domingo, 17 de febrero de 2013

QUIYO





Quiyo es lo más parecido a un hidalgo del sur trasplantado a la meseta castellana. En ella ha encontrado su acomodo como sustituto de un viejo conocido, porque ahora ocupa el espacio que abandonó Zacarías para buscarse la vida por otros derroteros. De éste, poco o nada sabemos salvo que ha dejado en la villa generosa estirpe de nietos, dignos relevos que ahora proclaman la bella estampa del abuelo.

Pero hablemos de Quiyo, nuevo residente en los lares que abandonó su predecesor y que, según parece, apunta también modales de elegancia canina. Su color blanco con algunas manchas negras, le hacen inconfundible y fácilmente controlable incluso en la oscuridad. Hay un detalle, especialmente singular, que recuerda el peinado de algunas testas con una raya central que separa ambos lados del cráneo y que le da un aire especialmente distinguido.

Su carácter inquieto y despierto y su habilidad en el arte de la evasión, le empujan a campar a sus anchas por la villa en busca de ratones y otros animales de envergadura semejante, para quienes se ha convertido en auténtico terror.

Como corresponde a su hidalguía, vive en una señorial caseta, expresamente construida en el jardín, para acomodar allí su estirpe en los tiempos de descanso. En ella se muestra feliz incluso en las duras noches invernales de la meseta. Para combatir el frío y las heladas nocturnas, dispone de un pijama de gruesa lana y corte perfecto que, sin embargo, rechaza airado por mucho que se le razone la imperiosa necesidad de abrigo. Sin duda, sus genes sureños le impiden aceptar la inevitable realidad de las bajas temperaturas y muestra así su inquebrantable bizarría. Por las mañanas, una vez desperezado, asciende las escaleras de la casa y acude con urgencia al tufillo del cuenco, impulsado por la gazuza que le invade como a cualquier mortal. Lo hace con sonoras llamadas de pezuña expresando así sus premuras para hacerse oír. Es parco en consumir y generoso en agradecer. Sólo le irritan las ausencias de los dueños cada vez que estos abandonan la villa, mostrándose especialmente huraño en estas ocasiones.

Los orígenes de Quiyo no son ni enigmáticos ni siquiera desconocidos. Llegó del sur y fue entregado, a poco de nacer, como generoso obsequio de quien deseaba proporcionar consuelo por la ausencia de su antecesor. De modo que su infancia canina no pudo ser más placentera. Fruto del cruce de sus ancestros, los perrillos cazadores de la raza terrier británica con perros andaluces de las zonas bodegueras y graneros de Cádiz, forma parte de la raza de cazadores entregados a la tarea de limpiar las bodegas y graneros gaditanos de los pequeños roedores que se arriesgan a gorronear.

Poco proclive a la conversación, -de lo expuesto no suele hablar ni siquiera en términos de monólogo-  si en alguna ocasión le acucia el deseo de hacerlo, pronuncia sus ladridos en forma un tanto jacarandosa como para recordar el sol y los aires de la tierra que le vio nacer y que sin duda recuerda. Como animal de compañía hay que admitir que se ha adaptado con facilidad al ambiente  rural y muestra, como todos sus congéneres, una especial atención a la compañía de los  niños que son la segunda de sus aficiones.

No es tampoco conflictivo en sus relaciones caninas con otros congéneres de la villa y no parece muy dado a exploraciones que signifiquen riesgo o le provoquen altercados con desconocidos. De modo que no se le conoce participación en grescas que pudieran haber salpicado el alto linaje al que pertenece. Sería tanto como admitir en él modales barrio-bajeros que en absoluto está dispuesto a manifestar.

Aun así, últimamente están despertando en él sus tendencias donjuanescas, superada ya la adolescencia y parece haber encontrado respuesta en un par de perritas que le tienen encandilado. Tanto, que hace un par de días demoró su regreso al hogar provocando las alarmas, que ya creían olvidadas en la familia con la experiencia de Zacarías. Al fin, alrededor de las seis de la madrugada, surgió entre la espesa niebla mañanera con cierto desaliño, inhabitual en su donaire, y con evidentes trazas de haber pasado una noche en plena tarea amatoria.

Así que su acomodo en tierras castellanas está siendo tan elegante como su estampa y modales lo acreditan. 

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