En los últimos tiempos parece
haberse desatado un afán desmedido por mostrar la estima entre las personas con
una palabra que sobrevuela ambientes y relaciones, especialmente comerciales, con
el evidente deseo de acariciar la voluntad del receptor. Se trata del término cariño
y es vocablo mágico que rueda sin cesar y que provoca, aunque no siempre,
sensaciones de halago junto a algún que otro gesto huraño de quien sólo la
tiene reservada para las relaciones más estrictamente familiares e íntimas.
Habitualmente soy el encargado de
llevar a casa la barra de pan como una de mis tareas domésticas que llevo a
cabo diariamente, junto a otras de mayor calado que no deseo mencionar por
razones que no vienen al caso. Lo cierto es que un día más se ha repetido la
experiencia del breve diálogo establecido antes de que la compra del pan se
haya consumado.
Y es un primor porque siempre se repite el mismo:
-
Yo - ¡Buenos días!
-
La
panadera - Hola, buenos días, ¿qué te doy cariño?
-
Yo - Una barra de pan, por favor.
Es tan habitual, que se produce con idéntico entusiasmo y por una gran mayoría de dependientas, cualquiera que sea lo
que vendan. Pero hoy la cosa ha superado todos los límites de la amabilidad
porque, una vez abonado el importe, la
salida del recinto ha sido gloriosa:
-
Yo - ¡Adiós, buenos días!, me despido cortés.
-
La
panadera - ¡Adiós, cielo!, me
contesta.
No hace falta ser muy perspicaz
para deducir la alegría íntima con que he acariciado la mañana pensando que el
mundo empieza, por fin, a ser de chocolate, aunque sea para comprar un par de
zapatos o, como es el caso, una barra de pan. Casi quince lustros de vida a
cuestas dan para muy pocas sorpresas en el diario vivir pero esta de hoy,
además de insólita, ha conseguido reverdecer mi autoestima (conste que prefiero lo del amor propio de toda la vida) un tanto devaluada
por el pelo cano, las prótesis y alguna que otra gotera motriz que ya apunta
cuando me levanto del suelo después de jugar con mis nietos.
Porque acostumbrado a la
sobriedad castellana de las efusiones sonoras, en las que hasta los ósculos más
pudorosos se administraban casi exclusivamente para despedidas y llegadas, esto,
unido a los besos a la rusa que tanto se prodigan hoy, conforman un dispendio
consolador.
El diccionario de la RAE dice, entre otras acepciones, para
la palabra cariño:
4. m. Esmero, afición
con que se hace una labor o se trata una cosa.
En este caso me parece un tanto exagerado para gratificar la
compra por un valor de ochenta céntimos
Para la palabra cielo, dice:
6. m. coloq. Persona o
cosa consideradas cariñosamente con embeleso.
Demasiado universo para un simple comprador del pan
nuestro de cada día.
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