Nunca olvidaré la primera cámara fotográfica que adquirimos con el trasiego nutritivo de las onzas de chocolate consumidas en el ámbito escolar. Y digo adquirimos porque fue una propuesta de nuestra humilde comunidad escolar que decidió unánimemente aportar los cromos de cada tableta para completar el álbum y con él la promesa del obsequio.
En aquella época, la escuelita era el centro de nuestro universo en el que la belleza natural del entorno nos empujaba a guardar cada imagen visual como un tesoro. Los recorridos ladera arriba, en busca de nuevas perspectivas o impelidos por el afán de competir, nos deparaban nuevos y furtivos parajes de ensueño. Los primeros en llegar nos alentaban, para apurar nuestras doloridas piernas y sucumbir sobre la alfombra verde que lo cubría todo. Y, exhaustos, reposábamos bajo las ramas de aquel árbol centenario lleno de vida, años e historia. Y calculábamos anillos, y décadas de su poderoso tronco extendiendo nuestros brazos en su entorno como para jugar al corro y medir su fortaleza. Y admirábamos la rugosidad de sus ramas siempre enhiestas junto al frondoso paraje que le circundaba…
Los niños y yo fuimos felices el día que situamos el último cromo en la última página y enviamos el álbum para reclamar nuestro premio. Y el premio a la perseverancia llegó con aquella cámara oscura que nos pareció venida de la generosidad de los Magos de Oriente aunque fuera en abril. Ya sólo nos faltaba el carrete del que presto se encargó el maestro. Fotos en blanco y negro, en negro y blanco… Fotos al entrar en clase, y al salir, y al jugar, y al competir, y al bromear… Fotos que nos llenaron de euforia cuando aquellos días de ascensión a la meta del vetusto roble, nos permitieron llenar de asombro la “corchera” de la clase repleta de imágenes fruto de nuestras escaladas.
De esto hace ya más de cincuenta años y aún siguen en mi memoria aquellas imágenes de la clase de Naturaleza en vivo con la flora objeto de nuestras excursiones y la humilde cámara oscura…
De esto hace ya más de cincuenta años y aún siguen en mi memoria aquellas imágenes de la clase de Naturaleza en vivo con la flora objeto de nuestras excursiones y la humilde cámara oscura…
IMÁGENES PARA EL DELIRIO
Ahora, después de contemplar cada imagen que la agudeza de mi sobrino Diego captura entre sensaciones y pericia, no puedo por menos que mostrarle mi perplejidad y asombro ante tanta belleza que, escondida en la aparente simplicidad del blanco y negro, provoca toda suerte de emociones. Es un obsequio generoso que le agradezco como devoto admirador y que, con su permiso, pongo a disposición de mis amigos del blog para compartir con ellos el placer de disfrutar del color del invierno que lo envuelve todo con ternura.
Muchas gracias, Diego
No hay comentarios:
Publicar un comentario