada objeto guardado. Así que, bendito Complejo que a ambos nos ha llevado a aferrarnos al nimbo que cada cromo sustenta.

Y este es mi preámbulo, acaso tedioso, para desvelar mi propósito. Como acabo de relatar, soy un coleccionista nato empeñado ahora en reunir lectores en torno a mi humilde libro de Memorias.  Quiero para todos los que así lo deseen, la oportunidad de juzgarlo gratuitamente y de paso disponer de una especie de manual de recursos del abuelo, destinado a compartirlos con los nietos a la hora de dormir. No, no se trata de leérselo a ellos. Mi propósito es que hurguen en su memoria como yo lo he hecho y descubrirán cuán hermosa ha sido su vida, y en cuántas pequeñas aventuras hemos coincidido. Y lo que es mejor, con cuánta gratitud lo recibirán los pequeños. 

Ah¡ y no se alarmen si los niños se duermen antes del desenlace porque ello significará que el relato inacabado volará libre en sus sueños para regresar por la mañana envuelto en preguntas;  -abuelo, ¿y cómo? -abuelo ¿y por qué?, abuelo ¿y dónde…, y abuelo…, y abuelo………………..?

Pinchar en el enlace que incluyo debajo del libro y en unos instantes podrán tenerlo a su disposición con todo el cariño de quien lo escribió.
Eduardo García Saiz


miércoles, 27 de febrero de 2013

ESTÁ DE MUERTE

Carlos Herrera, excelente comunicador de Onda Cero, muestra diariamente una extensa selección de contenidos que convierten en especialmente gratas las mañana de la radio en esta emisora. Incluso para los aficionados a la exótica de los guisos, los viernes hay un espacio en que se descubre, a través de los oyentes, la excepcional variedad de aportaciones que estos tienen para elaborar nuevos guisos re-interpretando otros ya tradicionales. También se comprueba la capacidad de inventiva culinaria con nuevas sugerencias que, a partir de un producto alimenticio propuesto, añaden múltiples formas de aderezo con ingredientes y combinaciones singularmente imaginativas.

Sin embargo, todo esto, que resulta atractivo para los aficionados a la cocina casera, aporta también una rara coincidencia coloquial en la calificación final del guiso que invariablemente termina con la lapidaria expresión,…y está de muerte. 

Ignoro el origen de semejante conclusión ante lo que se supone ha de terminar en un placer gastronómico insuperable. Porque no parece razonable que, después de convertir el resultado en argumento para la gula, uno deba sentir la imperiosa necesidad de buscar acomodo en el tanatorio como resultado del festín. 

Por todo esto, hoy me gustaría recibir información, si alguien la posee, para acceder a los orígenes de semejante aserto porque yo tengo ya cierta congoja de la que espero librarme con la ayuda de algún alma caritativa. Sin llegar a ser un tragaldabas a lo Carpanta, soy persona que a la hora de comer no tiene remilgos reconocidos. Desde luego no soy consciente de haber rechazado menú alguno porque con aquello de la posguerra, no había otra opción que la de comer o ayunar y así aprendió mi generación a no hacer ascos a anda. El asunto es que, como se dice ahora insistentemente, cada vez que una cocinera o cocinero, después de mostrar sus habilidades culinarias, sentencia… y está de muerte, me produce cierto desasosiego. Porque yo preferiría lo de exquisito o delicioso, y en el peor de los casos, cojonudo –como una de las tapas típicas burgalesas– y expresión más castiza que también tiene su aquel. Así que espero no tener que lamentar desde el más allá el haber consumido un guiso moribundo.


"Cojonudo" 
(Imagen tomada del portal de BURGOSPEDIA. Enciclopedia del Conocimiento Burgalés) 

martes, 26 de febrero de 2013

LA MONTERA

“A cantar me ganarás y a ponerte la montera,
Pero tocante al trabajo tienes muy mala manera”
(Muchas veces se lo oí cantar a mi padre...)


Desde hace mucho tiempo, cubrirme la cabeza con una prenda ha sido de esos deseos no cumplidos que a uno lo convierten en sumiso de la estética obligada y resignado al atuendo convencional. Ignoro qué resortes de mi voluntad me han inclinado siempre a semejante despropósito, pero ahora que los años, la vergüenza y la experiencia me lo permiten voy a hacer un intento de razonar el porqué.

Tengo grabada en la mente la inconfundible imagen de mi padre cubierto a diario con airosa boina, que sólo abandonó en los últimos años de su vida y ello por culpa de las migrañas. Sólo se descubría ante Dios y ante cualquier mortal que mereciera su respeto. El aire especial que le confería era una muestra exquisitamente gráfica de su manera de ser. Solía decir que “había que ponerse al mundo por montera” y de verdad que lo hacía. La gracia con que se calaba la prenda, el campechano ladeo que la imprimía y el talante abierto y generoso con que discurría su vivir me permiten llegar a semejante conclusión. Siempre he querido parecerme a él y aún sigo en el empeño. Probablemente así se explique mi inclinación.

Hoy, desde la ternura que me inspira su recuerdo y el profundo respeto que su imagen me infunde, tengo ya elaborada la primera parte de mi tesis; me reconozco indigno de cubrirme con ella porque jamás responderé adecuadamente ni a su talante ni a su dignidad y, desde luego, tampoco a su donaire para llevarla dignamente.

Quede así claro que me he impuesto la doble obligación de ser respetuoso con mi padre y consecuente con mis principios. Con ello, y a mi pesar, queda eliminada la mejor opción de cubrirme las canas con una boina semejante a la suya. Y lo siento porque descartada ésta, no renuncio a cubrir mi cabeza como reclaman mis componentes genéticos, mi incipiente calva y, desde luego, mi soberana voluntad. 


(Imágenes tomadas de la WEB)

He probado toda suerte de diseños, tanto tradicionales como de alta costura, tratando de armonizar mis aspiraciones con la estética del momento, la oferta del mercado y el desembolso más razonable. Desde el sombrero cordobés hasta el tradicional hongo británico he probado de todo. Con el primero, la carga de complementos imprescindibles para llevarlo con el gracejo necesario lo hacían impensable; caballo jerezano, botas altas de Valverde del Camino, un cortijo en Andujar y, lo más difícil, esposa a lo Estrellita Castro. Para el hongo británico no había otra posibilidad que estilizar mi escueta figura de pívot fracasado y cubrirla con traje de príncipe de Gales, paraguas de luto riguroso y, a ser posible, ocupar escaño en la cámara de los Lores. No quiero hablar de mi desencanto cuando me vi obligado a desistir ante el fascinante “salacot” a lo Eudald Carbonell, sin un mal yacimiento arqueológico que llevarme a la pala. Tampoco tuve suerte con la gorra marinera, guarnecida con pasamanería de seda y adornada con brillante ancla al frente. Ni que decir tiene que no poseo ni una tosca tabla de surfing que impulsar aguas abajo del Brullés ―dignísimo río de mi pueblo en el que aprendí el “arte natatoria”― que, además, tiene por fama reducir caudal durante el estío. 

Por mi encanecida testa han desfilado barretinas catalanas, panamás, turbantes ―ahora que están de moda—, gorro cosaco, toda suerte de viseras y cómo no, sombreros; mexicanos, cordobeses, apuntado, calañes, jipijapa, castoreño, chambergo, de copa, jarano, jíbaro, charro, encandilado, flexible, hongo, gacho, redondo, catite, cano, candil, clac, de canal... cascos de bombero, de minero, de albañil, gorritos incas, de cosaco, gorras de baseball, birretes, tejas, penachos sioux, morriones, tricornios… Hasta “El sombrero de tres picos” de Falla he probado. Con la presencia de mis asesoras féminas ―esposa, hijas y nieta― más que elocuentes en el rechazo a cada intento de salir “calado” de la tienda con cualquiera de los tocados que menciono, a punto estuve de desistir y aceptar de por vida mi imagen gris de jubilado primario (recuérdese que nunca fui de Secundaria).

Pero fiel a mi fama de camorro probado ―arriesgando maledicencias, dimes y diretes― y sin el consejo de un docto amigo de los que ahora denostan mi decisión, opté en solitario por calarme lo que más se parecía a mis aspiraciones; gorra negra ―el recio color de la boina de mi padre― y con aire irlandés, sin que sepa muy bien por qué, —acaso porque la capital de Irlanda es Dublín—. Y, lo que es más, animado del propósito de iniciar con ella un proceso de reconversión destinado a disfrutar del bien ganado derecho a vivir de ella a poco que la ocasión me lo depare. 

















domingo, 17 de febrero de 2013

QUIYO





Quiyo es lo más parecido a un hidalgo del sur trasplantado a la meseta castellana. En ella ha encontrado su acomodo como sustituto de un viejo conocido, porque ahora ocupa el espacio que abandonó Zacarías para buscarse la vida por otros derroteros. De éste, poco o nada sabemos salvo que ha dejado en la villa generosa estirpe de nietos, dignos relevos que ahora proclaman la bella estampa del abuelo.

Pero hablemos de Quiyo, nuevo residente en los lares que abandonó su predecesor y que, según parece, apunta también modales de elegancia canina. Su color blanco con algunas manchas negras, le hacen inconfundible y fácilmente controlable incluso en la oscuridad. Hay un detalle, especialmente singular, que recuerda el peinado de algunas testas con una raya central que separa ambos lados del cráneo y que le da un aire especialmente distinguido.

Su carácter inquieto y despierto y su habilidad en el arte de la evasión, le empujan a campar a sus anchas por la villa en busca de ratones y otros animales de envergadura semejante, para quienes se ha convertido en auténtico terror.

Como corresponde a su hidalguía, vive en una señorial caseta, expresamente construida en el jardín, para acomodar allí su estirpe en los tiempos de descanso. En ella se muestra feliz incluso en las duras noches invernales de la meseta. Para combatir el frío y las heladas nocturnas, dispone de un pijama de gruesa lana y corte perfecto que, sin embargo, rechaza airado por mucho que se le razone la imperiosa necesidad de abrigo. Sin duda, sus genes sureños le impiden aceptar la inevitable realidad de las bajas temperaturas y muestra así su inquebrantable bizarría. Por las mañanas, una vez desperezado, asciende las escaleras de la casa y acude con urgencia al tufillo del cuenco, impulsado por la gazuza que le invade como a cualquier mortal. Lo hace con sonoras llamadas de pezuña expresando así sus premuras para hacerse oír. Es parco en consumir y generoso en agradecer. Sólo le irritan las ausencias de los dueños cada vez que estos abandonan la villa, mostrándose especialmente huraño en estas ocasiones.

Los orígenes de Quiyo no son ni enigmáticos ni siquiera desconocidos. Llegó del sur y fue entregado, a poco de nacer, como generoso obsequio de quien deseaba proporcionar consuelo por la ausencia de su antecesor. De modo que su infancia canina no pudo ser más placentera. Fruto del cruce de sus ancestros, los perrillos cazadores de la raza terrier británica con perros andaluces de las zonas bodegueras y graneros de Cádiz, forma parte de la raza de cazadores entregados a la tarea de limpiar las bodegas y graneros gaditanos de los pequeños roedores que se arriesgan a gorronear.

Poco proclive a la conversación, -de lo expuesto no suele hablar ni siquiera en términos de monólogo-  si en alguna ocasión le acucia el deseo de hacerlo, pronuncia sus ladridos en forma un tanto jacarandosa como para recordar el sol y los aires de la tierra que le vio nacer y que sin duda recuerda. Como animal de compañía hay que admitir que se ha adaptado con facilidad al ambiente  rural y muestra, como todos sus congéneres, una especial atención a la compañía de los  niños que son la segunda de sus aficiones.

No es tampoco conflictivo en sus relaciones caninas con otros congéneres de la villa y no parece muy dado a exploraciones que signifiquen riesgo o le provoquen altercados con desconocidos. De modo que no se le conoce participación en grescas que pudieran haber salpicado el alto linaje al que pertenece. Sería tanto como admitir en él modales barrio-bajeros que en absoluto está dispuesto a manifestar.

Aun así, últimamente están despertando en él sus tendencias donjuanescas, superada ya la adolescencia y parece haber encontrado respuesta en un par de perritas que le tienen encandilado. Tanto, que hace un par de días demoró su regreso al hogar provocando las alarmas, que ya creían olvidadas en la familia con la experiencia de Zacarías. Al fin, alrededor de las seis de la madrugada, surgió entre la espesa niebla mañanera con cierto desaliño, inhabitual en su donaire, y con evidentes trazas de haber pasado una noche en plena tarea amatoria.

Así que su acomodo en tierras castellanas está siendo tan elegante como su estampa y modales lo acreditan. 

viernes, 8 de febrero de 2013

CHEMA






Mi amigo Chema, colega en la afición musical, dinámico y servicial por naturaleza, cordial por convicción y excelente bajo, es un perfecto amigo con el que comparto, además de una grande y sincera amistad, la común vocación por la música coral y con el ella el placer de cantar en grupo. Ambos pertenecemos a la Coral de Cámara San Esteban de Burgos y en ella hemos hecho realidad nuestro sueño de interpretar las hermosas melodías del Renacimiento –siglos XV y XVI–, cantar las magistrales composiciones del maestro Tomás Luis de Victoria, entre otros célebres compositores, o sentir pasión por los espirituales negros. Todo esto, que poco o nada tiene que ver con el propósito que pretenden estas líneas, sirve, sin embargo, para advertir en ambos una especie de identidad personal con la que aceptamos toda suerte de principios éticos, permanente proclividad a la tolerancia y, sobre todo, la más consecuente práctica del respeto mutuo como norma de conducta social.

Sin embargo, en los últimos tiempos nuestra perplejidad sube de tono cada vez que el deambular ciudadano de cada día nos depara algunas sorpresas difícilmente aceptables, considerando los principios aludidos. 

Caminaba mi buen amigo por delante de un par de adolescentes, entretenidos en el manejo de un juguete, aparentemente inofensivo que, al parecer, no lo debía de ser tanto. Y digo al parecer porque instantes después de observar la presencia de ambos a su altura, sintió un impacto seco y doloroso en la pierna resultado del disparo del juguete que manipulaban. Chema se paró y encaró a los dos muchachos para censurarles su conducta haciendo uso de los mejores modales de su talante conciliador. El resultado no pudo ser más deplorable por cuanto el principal causante del desafuero, haciendo gala de una insolencia inesperada, admitió insensible la torpeza, se disculpó con impertinente desparpajo y dejó a mi amigo especialmente maltratado por semejante conducta. 

Este hecho, que no define en absoluto a todos los quinceañeros celtíberos, obviamente, sirve de referencia para convertir en inquietantes las frecuentes referencias que muestran comportamientos altaneros como el apuntado. Conductas que sorprenden y alarman a quienes hemos vivido otras formas de relación social, cuando menos más moderadas. Ciertamente son casos aislados pero, lamentablemente, más frecuentes de lo que sería razonable. Especialmente en el ámbito educativo en que el abuso de la tolerancia convierte a los docentes en cautivos de la indisciplina y los malos modos. Inermes ante la singular interpretación de la tolerancia como ámbito para el “todo vale” convierte el esfuerzo educativo en una tarea titánica contra los perturbadores y los indolentes. Los primeros, protegidos por la nefasta permisividad instalada socialmente, y los segundos, incapaces de aceptar el esfuerzo como incuestionable forma de progreso personal, convierten las aulas en un martirio para el reducido grupo de alumnos laboriosos que participan con el profesor en el hastío de unos y otros.

Ya se sabe; “son chicos… " ¿?

martes, 22 de enero de 2013

GALÁN


 Los cazadores matan cada año 50.000 galgos en España


En los siglos IX y X ocurre la colonización de grandes áreas de Castilla coincidiendo con la reconquista. Las grandes extensiones de terrenos baldíos y barbechos producen un incremento de las piezas de caza, consolidándose la tradición a las carreras de liebres con Galgos, práctica común tanto en los reinos árabes como cristianos.

Nos da constancia del aprecio que el Galgo suscitaba en estos años el gran número de leyes que penalizan su hurto o su muerte: Fuero de Salamanca (siglo IX); Fuero de Cuenca; Fuero de Zorita de los Canes; Fueros de Molina de Aragón (siglo XII); Fuero de Usagre (siglo XII)...
De Wikipedia
La Enciclopedia libre

Galgo español ante su hábitat ibérico (de Wikipedia)

Galán
Aún recuerdo, con cierto pesar, a los galgos de mi niñez que se movían por la villa en que nací, colgando de su cuello una larga tablilla que golpeaba intermitente sus patas al caminar. Aquel trozo de madera lo emparentaba yo con la regla intransigente y siempre dispuesta a corregir nuestros desatinos escolares. Ignoraba si los animales también habían cometido alguna travesura y les convertía en reos de semejante correctivo. Porque más parecía castigo que galardón para sus gloriosas cabalgadas y fidelidad. Alguien me explicó que la idea era impedir que, en tiempos de veda de caza, desarrollaran su portentosa velocidad tras las liebres esquivas o cualquier otra presa a su alcance.

Siempre me maravilló su esbelta figura, su elegante caminar, sus velocísimas carreras convertidos en saeta vertiginosa tras la presa sorprendida y finalmente atrapada. Y, sobre todo, su presencia nada alarmante para nuestras pantorrillas cuando pedaleábamos. Tampoco recuerdo que fueran especialmente alborotadores y raramente candidatos en las travesuras con que algunos chicos entretenían su ocio entregados a desmanes con otros canes.

En estos días, he sabido el cruel destino que espera a estos galgos por el mero hecho de haber completado un ciclo de interés mezquino para el hombre. Llegado el momento, son desestimados cruelmente cuando se los considera una carga de la que deshacerse sin derecho alguno a recompensa. También he descubierto que en los últimos años se ha hecho corriente el mantenimiento de Galgos Españoles como animales de compañía. Son nobles, tímidos y aceptan bien la vida doméstica. Incluso su capacidad para compartir habitáculos comunes los convierte en excelentes compañeros de gatos y, sorprendentemente, también de conejos. 

Galán, como otros muchos galgos, había cumplido el pasado verano con su habitual esfuerzo y eficacia las tareas de certero perseguidor de liebres y conejos, a los que daba caza para colmar el morral de piezas abatidas y con ellas la vanidad de su dueño. Era final de temporada y el cambio de la casa de campo a la morada ciudadana hacia incompatible la presencia del animal en el reducido espacio de una vivienda de pocos metros. Al menos esa era la conclusión del cazador y por ello decidió abandonarlo. 

Y, entre todas las alternativas detestables, la más insólita de las muchas que acosan a estos animales terminó con la vida del can. No, no serían ni la escopeta, ni la cruel soga al cuello, ni el veneno o el agujero de un pozo. Ni siquiera el abandono a su suerte en la turbamulta urbana. Había muchas horas de placer cinegético compartido y el azul de la mirada del can reclamaba algún gesto solidario. Le abandonaría en descampado con la secreta esperanza de que alguien se prendara de su bella estampa y lo adoptara. Sin embargo y, aunque no era el plan concebido para el destino final del perro, serían los túneles del metro el cobijo definitivo para una vida de incondicional entrega y sumisión. Así llegó el animal a aquel acomodo y allí le dominó el espanto, entre rugidos y chirriar de máquinas, destellos luminosos que lo miraban con severidad y sorpresa y los azotes de los vientos que le envolvían con la fuerza de un Eolo iracundo. Así vivió las primeras y amargas experiencias en aquellos agujeros desoladores, que le sumieron en un porqué incontestable. 

Nunca pensó que en la ancha Castilla de sus correrías, lanzado al placer de galopar tras una liebre, el diario vivir fuera estorbado por tan ingrata experiencia. Era feliz en su cubículo rural y nunca le faltó ni la simpatía de los suyos ni el sustento aderezado con el cariño del ama de casa. Además siempre fue sumiso y su actitud pasiva y discreta, con largos momentos de sueño, le convertían en animal de compañía especialmente cómodo. Si acaso, siempre reclamó ejercicio regular con intensas carreras acorde con su condición atlética. Y esta era quizá su única exigencia. 

Todas estas consideraciones le inclinaron a pensar que aquel abandono en el extrarradio de la urbe no fuera el resultado de su conducta irregular. No encontraba otras razones para tan despiadado plante. Sin embargo, así fue como aquella tarde, encaramado en el todo-terreno junto al dueño, y después de un largo e intrincado recorrido ciudadano, descendió del vehículo que cerró sus puertas con celeridad tras él y, sin más, desapareció en la lejanía. Perplejo e indeciso, quedó el animal sumergido en las incipientes sombras de un atardecer gris y tormentoso. Algunos escarceos sin rumbo le condujeron a las proximidades de las cocheras del metro y hacia allí dirigió sus pasos. Acaso el frío y más tarde el hambre intimidaron a nuestro héroe y pensó en buscar refugio junto a aquellos inertes mastodontes. Quizá algún resto de comida abandonada en las proximidades de los vagones atendiera a su urgente gazuza.

Las horas pasaron entre zozobras, el hambre reclamó de nuevo su tiempo y arriesgó buscando un lugar más propicio en aquella maraña de agujeros que se adentraban en la oscuridad, insensibles a su angustia. En la lejanía algunas luces iluminaron su pesar y se dirigió a ellas con la esperanza de un encuentro liberador y un cuenco rebosante. A ellas llegó sorteando las vías y las infernales acometidas de aquellos monstruos ensordecedores hasta que encontró el origen de la luz. Pero el pasmo y los elocuentes gestos de las gentes en el andén estimulándole a la salida de aquellos laberintos, lejos de animarle, le amedrentaron y corrió, corrió tan veloz como el viento que, impulsado por aquella máquina infernal, le empujaba con más fuerza cada vez que se le venía encima. 

Sin embargo insistió en sus audacias porque el hambre no entiende de riesgos y se aproximó de nuevo al muelle luminoso para descubrir que, las llamadas y gritos de nuevo le urgían con gestos más apremiantes si cabe. Incluso algunas personas arriesgaron valerosamente para rescatarle de las vías. Pero lejos de atender a gestos y muestras solidarias, su desencantada esperanza tras el cruel abandono y la duda, le hicieron desconfiar y de nuevo huyó, esta vez tan rápido como su maltrecha fortaleza le permitía. 

Algunas horas más tarde, los túneles fueron testigo de su final cuando una de aquellas máquinas atronadoras superó los límites de su incierta galopada y le convirtió en víctima mortal de la incuria e insolidaridad humana.  

Que San Antón le haya premiado su coraje...

En el siguiente enlace, hay una alusión a la ingrata peripecia, seguida de muerte, del galgo al que he dado en llamar Galán. Falleció la pasada semana en los túneles del metro, sin duda arrollado por cualquiera de los trenes que circulan por ellos a diario.
En el mismo programa (Onda Cero "COMO EL PERRO Y EL GATO" - domingo 20 de enero 2013 / minuto 33 aproximadamente) hay una gentileza dedicada a este mi humilde Blog que dedico, entre otras cosas, al relato de pequeñas aventuras caninas. Por ello quiero mostrar mi sincero agradecimiento al director don Carlos Rodríguez y con él a su equipo por dar a conocer mis inquietudes.

lunes, 21 de enero de 2013

RACIMO Y GAVILLA








Está a punto de ver la luz un título por demás sugerente y alentador para quienes amamos la palabra escrita como arquilla de interés, sensaciones y hermosura. El libro se llama “Racimo y Gavilla” y está engalanado con bellísima portada de Ignacio del Rio. Es un grabado que huele a pan reciente y a vino gran reserva, símbolos del exquisito poemario que atesora el contenido. 

Lo ha culminado mi buen amigo Antonio R. Llanillo, poeta, caminante convicto y docente confeso, quien, además de formar parte de mi familia, ha sido valedor y confidente de mi primera audacia como bisoño autor literario. Todas y cada una de las perlas que configuran esta antología poética, muestran hasta donde llega la sensibilidad de un espíritu entregado a surcar el alma para convertir en ramilletes de versos cada una de las sensaciones que produce el vivir.

Y si algo le faltaba para completar tanta belleza, el prólogo de Bernardo Cuesta Beltrán enmarca esta lírica espléndida que, Conchita, mi prima del alma -esposa y musa del poeta- y este prologuista contemplan y disfrutan desde el más allá.
Burgos 05-01-2013
Eduardo García





DIARIO DE BURGOS
24-mayo-2014
La humilde pluma de quien esto escribe, recibe con agrado una imagen y un texto que añaden, a la ya mucha estima por mi amigo y pariente del alma, Antonio, una fascinación ante su estampa de castellano recio y una profunda admiración para una semblanza que alimenta mi respeto y entusiasmo y que recorta, tan certera, la expresiva silueta del soñador furtivo.
Las chátaras de Paulino
E.G.S. 

viernes, 18 de enero de 2013

EL BOTE

"... El bote era también uno de esos vicios tentadores que congregaba en su entorno a numerosos ludópatas y curiosos. Los primeros para probar fortuna y todos para consumir las exquisitas almendras garrapiñadas que se ofrecían como reclamo. Las seis primeras cartas del palo de oros de la baraja española pegadas sobre un tablero, un bote de tomate con un dado de parchís en su interior y la luz de un carburo era toda la parafernalia precisa para el juego. Los participantes elegían carta para colocar sobre ella sus billetes o monedas y la banca agitaba el bote con el dado en su interior. ¡Hagan juego señores!, ¿No va más?, ¡Arriba que levanto!, era toda la perorata que se oía del animador para estimular al juego. De los seis números de la baraja sólo el señalado por el dado recibía la recompensa de ver quintuplicada su apuesta. El resto de los jugadores veían desaparecer sus dineros en un abrir y cerrar de ojos hasta que una nueva oportunidad mantenía de nuevo la esperanza. Más de uno se alejaba desesperado después de ver mermados, cuando no agotados, sus dineros por la venta de un cerdo, un mulo o media docena de ovejas. No recuerdo a muchos que se apartaran satisfechos de la timba.

De entre los componentes de aquella banca, viene a mi memoria un divertido personaje que provocaba estentóreas risotadas entre los jugadores con sus jocosas ocurrencias. Todo el mundo le conocía por «Bolera» y, de entre todas sus chuscadas, una se hizo famosa. Siempre decía que trabaja veinticinco horas diarias y cuando alguien le contrariaba con la lógica, él contestaba irrevocable: «¡Ah!, ¡es que yo madrugo!".
(de MEMORIAS DE UN SEXAGENARIO ADOLESCENTE)

(imagen tomada el 16/01/2012)

Por lo que se ve, no parece que haya nada nuevo bajo el Sol. En este caso he fotografiado sólo el rótulo de la tienda que lo sustentaba porque parece que ha pasado a distintas manos y, lo que era un atractivo portal de comercio, es ahora una valla de ladrillos cubiertos de yeso con esperanzas de futuro. Veremos en qué queda el rótulo. De momento nuestro amigo Bolera no andaba descaminado en lo que a sobre-esfuerzo se refiere. Desde aquel hombre a hoy han pasado sesenta años largos.

domingo, 13 de enero de 2013

BURGOS CAPITAL ESPAÑOLA DE LA GASTRONOMÍA

Parece que la elección de Burgos como Capital Española de la Gastronomía comienza a tener importantes ecos a escala universal como lo demuestra su aparición en el ‘New York Times’ en su edición de hoy.


 VINO RIBERA DEL DUERO


Es una página especialmente dedicada a lugares recomendados por el periódico para disfrutar como destinos turísticos de primer orden. En el enlace que figura al final de esta página figura la página con un total de los cuarenta y seis enclaves entre los que figura Burgos con el número 26.
                               The 46 Places to Go in 2013

   B
urgos, in Castile-León, is home to a spired Gothic cathedral that is a Unesco World Heritage site. That striking building used to be the town’s only compelling attraction, but in recent years Burgos has become a well-rounded destination with contemporary cultural centers (the Museum of Human Evolution) and boutique hotels (Via Gótica). At the same time a new group of talented chefs has given it a dynamic dining scene that is finally allowing the city, recently chosen as Spain’s gastronomic capital for 2013, a chance to showcase its homegrown delicacies. Some of them, blood sausages with roasted peppers and grilled lechazo, or baby lamb, are on offer at Casa Ojeda, a 100-year-old restaurant now run by the young Pablo Cófreces. Recent openings like Fábula and La Galeria focus on innovative versions of these classics, which pair wonderfully with the powerful reds of nearby Ribera del Duero.  — Paola Singer







BURGOS, EL MEJOR DESTINO TURÍSTICO DE ESPAÑA PARA THE NEW YORK TIMES

Ni Madrid, ni Barcelona. Burgos es la única capital española que The New York Times recomienda visitar este año, según ha adelantado el propio rotativo, que publicará este domingo el listado completo. La ciudad ocupa el puesto 25 de un listado de 46 lugares entre los que sólo figuran seis ciudades europeas. Por detrás de Burgos se encuentra la pequeña localidad guipuzcoana de Guetaria. El alcalde Javier Lacalle, más que satisfecho con esta elección, ha relacionado este reconocimiento con el hecho de que Burgos sea este año la capital gastronómica española.


El rotativo publicará el listado en el suplemento de viajes, con una tirada en papel de millón y medio de ejemplares y otro millón de suscriptores por internet.


En el reportaje presenta a Burgos como una ciudad que combina historia y modernidad en la que destaca su catedral, patrimonio de la humanidad, y centros culturales modernos, como el Museo de la Evolución Humana. También alaba la profesionalidad del mundo de la gastronomía y menciona establecimientos tradicionales, como«Casa Ojeda», donde recomienda la morcilla con pimientos asados y el lechazo, junto con otros más dedicados a la comida moderna, como «La Fábula» y «La Galería», informa Efe.


Dedica también una mención a los vinos de la denominación de origen Ribera del Duero. Lacalle ha señalado la importancia de que Burgos aparezca en este rotativo estadounidense de referencia internacional y se ha mostrado convencido de que supondrá un revulsivo para el turismo, que se sumará a la capitalidad gastronómica.





















miércoles, 9 de enero de 2013

THANK YOU VERY MUCH

Hoy he recorrido la calle Petronila Casado, una vez más de las muchas que por ella transito. En ella está el Colegio Público “Vadillos” que antaño fue la Escuela Normal del Magisterio Masculino de Burgos en la que viví durante tres intensos cursos la grata experiencia de mi formación como docente. Aunque fueron años de exasperantes limitaciones económicas y, por ello, de muy escasa dotación en medios didácticos y mantenimiento –bien recuerdo los duros inviernos, con temperaturas gélidas, que nos obligaban a permanecer abrigados en las aulas–, lo cierto es que guardo aquellos días entre los más gratos recuerdos de juventud. Entregados profesores, magníficos compañeros, ambiente estudiantil repleto de anécdotas y un sin fin de estrategias didácticas aprendidas en la Aneja de Prácticas, fueron el bagaje con el que inicié el largo recorrido de cuarenta y dos años de docente convicto. Pero este preámbulo es la coartada que me permite enlazar aquellos tiempos con la anécdota de hoy.

 1957/58. Tercer curso de Magisterio delante de la Escuela Normal

Los niños disfrutaban jugando al fútbol en pleno recreo y la pelota saltó la valla tras un buen disparo. Atrapada entre dos vehículos junto a la acera opuesta, a mi paso oí la petición de  ayuda de los jugadores para devolvérsela y lo hice encantado. Uno de los chicos me agradeció el gesto con un “thank you very much” que corearon alegremente el resto de los jugadores. Semejante frase en inglés me trajo a la memoria a los alumnos de mis días de prácticas –mediados los años cincuenta–, a los que repartíamos queso y leche en polvo de la ayuda americana. Quizá, pensé, de aquellos “polvos” –cargados arteramente de genes idiomáticos anglos–, vengan estos lodos, dicho sea con la satisfacción que me produce la integración del inglés en el currículo escolar infantil.

domingo, 6 de enero de 2013

UNA HAZAÑA EN MENOS DE CUATRO HORAS















Los Reyes Magos han sido generosos con mi nieto, especialmente aficionado a las naves de LEGO, y la que le han traído hoy ha significado un reto más para su destreza. Este es el resultado de haber ensamblado las 1.170 piezas que la componen .
(Y el abuelo babeando)

sábado, 5 de enero de 2013

SS MM LOS REYES MAGOS DE ORIENTE



   FELICITACIÓN NAVIDEÑA.
   Editorial M. Moleiro  - EL ARTE DE LA PERFECCIÓN. 

Queridos amigos:
Hoy acabo de cumplir setenta y tres años y mi fe en los Reyes Magos sigue tan fresca como la he vivido desde que supe que eran buena gente, especialmente con los niños. De esto hace más o menos sesenta y ocho años en que coloqué confiado mis botas de piel de becerro, después de bien lustradas, a los pies de la cama de mi habitación. Aquella noche del cinco de enero del 1945 fue mi primer contacto con la más hermosa de las utopías que sirven a un pequeño para alimentar los valores de la ilusión y la esperanza.

Y aún sigo, erre que erre, con el mismo sueño y los zapatos limpios del polvo acumulado en el camino de los desencantos, colocándoles en la fila familiar y junto a los de mis nietos. Incluso más. Esta tarde, al paso de la cabalgata burgalesa de los Magos, y mientras contemplaba el rostro iluminado de los pequeños, absortos en la hermosa parafernalia de las luces, del color y la majestuosidad de los ropajes regios y de la apostura de los pajes, he mirado con ojos indagadores a Melchor -es con el que mejor me he relacionado siempre- y me ha dicho que yo también podía echarle una mano en la larga noche de los Magos. Y sin dudarlo, he querido ser agradecido a la vida por tantos excelentes amigos que el destino me ha regalado y poner un libro a su disposición para que lo entregue sin demora allá donde mejor les parezca a sus pajes.

De momento, se me ha ocurrido que, en estos tiempos maravillosos de la magia del internet, con la que todo es posible en tan bendita noche y con el ánimo de echar una mano al paje, podía ayudar a los servidores reales poniendo a disposición de mis desconocidos amigos visitantes y en formato PDF un libro que se titula Memorias de un Sexagenario Adolescente. Sólo tenéis que acudir a esta dirección:

http://www.bubok.es/libros/205185/Memorias-de-un-sexagenario-adolescente

y pinchar en donde dice descargar gratis.

Podréis bajarlo sin más trámite en vuestro ordenador, Ipad (creo que se dice así) o cualquier otro medio informático que os parezca oportuno. Incluso no existe ningún inconveniente si, después de conocido y aceptado el contenido, divulgáis esta posibilidad entre vuestros contactos.

¡¡FELIZ NOCHE DE REYES!!
Con un fuerte abrazo,
Eduardo García

jueves, 3 de enero de 2013

AUTOESTIMA

En los últimos tiempos parece haberse desatado un afán desmedido por mostrar la estima entre las personas con una palabra que sobrevuela ambientes y relaciones, especialmente comerciales, con el evidente deseo de acariciar la voluntad del receptor. Se trata del término cariño y es vocablo mágico que rueda sin cesar y que provoca, aunque no siempre, sensaciones de halago junto a algún que otro gesto huraño de quien sólo la tiene reservada para las relaciones más estrictamente familiares e íntimas.

Habitualmente soy el encargado de llevar a casa la barra de pan como una de mis tareas domésticas que llevo a cabo diariamente, junto a otras de mayor calado que no deseo mencionar por razones que no vienen al caso. Lo cierto es que un día más se ha repetido la experiencia del breve diálogo establecido antes de que la compra del pan se haya consumado.


Y es un primor porque siempre se repite el mismo:

-          Yo - ¡Buenos días!
-          La panadera - Hola, buenos días, ¿qué te doy cariño?
-          Yo - Una barra de pan, por favor.

Es tan habitual, que se produce con idéntico entusiasmo y por una gran mayoría de dependientas, cualquiera que sea lo que vendan. Pero hoy la cosa ha superado todos los límites de la amabilidad porque, una vez abonado el importe,  la salida del recinto ha sido gloriosa:

-          Yo - ¡Adiós, buenos días!, me despido cortés.
-          La panadera - ¡Adiós, cielo!, me contesta.

No hace falta ser muy perspicaz para deducir la alegría íntima con que he acariciado la mañana pensando que el mundo empieza, por fin, a ser de chocolate, aunque sea para comprar un par de zapatos o, como es el caso, una barra de pan. Casi quince lustros de vida a cuestas dan para muy pocas sorpresas en el diario vivir pero esta de hoy, además de insólita, ha conseguido reverdecer mi autoestima (conste que prefiero lo del amor propio de toda la vida) un tanto devaluada por el pelo cano, las prótesis y alguna que otra gotera motriz que ya apunta cuando me levanto del suelo después de jugar con mis nietos.

Porque acostumbrado a la sobriedad castellana de las efusiones sonoras, en las que hasta los ósculos más pudorosos se administraban casi exclusivamente para despedidas y llegadas, esto, unido a los besos a la rusa que tanto se prodigan hoy, conforman un dispendio consolador.  

El diccionario de la RAE dice, entre otras acepciones, para la palabra cariño:
4. m. Esmero, afición con que se hace una labor o se trata una cosa.
En este caso me parece un tanto exagerado para gratificar la compra por un valor de ochenta céntimos

Para la palabra cielo, dice:
6. m. coloq. Persona o cosa consideradas cariñosamente con embeleso. 
Demasiado universo para un simple comprador del pan nuestro de cada día.

ZODIAC

Gijón siempre ha sido nuestro refugio preferido en las escapadas en busca de terapias de remedio contra la ansiedad. Esos espacios grises en...