Algunas perplejidades lleva uno acumulando a
propósito de la tolerancia y sus peculiares interpretaciones. Nada que objetar
al desenfadado uso de explosivos que configuran la Navidad, hace ya algunas
décadas, porque sencillamente no hay prohibición que lo impida ni valiente que
se atreva a regularlo. De tal manera que hasta los canes suspiran porque llegue
la cuesta de enero y con ella se acaben los euros para el derroche y los
fogonazos para el pánico.
Viene a cuento el tema porque, con la mejor
intención de añadir calor musical al
calor humano que se respira en la calle, hay un huequecito para la costumbre
más enraizada y menos estruendosa que permite a los nostálgicos de las
tradiciones el disfrute sin riesgos de los cánticos navideños en la vía pública.
Como iniciativa del Ayuntamiento, todos los años por
estas fechas, hay colectivos que dedican su bien hacer musical interpretando antiguos villancicos que
suscitan emociones, entre añoranzas y recuerdos familiares vividos antaño al
calor del hogar. Son grupos corales que ponen todo el afán en dedicar unos minutos de su tiempo y
afición para colorear con sus voces la iluminación navideña de calles y plazas.
Sólo hay un algo indescifrable que no parece
competir serenamente con tanta luz y color y que salpica el aire festivo con
detonaciones, a veces tan estruendosas, que más parecen violencia desatada que
argumentos para estimular al jolgorio.
Así estábamos algunos disfrutando a duras penas del
canto rodeados por el alevoso que, a pocos metros del estrado, explotaba sus petardos
desafinando tonos, compases, melodías y temples.El corro lo conformaban un nutrido grupo de varones a
todas luces “quinceañeros”, con alguna presencia femenina, convertidos todos en
acólitos del dinamitero que parecía ser el líder recompensado con carcajadas de sus divertidos "acólitos".
Lo cierto es que, aunque nosotros lo pasamos bastante incómodos e irritados,
ellos parecieron disfrutar de lo lindo con su hazaña. Hasta ahí, miel sobre
hojuelas aunque mal repartida como queda dicho.
Terminó nuestra intervención y se suspendieron los estampidos hasta que subió al estrado el siguiente grupo. Con las armonías de los nuevos cantores, se recrudecieron los petardos, el ruido y el enfado, esta vez del público deseoso de disfrutar del concierto en paz aunque tan deslealmente acosado. Dos señoras intentaron sugerir un poco de cordura a los adolescentes y el resultado no pudo ser más desolador porque, estimulada la vis saboteadora, la secuencia de estampidos se hizo ahora más acelerada entre insolencias y malos modos. Alguien intentó de nuevo atemperar al “dinamitero” con argumentos de la “LOGSE” bienaventurada (tolerancia, buenos modos, argumentos democráticos, solidaridad, respeto mutuo y otras sensateces al caso…) y el estrépito de las explosiones se hizo más poderoso tan pronto el ingenuo terminó su propósito conciliador, salpicado de risas, burlas y descaros, mientras rezongaba un exabrupto de impotencia...
Al fin y al cabo "son chicos...." ¿?
Terminó nuestra intervención y se suspendieron los estampidos hasta que subió al estrado el siguiente grupo. Con las armonías de los nuevos cantores, se recrudecieron los petardos, el ruido y el enfado, esta vez del público deseoso de disfrutar del concierto en paz aunque tan deslealmente acosado. Dos señoras intentaron sugerir un poco de cordura a los adolescentes y el resultado no pudo ser más desolador porque, estimulada la vis saboteadora, la secuencia de estampidos se hizo ahora más acelerada entre insolencias y malos modos. Alguien intentó de nuevo atemperar al “dinamitero” con argumentos de la “LOGSE” bienaventurada (tolerancia, buenos modos, argumentos democráticos, solidaridad, respeto mutuo y otras sensateces al caso…) y el estrépito de las explosiones se hizo más poderoso tan pronto el ingenuo terminó su propósito conciliador, salpicado de risas, burlas y descaros, mientras rezongaba un exabrupto de impotencia...
Al fin y al cabo "son chicos...." ¿?
28-diciembre-2012
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