ORQUESTA
SINFÓNICA DE BURGOS Y
CORO
DE LA FEDERACIÓN CORAL BURGALESA
Quinto
Concierto de abono (domingo 19 de mayo de 2013)
Los
conciertos de la Sinfónica Burgalesa representan un aliciente periódico para
melómanos hasta el extremo de conseguir desbancar a la alternativa del fútbol
televisado por muy apañado que sea el encuentro. Y confieso que esto me llena
de placer ―aunque me confiese aficionado de sillón― porque significa que algo
muy hermoso está sucediendo en el entorno cultural de la ciudad y de manera
especial en la música sinfónica.
Tratar de
estimular la atención musical del lector, con el relato pormenorizado del
programa, sólo conduce a que, pase página y acuda presuroso a la de los últimos
resultados de la liga. De manera que lo
mejor es remitirle al entusiasmo que desbordó el acontecimiento entre los
espectadores, sólo comparable al que consiguió el gran maestro y director Rafael Frühbeck de Burgos con motivo de
la inauguración del auditorio el pasado septiembre. Así que mi
propósito no es otro que el de relatar sensaciones, que para eso están
concebidas las artes y de manera especial la música.
Era el último
del ciclo anual de conciertos y el programa consiguió llenar el recinto hasta
colgar en las taquillas el cartel de «se han agotado las entradas» ―mil
trescientos setenta y un asistentes si no conté mal―. Cierto que entre el total
de espectadores ha de contemplarse un numeroso grupo de asiduos, con afinidades
a músicos y coralistas intervinientes que solemos acudir regularmente y en masa
por afición, convicción y devoción.
Comenzaré por
decir que no intercambié una sola palabra con mis compañeros de butaca, ―atentos
como yo al discurrir de la música― salvo la explosión de entusiasmo verbal que
se produjo en el momento del descanso. Porque hasta los espacios vacíos entre
intervenciones llenaban el ánimo musical asociando a espectadores con
instrumentistas y voces. En la más absoluta quietud y sin estridencia alguna
que estorbara la audición, discurrieron las interpretaciones de las obras de
Giuseppe Verdi y Richard Wagner, geniales compositores y, a la par, hombres de
vida azarosa que en nada enturbió su riqueza creativa. Uno los imaginaba,
―mientras orquesta y coros interpretaban magistralmente sus obras―, en el
propósito de vaciar su mente privilegiada para llenar la de millones de
personas que, a lo largo de doscientos años han venido disfrutando de este privilegio.
Mejor una audición que mil palabras:
De manera especial los momentos del Coro Nupcial de Wagner (Lohengrin), ―con el que se ha recibido en los templos a millones de futuros matrimonios― y La Obertura de Nabucco de Guiseppe Verdi ―que, tan pronto suenan los primeros compases, suscita emociones en cualquier lugar y ocasión― significaron la culminación de una tarde magistral que alimentó el orgullo de poseer tan espectaculares orquesta y coros en la ciudad. Por otra parte, reconocemos y admiramos el trabajo arduo y entregado de ambos, que atentos a dos geniales batutas merecieron el calor de los más que entusiasmados aplausos y las aclamaciones a la incuestionable bravura de su bien hacer.
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