Un cochecito-gemelar
de niños y un abuelo empujándole, no son noticia porque hoy es lo más habitual;
―alguien ha dicho que si los abuelos organizaran un día de estos una huelga en
España, el país quedaría completamente paralizado de inmediato―. Acaso haya un
poco de exageración en el aserto, pero sin duda crearía importantes problemas nacionales
en el discurrir ciudadano.
Lo que ya no
es tan habitual es que el abuelo conduzca el carrito cubierto con un casco aerodinámico
para ciclistas y ello es lo que me ha alertado hoy en mi pedaleo mañanero.
Con semejante imagen y considerando que muy probablemente ambos pertenecemos,
si no a la misma quinta si a una infancia semejante, he sufrido un colapso
mental y me he colado en su caletre ante el temor de llegar a sufrir algún
desvarío como el suyo previsible.
En principio,
he pensado que el hombre ha de estar tan absorto en sus tareas de auxiliar de
familia que apenas disfruta del tiempo suficiente para cambiar ―entre faena y
faena― su indumentaria de ciclista
madrugador, por otra más acorde con la tarea de disfrutar de la compañía de los
dos nietos. Así que esta idea me ha tranquilizado aunque sólo a medias.
Por eso se me
ha ocurrido inmediatamente la peregrina deducción de que los gemelos sean de
atar y puedan dar al traste con su estabilidad y con ello el riesgo de caída
con resultado de conmoción cerebral. De inmediato he descartado la idea porque
ambos chavales estaban tan plácidamente dormidos que su imagen beatífica era de
lo más celestial.
Sumidos como
estamos en una grave crisis de liquidez familiar, he considerado la posibilidad
de que el casco sea una especie de recipiente multiusos que lo mismo sirva para un roto que para un descosido. De este
modo pueda ser útil ―además de cómo protector anti-costaladas― también para mantener
calientes los biberones sobre la cocorota protegida o para almacenar tapaculos,
moras, endrinas, acigüembres, huevos de codorniz o setas de carrerilla, por
ejemplo.
Al fin, y
después de algunos titubeos, pensando en la longevidad como un resultado de
deterioro del magín, acaso comience a dar sus nefastos frutos la pasividad
congénita. Así, es posible que haya considerado el casco como una muestra de garbo,
donaire y dignidad y no esté dispuesto a aparcarse de su verdad que, como es sabido,
es una de las cosas mejor repartidas de este mundo, porque cada uno tiene la
suya y la protege contra viento y marea, más aún, cuando se alía con la tozudez
más reacia.
Ontillera
19-08-2014
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