Tengo que decir que, muy a mi pesar, este relato no es de primera mano. No fui a Londres porque mi dominio del inglés no era entonces el adecuado, según norma establecida para el viaje, y me quedé en casa repasando los verbos irregulares y algún que otro “slang” inevitable para relacionarse con dignidad en eso del “cockney”. ¡Qué se va a hacer! ¡Otra vez será! Aún así tengo referencias más que sobradas para, usando la fe, relatar lo que no vi.
Londres es un hito glorioso más en los numerosos viajes de la Coral al extranjero dedicados a dejar bien plantada la dignidad burgalesa. Como siempre, el resumen de está breve pero intensa embajada, contó con un concierto de postín. Fue en San Patrick’s Roman Catholic Church en Soho Square. La llegada a esta “Square” no pudo ser más estimulante. Una larga cola de devotos esperaba impaciente su entrada al recinto para escuchar la muestra coral castellana del siglo XVI. Pero, ¡oh desilusión!, parece que tan multitudinaria concurrencia no estaba por las melodías navideñas del siglo XVI sino por un concierto de Rock, Pop o Folk, que tanto da, a punto de dar comienzo en un espacio contiguo.
Presentada la Coral por la dama mayor del colectivo y desarrollado el programa con el más que evidente beneplácito de los otros melómanos, la feligresía tuvo a bien mostrar su contento con un generoso “vino británico”. Tras el ágape, se hizo tiempo para el descanso después de la gloria, no sin antes añadir algún deleite frente a generosas pintas de cerveza rubia. Incluso me atrevo a pensar en algún tropezón provocado por la alegría del deber cumplido, la espuma dorada de la "beer" y los semáforos colocados al bies que, como es sabido, es norma a la que los británicos son muy dados por aquello de la zurda.
Con el deber cumplido y el sueño colmado, llegó la mañana, el breakfast y la hora del “turisteo”. Hablar de Harrod’s es hablar de la meta inevitable. De cualquier manera, el tópico de las tres BBB no parecía ser la muestra general de estantes y mercaderías que algunos buscamos en otros bazares menos cosmopolitas. Más bien lo contrario; “Bueno, Bonito y Caro”. No obstante, algún perfume, quizás patés variados y, desde luego, alguna botella de güisqui escocés llenarían las cestas de los recuerdos. Finalizado el recorrido por este lugar para el pasmo, más de uno perdió el norte y hubo de recurrir al dedo humedecido para averiguar la salida. Después visitas a Trafalgar Square, British Museum, Victoria Tower, Westminster Cathedral, Albert Memorial, Carnaby Street, Covent Garden etc.
Pero he mencionado escoceses, y nada más escocés que un kilt y una gaita. Y de eso ponían en aquella tienda entre lujosa y folk. Junto a la puerta, un escaparate por demás explícito y unas muestras astutamente atractivas. Enfrente, con el mayor desparpajo y el humor de castellanos que siempre acompaña a bajos y teneros, dos pares de ojos intrigantes. Una mirada recíproca y ambos camaradas abordan la estancia. Un bajo y un tenor, por este orden.
En el exterior, otras miradas atónitas hacen cábalas sobre la intención de compras de los dos coralistas. Alguna sonrisa maliciosa y el comentario malévolo;
―Salvo que compren una gaita, ninguno de los dos es talla «noventa, sesenta, noventa» así que lo del kilt descartado. Risas generales que se paran de inmediato con el más elocuente de los estupores. A través de los ventanales, aparecen los dos audaces luciendo sendas faldas kilt y una gorrita “enborlada” que les quedan como guantes. Incluso se mueven con aires entre marciales y grotescos, henchidos de gozo dentro de semejantes albardas. De cualquier manera se muestran prudentes para no descomponer en exceso la figura y no mostrar los pudores de sus *gainzas. La comparsa de la calle no se lo puede creer y alguien teme que el jolgorio que han montado en la acera llegue a las orejas del dependiente y descubra la chufla y con ella aparezca el bobby.
Pero aquí no acaba el episodio porque a la altura de nuestro particular show hay un gigantesco autobús turístico repleto de miradas orientales. Los japoneses que lo llenan están disfrutando de lo lindo con el espectáculo añadido inesperadamente a su “sightseeing”. Entre risas desbordadas y el menudeo de sus inevitables cámaras disparando al escaparate, da la extraña sensación de que hasta el conductor del bus hace causa común con el regocijo de los viajeros porque allí permanece sin moverse observando a los ocasionales “escoceses” . Estos, enfrascados en un diálogo imposible, interpretan los gestos ambiguos del “shop assistant” como la advertencia de un riesgo inminente. El hombre mueve la mano reproduciendo un gesto de llave en mano que lo mismo puede ser interpretado como una entrada en los calabozos londinenses, para cerrarlos a cal y canto, que una oferta añadida para el ajuar del kilt que tan airosamente visten. Esto último parece la interpretación adecuada, porque, al fin, descubren que les está ofreciendo una especie de bolso sujeto a la cintura para complementar la prenda. Según parece, en él los escoceses guardan sus llaves y otras pertenencias. De modo que el dependiente no parece estar al tanto del sentido del humor celtíbero y si le dan lugar, les intentará vender también una gaita. Al fin y al cabo algo tiene que ver con la chufla.
Así que, al fin, se impone la discreción y unos minutos más tarde aparecen nuestros héroes con sonrisa de oreja a oreja despidiéndose cordialmente del dependiente que les contempla con un gesto ambiguo. Seguramente pensando que los dos deben ser escoceses de Picadilly de Abajo.
*gainza.- prenda interior masculina que recuerda a los calzones de un famoso futbolista de los años cincuenta.
LOGROÑO 19-03-88
Iglesia de Santiago El Real 20,30 horas. Concierto de Música Antigua.
Finalizada la primera parte del concierto y, como suele ser habitual en estas intervenciones de postín, procedimos al breve descanso de unos minutos en la sacristía. Tiempo insuficiente a todas luces ―según se va a ver― para disfrutar de un soliloquio digestivo por muy urgente que sea. Y en ello estaba nuestro laureado director cuando entre el murmullo de los coralistas se escuchó en el recinto una voz imperiosa que dijo: “¡Venga, volvamos al templo que ya es hora!” Y nos fuimos a reiniciar el concierto interrumpido colocándonos en la escalinata del altar a la espera del aplauso y con él la presencia del director. Sólo la primera de ambas cosas se produjo puntualmente mientras que Juan se hizo esperar de forma más que desusada en él. Transcurrieron segundos interminables y la desazón se hacía patente en los coralistas.
Algo pasaba y todos nos temimos lo peor: un desvanecimiento, una huida a lo novio desairado, un preocupante lapsus de memoria o incluso un premio gordo de la lotería y “ahí os quedéis todos”. Terminada la angustiosa espera, apareció por fin nuestro héroe anudándose el cinturón como quien acaba de perder un par de kilos de golpe. Con cara de perro rabioso miró a la concurrencia, masculló la temible pregunta de ¿quién diablos ha mandado salir? y, a la vista de tanta ira contenida, nadie osó abrir la boca. Todavía hoy se le sigue acreditando a Gonzalo la autoría de la orden de salida, no sé si justa o injustamente, porque hasta es posible que ni siquiera participara de aquel concierto. Lo cual no es óbice, según algún tenor malicioso, para que incluso en una situación semejante nuestro ilustre bajo tuviera capacidad para decidir a distancia.
CISTIERNA 02-12-89
Iglesia de Cristo Rey 20,30 horas
V FESTIVAL CORAL DE CASTILLA Y LEON
Era uno de esos Conciertos que la Junta de Castilla y León tenía a bien encomendarnos en el otoño. Fiestas en el lugar, misa vespertina y actuación de la Coral de Cámara “San Esteban”. Así decía en los carteles.
Emprendimos viaje muy temprano en la tarde porque el lugar, aun siendo leonés, está muy próximo a las madrigueras de los osos asturianos y el viajecito era de los de siesta y bocata. Durante el trayecto ocurrió el episodio. Un puente sobre la carretera impedía el paso de nuestro autobús por culpa de la antena con la que sobrepasaba los límites del ojo. Paró Luis y decidió que la única manera de cruzar era quitando aquel apéndice. Y así procedió de inmediato subiéndose a la baca, momento que aprovechamos los coralistas para el desagüe de líquidos en contra de las prédicas de Gonzalo que obligan a los coralistos/as a viajar con vientres y vejigas desahogados. En pocos instantes la tarea del desmonte y las micciones dieron fin. Se formuló la habitual pregunta de si estamos todos y con la respuesta de un ¡¡¡Siiiiii!!! masivo y atronador se reanudó el viaje. Sin embargo a los pocos metros del recorrido, Luis observó en su espejo retrovisor la silueta descompuesta, voluminosa y congestionada de un individuo que gritaba desaforado ―ignoro que suerte de improperios aunque me los imagino― mientras agitaba los brazos como en demanda de venganza. Seguramente un lugareño que exigía justicia para alguna violación cometida con sus perales de invierno, pensó el templado conductor, conociendo el talante bromista de algunos coralistas, mientras lo comentaba con el viajero del "pescante". Este agudizó el ojo y descubrió que no. Que no era un aldeano iracundo recién robado sino el más voluminoso de los tenores que reclamaba justicia y su hueco legítimo en el autocar.
Seguramente, pensando en su dignidad y con la discreción, había recalado en un lugar más apartado y discreto para sus micciones ―o quizá se entretuvo en algo más escatológico― y ello le impidió regresar a tiempo cuando la tarea del desmonte de la antena hubo finalizada. ¡Caramba, si es Jesús! Dijo Roger al tiempo que apremiaba a Luis para que parase de inmediato. ¡La que se nos viene encima! exclamamos todos. Un arandino iracundo puede cometer cualquier desafuero si le dan motivo, y este tiene todos los augurios en contra nuestra, dijeron algunos más que alarmados. Pero no fue así. Aunque se reincorporó al autobús con la ira de los dioses apenas contenida, pronto su legítimo cabreo terminó en carcajada general mal contenida y completamos el largo viaje sin más incidencias.
En aquel concierto, celebrado entre cohetería y atronadoras músicas “heavy” en la plaza próxima, pudimos descubrir el grado de veneración con que, en ocasiones, son recibidas nuestras intervenciones en los templos. Iniciado el recital después de la misa y a punto de terminar la segunda de las melodías, un pequeño coro de comadres de avanzada edad, cubiertas de velo, toca y alma medieval, decidieron abandonar la para ellas tediosa salmodia, y con toda la liturgia adecuada al caso abandonaron la iglesia no si antes arrodillarse devotamente ante nuestra presencia.
FRANCIA. 16-10-86 Albergue próximo a Sarreguemines
Llegamos a este lugar el día anterior, procedentes de Saint Mihiel. Era la hora de la comida, a la que no hubo pero alguno que objetar salvo el aire de Rotenmeyer de la anfitriona que nos tocó en suerte. Mujer hosca, adusta y malhumorada, se comportaba con nosotros como quien está llevando a cabo una obligación asumida a regañadientes. Sin embargo, todos zampamos muy dignamente su menú: huevo relleno guarnecido con tomate, carne estofada con judías, quesos, helado con fermoselles y café. Después, hicimos un poco de todo hasta la hora del concierto en Sarreguemines; paseos, partida al subastado y algunas siestas. Incluso alguna dignísima colada entre los tenores. Después de apuntar un nuevo éxito y degustar un piscolabis ofrecido por la máxima autoridad del lugar ―con discurso en francés incluido al que respondió Juan en el mismo idioma con alguna tarascada lingüística― regresamos al albergue y dormimos serenamente. La noche transcurrió sin sobresaltos y la mañana nos deparó la primera sorpresa desagradable de la gira.
Sarreguemines.Vista del río Saar y el casino
Gabri, a punto de iniciar viaje con destino a Estrasburgo, comenzó a sentir agudos dolores en el bajo vientre y Federico y Puri le atendieron solícitos y de inmediato para establecer un diagnóstico fiable y proceder en consecuencia. Entre cólico nefrítico y apendicitis, algunos apuntaron maliciosos si no sería un embarazo extrauterino provocado por el desayuno malévolo de “la suegra de Languenberg” ―como la había bautizado él mismo― en venganza por la declarada animosidad del tenor contra la mujer que tan despóticamente nos trataba. A pesar de trivializar con mis palabras este incidente, hay que convenir que todos lo pasamos bastante mal hasta que, según él, fue objeto de intervención quirúrgica en el hospital de Sarrebourg. La cosa no fue de parto ni de apendicitis sino de una piedra, mejor dicho, de un gran trozo de teja que le extrajeron del riñón y que nos mostró en la mano a su regreso al autobús, ya sonriente y “milagrosamente recuperado”. Jamás recuerdo una carcajada más generalizada, distendida y estentórea provocada por las ingeniosas ocurrencias de nuestro cordial enemigo de cuerda, para el que, sin embargo, solicito un merecido aplauso legítimamente ganado a lo largo de estos treinta años
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