Hace bastante fresquito por las mañanas, pero
el aire está tan limpio que el pedalear, aunque sea superando repechos de poca
monta, es un verdadero placer. Hay otro placer añadido que con el tiempo y la
frecuencia se convierte en verdadera relación de amistad entre los ciclistas
del carril. Pedalear a diario por el mismo recorrido y a la misma hora, se
convierte en lugar de reencuentro común para los velocipédicos habituales que
coincidimos en el paseo. Al cabo de unos días, la frecuencia y las
coincidencias en el trasiego de catalinas* hace que las miradas entre colegas
comiencen a contemplarse con simpatía primero, con una sonrisa más tarde y en
un saludo cordial definitivo que ya se repite cada día.
Y este es el caso. Todos los días nos
reencontramos un colega ―él para allá y yo de regreso―, a todas luces también muy jubilado y pertrechado de
la manera más sensata; zapatillas a lo Bahamontes, casco multicolor, gafas RAYBAN polarizadas,
chándal hasta la cintura, culote a lo Valverde y
guantes con dedos recortados. Sin duda, todo ello para conservar indemne su voluminosa envergadura
y, de paso, su dignidad de ciclista convencional. Su bicicleta es una brillante
«todoterrenazo»
como a sus cinco años la llamaba un sobrino mío. Lamentablemente mi estampa no cuadra con semejante señorío y la bicicleta que pedaleo es plegable, ruidosa y, para mí, algo pesada cuando cargo con ella camino del trastero.
Hoy, por primera vez, a lo largo de una
repetida secuencia semanal de encuentros, hemos decido acompañar a la sonrisa, el «hasta luego» habitual entre conocidos que acaso termine con unas cañas, unos pinchos de chorizo
con esquina de pan en el bar de Fuentesblancas y una franca charla entre camaradas. Sentados a la mesa con este
aperitivo, iniciaremos sendas tertulias mañaneras para recordar otros tiempos y otras
epopeyas y, sobre todo hablar de la crisis, los impudores, de lo jodido ―perdón por el vocablo pero es lo
que se lleva en coloquios semejantes― de estos tiempos amorales y, finalmente, de
los nietos de cada uno para sellar definitivamente nuestra amistad, porque los
nietos son otra cosa.
Así que, como se puede ver, lo del carril
bici puede ser algo más que sólo un simple ejercicio físico saludable y provechoso
para la salud de cuerpo y alma.
Ontillera
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