martes, 24 de abril de 2012

LA SORPRESA DEL DESPERTAR

(Jueves 05-04-2012)


Han transcurrido casi diez horas desde que nos acostamos anoche con la luna y el primer contacto con el sol de la mañana nos depara la gran sorpresa. El viaje no ha sido un sueño; estamos en otra alcoba y los rayos de la mañana penetran decididos para mostrarnos la imagen de un escenario distinto. Hay un silencio cómplice que se muestra solidario para acomodar nuestro compás horario. Son las nueve de la mañana y estamos en el hogar de nuestra familia en América. 

Es un día laboral y cada uno está en su tarea. Sólo nosotros deambulamos por la casa saboreando el placer de un viaje culminado sin contratiempos. De cualquier manera, hoy la novedad será que no haya otra que la de disfrutar de la mutua compañía y del descano definitivo para recuperar alientos y elaborar proyectos. Mañana será otro día para el turismo.

Hemos comido en familia y, por la hora, a la española. Hay un restaurante chino cerca de casa al que acudimos con el propósito de saborear la primera novedad gastronómica. En él, la mozuela de ojos oblicuos, que atiende solícita a los recién llegados, nos señala espacio junto a la mesa mientras nos regala con la mejor de sus sonrisas orientales. Es menudita y graciosa pero empaquetada en negro, de pies a cabeza, me parece un desperdicio estético. 

La carta está en inglés, que en nada aclara preferencias porque el contenido de los menús sólo habla de delicias chinas. Pollo y arroz son dos ofertas bien conocidas, a las que sólo falta añadir los aliños y el nombre adecuado. El arroz llega blanco, abundoso y huérfano de tropiezos, mientras que el pollito, rebozado en rojo chillón, se saborea como bocado para golosos. No puede faltar el «rollito de primavera» y a él me entrego con el entusiasmo de la primera comida exótica. No hay vino. Sólo cerveza fresca y, junto a ella, el inevitable gran vaso de agua con hielo que queda aparcado para mejor ocasión. Aunque brilla el sol, el viento se ha encargado de recordarnos que también cuenta a la hora de desacreditar a los rayos que lo acarician todo. Así que un vaso con agua helada puede convertirse en un peligroso colaborador de escalofríos y enojosos goteos nasales. 

Se me olvidaba decir que, después de varios intentos y una estocada fallida, he renunciado al uso de los palillos y recurrido al tenedor para consumir el discreto menú. Es una habilidad esta del manejo de las «baquetas» para el consumo arrocero, que puede dar al traste con la dignidad del comensal y las más elementales reglas de urbanidad y delicadeza en la mesa. Así que me los he guardado como recuerdo de mi impericia y el propósito de practicar en casa sorteando lentejas.    

Reconozco que hoy me he extendido excesivamente con el relato del restaurante pero, como todo en la vida tiene un por qué, el mío de hoy obedece a la escasez de argumentos turísticos para el contenido diario que me propongo. Efectivamente; después de la comida, hemos recuperado la tradición hispana de la siesta y la hemos cumplido con la mayor de las generosidades y el más eficaz de los propósitos reparadores. Así que después de «reparados», cenados y de ver una entretenida película en familia, iniciamos el sueño descontrolado para convertir el viernes en un día para el recuerdo.  

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