Supongo que el amor a la tierra en donde uno ha nacido lleva inherente el marchamo peculiar de las relaciones humanas y el entorno social que las configuran. Es como si al nacer se imprimiera en la personalidad una huella genética local que le identifica con toda suerte de localismos y afinidades que singularizan su procedencia y honran sus orígenes. Algo así he sentido al pasear por las páginas del libro VILLADIEGO, DE UNA VILLA DE SEÑORÍO AL SEÑORÍO DE UNA VILLA de mi estimado amigo y compañero Heliodoro Pablo Salazar.
Es un libro hermoso de presencia y denso de contenido, fruto de un laborioso trabajo de investigación que pone al servicio de la memoria de la villa toda suerte de datos, apuntes y eventos que configuran la historia viva de un asentamiento humano nacido en la prehistoria y consumado en una espléndida realidad repleta de acontecimientos e historia.
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