Un grupo de jubilados caminan pasmados por la «Senda del
Colesterol» después de haber presenciado involuntariamente uno de esos
espectáculos entre amorosos y sicalípticos de los que, según parece, empiezan a
proliferar más de lo que sería razonable por estos pagos celtíberos. El asombro
de nuestros amigos no lo es tanto por el hecho contemplado cuanto por las
circunstancias que lo acaban de rodear. Sin duda, es consecuente con el
espectacular avance de la moderna pedagogía de la procreación y los desatinos
mentales que la manipulan. Porque, todo hay que decirlo, para quienes crecimos
entre soplamocos, varapalos y cotos cerrados ―al menos eso es lo que afirman
los libertadores de la estrechez, la hipocresía burguesa y otras zarandajas
morales en las que se afirma fuimos educados los adolescentes de otros tiempos— algunos avances de la «tolerancia» más que pasmados nos dejan
desconcertados.
El hecho es que nuestros amigos daban su diario paseo río Arlanzón
arriba, siguiendo saludable
estrategia médica para combatir colesteroles, cuando una pareja
quinceañera, —ella y él— envueltos en carantoñas, besuqueos, arrumacos y tambaleos, a duras
penas lograban avanzar paralelos a su caminar. Trenzados por brazos y piernas y
con el pulso cabalgando al límite del éxtasis erótico, arriban a un chopo
próximo a la senda y, sin más preámbulos que los necesarios, —prolegómenos
que no es preciso enumerar por obvios—, culminaron sus ardores
adolescentes entre ímpetus, jadeos y éxtasis apoteósico. Y para que la anécdota
supere todos los límites de lo razonable, completaron esta su hazaña sin recato
alguno e ignorando la presencia de los caminantes que, como el grupo,
contemplaron atónitos la escena.
Ni gestos airados ni reprobación alguna de los paseantes estorba
tan «idílico» proceso y el dúo interpreta su partitura como quien recoge hongos
en otoño. Nuestros amigos, anclados aún en los principios de su educación
denostada, llenos de estupefacción y algunos sonrojos, dan en recordar otros
tiempos y otras aventuras paralelas. —«No es esto», pensaron. —«Cierto
que más de un celtíbero o celtíbera— ha sido fruto arriesgado de escarceos semejantes, al amparo del
ocaso en una romería abundosa de pitanza, rioja y gaita. Así que hasta aquí
nada novedoso en estos Dafnis y Cloe de la modernidad, —salvando
a aquellos de las enormes distancias en cuanto a dignidad y mesura— que ahora, rendidos sobre
el césped, unen a la impudicia de su audacia la derrota de sus cuerpos
semidesnudos.
Ontillera
01/08/2004
Como se verá por la fecha, el precedente evento fue contemplado
hace hoy exactamente diez años. Durante este espacio de tiempo, ha permanecido
guardado en la memoria como un hecho puntual sin otras dimensiones que las
propias de la ¿irreflexión y el aturdimiento? ¿O acaso el desafío a los
principios morales denostados? Sin embargo la coincidencia de una encuesta de
despropósitos para relatar primeras experiencias al caso, me ha obligado a
recordar.
Efectivamente; mi afición a la radio, en particular al espacio de
Onda Cero, «Herrera en la Onda», me ha permitido averiguar que las conductas se
han superado notablemente. En una de las secciones de las que se compone el
programa, participan los oyentes para aportar sus experiencias en torno a un
tema propuesto. En esta ocasión el argumento pretendía mostrar particularidades
íntimas y anecdóticas de la «primera vez» (ya se me entiende). Las
intervenciones de los comunicantes, variopintas, chuscas o jocosas,
discurrieron provocando las carcajadas más estridentes de los periodistas del
programa. Especialmente, cuando uno de los llamantes —vigilante
de una piscina pública— contó algunas de sus experiencias y una
especialmente desconcertante.
Abarrotada aquella de bañistas de todas las edades, el cuidador
mostró cierta perplejidad al comprobar que una gigantesca toalla, extendida
entre la afluencia, cubría un bulto considerable que se movía con un ritmo
harto sospechoso. Imaginando los motivos del traqueteo, levantó la toalla por
una esquina ―tan discretamente como pudo― y descubrió la causa del maremoto
erótico. Los protagonistas, a punto de culminar su éxtasis, lejos de pedir
disculpas o mostrar alguna forma de rubor, le pidieron un último minuto de
prórroga porque el lance estaba a punto de concluir.
Así lo contó el oyente y así lo cuento yo para quien quiera
juzgarlo.
Tal parece que los nuevos tiempos en las relaciones de pareja no
impongan límites ni a la indiscreción ni a la audacia. Un concepto nuevo de los
valores del sexo no tiene por qué convertirse en un descenso vertiginoso e
incontrolado hacia la indignidad y el impudor. Cierto, nada de hipocresías
trasnochadas ni tapujos alienantes que desdibujen lo más hermoso de la vida y
sus orígenes pero tampoco ninguna concesión a las veleidades de simios en
celo —con todo el respeto que nos
merece esta especie a la que parece estamos emparentados—. Si hemos de seguir siendo
seres humanos, inteligentes, conscientes y coherentes debemos, cuando menos,
alarmarnos y cuestionarnos si ese es el camino adecuado para liberar supuestos
tabúes y declarar sin ambages que semejantes comportamientos no solo no se
corresponden con nuestra dignidad sino que degradan la especie.
Ontillera
01/08/2014
Habrás observado que sólo vale el "se puede o no se puede hacer, decir, etc"; nadie tiene en cuanta el "se debe".
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