lunes, 28 de julio de 2014

COSAS DE LA LUNA Y EL SOL

Hace ya de esto muchos años, tantos que ya he perdido la cuenta del momento de la anécdota que me ha recordado el aniversario de los cuarenta y cinco años cumplidos desde que el primer hombre puso sus pies en la luna. Fue en el día 21 de julio de 1969 cuando el comandante Neil Armstrong puso su pie en la superficie lunar. Eran las 2:56, hora internacional. Seis horas y media antes, el módulo lunar se había posado al sur del Mar de la Tranquilidad.

«La televisión transmitió en directo este acontecimiento. Millones de personas, en todo el mundo, asistieron con emoción al momento en el que, por primera vez, el hombre llegaba a la Luna. Primero bajó Armstrong y el mundo entero contuvo la respiración. Entonces, se le oyó decir aquella frase que ha pasado a los libros de historia: «Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad».




Sin embargo, y por lo que se ve, no parece que el desarrollo del proyecto y el resultado final de la llegada, hayan confirmado definitivamente  la credibilidad de la hazaña a lo largo de los cuatro puntos cardinales de la esfera terrestre. Desde luego tampoco en la piel de toro. Porque este día, siguiendo habitual costumbre diaria de la emisora de radio Onda Cero, se convocó también al auditorio de «fósforos» ―según peculiar apelativo para los adictos al programa― para que mostraran sus personales vivencias en el momento del alunizaje. El que más y el que menos, vivió, según pude comprar, desde en múltiples estados de inquietud, considerando la audacia como un riesgo alarmante para la integridad física de los astronautas, hasta una tensión de las de pellízcame que no me lo creo.  Pero no todo fueron parabienes porque, entre los fósforos, se despachó uno que, libreta en mano y recopiladas en ella las sucesivas visitas a la luna que, según en él, en ningún caso se produjeron, dio por hecha la falsedad porque se abortó la difusión televisiva de las mismas y eso era muy sospechoso.

¿Que qué tiene que ver todo esto con la anécdota de escuela prometida? ―en este caso de una maestra destinada en un agreste lugar del páramo burgalés―. Pues en que, en este caso, se coordinaron la desconfianza y la rudeza del opinante al considerar absolutamente falsa de credibilidad la rara costumbre de la Tierra que se pasa cada uno de los trescientos sesenta y cinco días empeñada en un ciclo anual para dar la vuelta alrededor del Sol. Y desde luego nada más aberrante que enseñar a los niños que el Sol no se mueve y que es la juguetona Tierra la que se entretiene girando a su alrededor durante las veinticuatro horas con las que completa el día.


(Imágenes en Google)

La niña, hija del pastor de ovejas del lugar, volvió triste y compungida a clase al día siguiente de la lección aprendida. Por lo visto, el padre llegó a considerar a la profesora como farsante y reo de falsedad, cosa que ofendía al cariño que ella la profesaba. «A él le podían venir con semejantes monsergas después de comprobar día a día, desde los doce años que sus padres le dedicaron al pastoreo, quien se movía alrededor de quien». «¡¡El sol —le había dicho a la pequeña, entre irritado e insolente—, sale por las mañanas por detrás de los riscos de la Cueva del Moro y, después de pasar a lo largo de la mañana y la tarde por’cima de mi cabeza, las de las ovejas y el perro, al atardecer desaparece por detrás del aprisco del señor Matías y yo jamás he sentido semejante baile de la tierra que tengo bajo los pies!!». 


Algunos improperios más debieron de salpicar semejante desaire y la señorita, con buen criterio y conocida la terquedad del descreído, prefirió dejar para mejor ocasión una lección particular al pastor y consoló a la alumna con la respuesta de que el tiempo lo cura todo, incluso aunque la tozudez sea un mal irreparable en algunos casos, y que sólo se puede arreglar con inteligencia y la cultura que ella estaba atesorando.
Ontillera
Julio 2014

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