martes, 24 de abril de 2012

EASTER BUNNY


            St PATRICK'S ROMAN CATHOLIC CHURCH



Tengo que decir que, muy a mi pesar, este relato no es de primera mano. No fui a Londres porque mi dominio del inglés no era entonces el adecuado, según norma establecida para el viaje, y me quedé en casa repasando los verbos irregulares y algún que otro “slang” inevitable para relacionarse con dignidad en eso del “cockney”. ¡Qué se va a hacer! ¡Otra vez será! Aún así tengo referencias más que sobradas para, usando la fe, relatar lo que no vi. 

Londres es un hito glorioso más en los numerosos viajes de la Coral al extranjero dedicados a dejar bien plantada la dignidad burgalesa. Como siempre, el resumen de está breve pero intensa embajada, contó con un concierto de postín. Fue en San Patrick’s Roman Catholic Church en Soho Square. La llegada a esta “Square” no pudo ser más estimulante. Una larga cola de devotos esperaba impaciente su entrada al recinto para escuchar la muestra coral castellana del siglo XVI. Pero, ¡oh desilusión!, parece que tan multitudinaria concurrencia no estaba por las melodías navideñas del siglo XVI sino por un concierto de Rock, Pop o Folk, que tanto da, a punto de dar comienzo en un espacio contiguo.

Presentada la Coral por la dama mayor del colectivo y desarrollado el programa con el más que evidente beneplácito de los otros melómanos, la feligresía tuvo a bien mostrar su contento con un generoso “vino británico”. Tras el ágape, se hizo tiempo para el descanso después de la gloria, no sin antes añadir algún deleite frente a generosas pintas de cerveza rubia. Incluso me atrevo a pensar en algún tropezón provocado por la alegría del deber cumplido, la espuma dorada de la "beer" y los semáforos colocados al bies que, como es sabido, es norma a la que los británicos son muy dados por aquello de la zurda.

Con el deber cumplido y el sueño colmado, llegó la mañana, el breakfast y la hora del “turisteo”. Hablar de Harrod’s es hablar de la meta inevitable. De cualquier manera, el tópico de las tres BBB no parecía ser la muestra general de estantes y mercaderías que algunos buscamos en otros bazares menos cosmopolitas. Más bien lo contrario; “Bueno, Bonito y Caro”. No obstante, algún perfume, quizás patés variados y, desde luego, alguna botella de güisqui escocés llenarían las cestas de los recuerdos. Finalizado el recorrido por este lugar para el pasmo, más de uno perdió el norte y hubo de recurrir al dedo humedecido para averiguar la salida. Después visitas a Trafalgar Square, British Museum, Victoria Tower, Westminster Cathedral, Albert Memorial, Carnaby Street, Covent Garden etc.

Pero he mencionado escoceses, y nada más escocés que un kilt y una gaita. Y de eso ponían en aquella tienda entre lujosa y folk. Junto a la puerta, un escaparate por demás explícito y unas muestras astutamente atractivas. Enfrente, con el mayor desparpajo y el humor de castellanos que siempre acompaña a bajos y teneros, dos pares de ojos intrigantes. Una mirada recíproca y ambos camaradas abordan la estancia. Un bajo y un tenor, por este orden. 


En el exterior, otras miradas atónitas hacen cábalas sobre la intención de compras de los dos coralistas. Alguna sonrisa maliciosa y el comentario malévolo;
―Salvo que compren una gaita, ninguno de los dos es talla «noventa, sesenta, noventa» así que lo del kilt descartado. Risas generales que se paran de inmediato con el más elocuente de los estupores. A través de los ventanales, aparecen los dos audaces luciendo sendas faldas kilt y una gorrita “enborlada” que les quedan como guantes. Incluso se mueven con aires entre marciales y grotescos, henchidos de gozo dentro de semejantes albardas. De cualquier manera se muestran prudentes para no descomponer en exceso la figura y no mostrar los pudores de sus *gainzas. La comparsa de la calle no se lo puede creer y alguien teme que el jolgorio que han montado en la acera llegue a las orejas del dependiente y descubra la chufla y con ella aparezca el bobby. 

Pero aquí no acaba el episodio porque a la altura de nuestro particular show hay un gigantesco autobús turístico repleto de miradas orientales. Los japoneses que lo llenan están disfrutando de lo lindo con el espectáculo añadido inesperadamente a su “sightseeing”. Entre risas desbordadas y el menudeo de sus inevitables cámaras disparando al escaparate, da la extraña sensación de que hasta el conductor del bus hace causa común con el regocijo de los viajeros porque allí permanece sin moverse observando a los ocasionales “escoceses” . Estos, enfrascados en un diálogo imposible, interpretan los gestos ambiguos del “shop assistant” como la advertencia de un riesgo inminente. El hombre mueve la mano reproduciendo un gesto de llave en mano que lo mismo puede ser interpretado como una entrada en los calabozos londinenses, para cerrarlos a cal y canto, que una oferta añadida para el ajuar del kilt que tan airosamente visten. Esto último parece la interpretación adecuada, porque, al fin, descubren que les está ofreciendo una especie de bolso sujeto a la cintura para complementar la prenda. Según parece, en él los escoceses guardan sus llaves y otras pertenencias. De modo que el dependiente no parece estar al tanto del sentido del humor celtíbero y si le dan lugar, les intentará vender también una gaita. Al fin y al cabo algo tiene que ver con la chufla. 

Así que, al fin, se impone la discreción y unos minutos más tarde aparecen nuestros héroes con sonrisa de oreja a oreja despidiéndose cordialmente del dependiente que les contempla con un gesto ambiguo. Seguramente pensando que los dos deben ser escoceses de Picadilly de Abajo.

*gainza.- prenda interior masculina que recuerda a los calzones de un famoso futbolista de los años cincuenta.





LOGROÑO 19-03-88
Iglesia de Santiago El Real 20,30 horas. Concierto de Música Antigua.

Finalizada la primera parte del concierto y, como suele ser habitual en estas intervenciones de postín, procedimos al breve descanso de unos minutos en la sacristía. Tiempo insuficiente a todas luces ―según se va a ver― para disfrutar de un soliloquio digestivo por muy urgente que sea. Y en ello estaba nuestro laureado director cuando entre el murmullo de los coralistas se escuchó en el recinto una voz imperiosa que dijo: “¡Venga, volvamos al templo que ya es hora!” Y nos fuimos a reiniciar el concierto interrumpido colocándonos en la escalinata del altar a la espera del aplauso y con él la presencia del director. Sólo la primera de ambas cosas se produjo puntualmente mientras que Juan se hizo esperar de forma más que desusada en él. Transcurrieron segundos interminables y la desazón se hacía patente en los coralistas. 


Algo pasaba y todos nos temimos lo peor: un desvanecimiento, una huida a lo novio desairado, un preocupante lapsus de memoria o incluso un premio gordo de la lotería y “ahí os quedéis todos”. Terminada la angustiosa espera, apareció por fin nuestro héroe anudándose el cinturón como quien acaba de perder un par de kilos de golpe. Con cara de perro rabioso miró a la concurrencia, masculló la temible pregunta de ¿quién diablos ha mandado salir? y, a la vista de tanta ira contenida, nadie osó abrir la boca. Todavía hoy se le sigue acreditando a Gonzalo la autoría de la orden de salida, no sé si justa o injustamente, porque hasta es posible que ni siquiera participara de aquel concierto. Lo cual no es óbice, según algún tenor malicioso, para que incluso en una situación semejante nuestro ilustre bajo tuviera capacidad para decidir a distancia.

CISTIERNA 02-12-89
Iglesia de Cristo Rey 20,30 horas
V FESTIVAL CORAL DE CASTILLA Y LEON






















Era uno de esos Conciertos que la Junta de Castilla y León tenía a bien encomendarnos en el otoño. Fiestas en el lugar, misa vespertina y actuación de la Coral de Cámara “San Esteban”. Así decía en los carteles.

Emprendimos viaje muy temprano en la tarde porque el lugar, aun siendo leonés, está muy próximo a las madrigueras de los osos asturianos y el viajecito era de los de siesta y bocata. Durante el trayecto ocurrió el episodio. Un puente sobre la carretera impedía el paso de nuestro autobús por culpa de la antena con la que sobrepasaba los límites del ojo. Paró Luis y decidió que la única manera de cruzar era quitando aquel apéndice. Y así procedió de inmediato subiéndose a la baca, momento que aprovechamos los coralistas para el desagüe de líquidos en contra de las prédicas de Gonzalo que obligan a los coralistos/as a viajar con vientres y vejigas desahogados. En pocos instantes la tarea del desmonte y las micciones dieron fin. Se formuló la habitual pregunta de si estamos todos y con la respuesta de un ¡¡¡Siiiiii!!! masivo y atronador se reanudó el viaje. Sin embargo a los pocos metros del recorrido, Luis observó en su espejo retrovisor la silueta descompuesta, voluminosa y congestionada de un individuo que gritaba desaforado ―ignoro que suerte de improperios aunque me los imagino― mientras agitaba los brazos como en demanda de venganza. Seguramente un lugareño que exigía justicia para alguna violación cometida con sus perales de invierno, pensó el templado conductor, conociendo el talante bromista de algunos coralistas, mientras lo comentaba con el viajero del "pescante". Este agudizó el ojo y descubrió que no. Que no era un aldeano iracundo recién robado sino el más voluminoso de los tenores que reclamaba justicia y su hueco legítimo en el autocar.

Seguramente, pensando en su dignidad y con la discreción, había recalado en un lugar más apartado y discreto para sus micciones ―o quizá se entretuvo en algo más escatológico― y ello le impidió regresar a tiempo cuando la tarea del desmonte de la antena hubo finalizada. ¡Caramba, si es Jesús! Dijo Roger al tiempo que apremiaba a Luis para que parase de inmediato. ¡La que se nos viene encima! exclamamos todos. Un arandino iracundo puede cometer cualquier desafuero si le dan motivo, y este tiene todos los augurios en contra nuestra, dijeron algunos más que alarmados. Pero no fue así. Aunque se reincorporó al autobús con la ira de los dioses apenas contenida, pronto su legítimo cabreo terminó en carcajada general mal contenida y completamos el largo viaje sin más incidencias.

En aquel concierto, celebrado entre cohetería y atronadoras músicas “heavy” en la plaza próxima, pudimos descubrir el grado de veneración con que, en ocasiones, son recibidas nuestras intervenciones en los templos. Iniciado el recital después de la misa y a punto de terminar la segunda de las melodías, un pequeño coro de comadres de avanzada edad, cubiertas de velo, toca y alma medieval, decidieron abandonar la para ellas tediosa salmodia, y con toda la liturgia adecuada al caso abandonaron la iglesia no si antes arrodillarse devotamente ante nuestra presencia.


FRANCIA. 16-10-86 Albergue próximo a Sarreguemines


Llegamos a este lugar el día anterior, procedentes de Saint Mihiel. Era la hora de la comida, a la que no hubo pero alguno que objetar salvo el aire de  Rotenmeyer de la anfitriona que nos tocó en suerte. Mujer hosca, adusta y malhumorada, se comportaba con nosotros como quien está llevando a cabo una obligación asumida a regañadientes. Sin embargo, todos zampamos muy dignamente su menú: huevo relleno guarnecido con tomate, carne estofada con judías, quesos, helado con fermoselles y café. Después, hicimos un poco de todo hasta la hora del concierto en Sarreguemines; paseos, partida al subastado y algunas siestas. Incluso alguna dignísima colada entre los tenores. Después de apuntar un nuevo éxito y degustar un piscolabis ofrecido por la máxima autoridad del lugar ―con discurso en francés incluido al que respondió Juan en el mismo idioma con alguna tarascada lingüística― regresamos al albergue y dormimos serenamente. La noche transcurrió sin sobresaltos y la mañana nos deparó la primera sorpresa desagradable de la gira.

Sarreguemines.Vista del río Saar y el casino

Gabri, a punto de iniciar viaje con destino a Estrasburgo, comenzó a sentir agudos dolores en el bajo vientre y Federico y Puri le atendieron solícitos y de inmediato para establecer un diagnóstico fiable y proceder en consecuencia. Entre cólico nefrítico y apendicitis, algunos apuntaron maliciosos si no sería un embarazo extrauterino provocado por el desayuno malévolo de “la suegra de Languenberg” ―como la había bautizado él mismo―  en venganza por la declarada animosidad del tenor contra la mujer que tan despóticamente nos trataba. A pesar de trivializar con mis palabras este incidente, hay que convenir que todos lo pasamos bastante mal hasta que, según él, fue objeto de intervención quirúrgica en el hospital de Sarrebourg. La cosa no fue de parto ni de apendicitis sino de una piedra, mejor dicho, de un gran trozo de teja que le extrajeron del riñón y que nos mostró en la mano a su regreso al autobús, ya sonriente y “milagrosamente recuperado”. Jamás recuerdo una carcajada más generalizada, distendida y estentórea provocada por las ingeniosas ocurrencias de nuestro cordial enemigo de cuerda, para el que, sin embargo, solicito un merecido aplauso legítimamente ganado a lo largo de estos treinta años

HARVARD MUSEUM OF NATURAL HISTORY

(Viernes 06-04-2012)

Se dice de esta ciudad, probablemente de forma muy generosa, que es el espacio universal que, a lo largo de su prestigiosa vida universitaria, ha acumulado el mayor número de premios Nóbel por metro cuadrado. Y de ellos, esta es una apreciación personal, una gran mayoría han debido ser orientales porque es habitual encontrarse con alumnos de este origen acudiendo a facultades y otros centros de estudio.

HARVARD MUSEUM OF NATURAL HISTORY

BARITE
Cristales punteados. Berbes, Oviedo (Asturias) Spain



PLANTA CARNÍVORA
Reproducida en vidrio.


GIANT CLAMS - 76,2 cms./90,7184 kgs.
Sur del Pacífico 



GIBEON, HARDAP, NAMIBIA
METEORITO encontrado en 1836


Cambridge ha sido hoy el objetivo de nuestra visita y en ella hemos entretenido la mayor parte del día dedicados a recorrer las salas del Harvard Museum of Natural History. Pero antes hemos cargado nuestras pilas nutritivas en Mr. Bartley’s restaurante, el más famoso y frecuentado de la ciudad.

Cuando nos aproximamos, atraídos por el persistente olor a comida reciente y la cola de disciplinados candidatos a un lugar en el comedor, descubro que la fama no es un bulo para turistas. Tan pronto se hace evidente nuestro propósito de acomodarnos en la fila, aparece una mozuela cargada con los cuadernos de los menús que nos ofrece gentilmente. Seleccionados y decididos, no resulta complicada la elección porque cada propuesta incluye siempre una espléndida hamburguesa acompañada de «french fries» y otras delicias gastronómicas. Curiosamente no se ofrece bebida alguna de contenido alcohólico. Solo  refrescos.

Mr. Bartley’s Restaurant 


"IN GOD WE TRUST
ALL OTHERS PAY CASH"
(Confiamos en Dios.
Todos los demás pagan)













"Lady Gagá"


Colocado al final de la fila, hay un caballero que maneja una libreta y un bolígrafo. Está sentado sobre una alta banqueta y no acierto a averiguar el porqué de su presencia hasta que nos pregunta por nuestras preferencias. En realidad es el dueño del restaurante que controla las maniobras de acceso y las peticiones de comida.  Cuando completamos la petición de menús, la traslada a la que parece su esposa, —uno y otra de edad longeva—, quien las lleva a la cocina para agilizar la preparación y servirla tan pronto se nos siente en el comedor. Toda esta liturgia precede a un auténtico festejo gastronómico a base de comida genuinamente americana: la hamburguesa acompañada de sus múltiples formas de aliño. No sin cierto pudor, tengo que añadir que he disfrutado doblemente comiéndome a «Lady Gagá» nombre asignado, entre la retahíla de nombres de hamburguesas ofertadas, a la que me ha correspondido en suerte.
















Terminado la comida, nos dirigimos al museo, objetivo principal de nuestra visita. Fundado en  1859 ofrece una variadísima selección de animales y plantas que ilustran la teoría de Darwin; galerías de minerales junto a una colección de meteoritos recogidos alrededor de todo el mundo; fósiles de animales extinguidos, incluido el Kronosaurus —gigantesco reptil marino de la prehistoria— y, finalmente,  la reconocida muestra de las Glass Flowers  en las Galerías Botánicas. Es esta una varadísima colección de más de 4.400 reproducciones de plantas modeladas en vidrio por los artistas bohemios Leopold y Rudolph Blaschka. Aquí, el asombro crece a cada instante comprobando la belleza y exquisita fidelidad en la reproducción de colores y formas que confunden realidad y arte.

Después de la visita, deambulamos entre el ambiente ciudadano que da vida a la tarde para desembocar en un recinto de ambiente asiático. En él nos acomodamos para saborear la última moda del refresco. Se trata de batidos, infusiones y otras variedades refrescantes que incluyen la presencia de «bobas».  Término adulterado de la palabra inglesa «bubbles» (burbujas). En realidad se trata de una minúsculas bolitas de gelatina de soja que convierten en masticable el placer de una infusión o refresco. 

Al terminar la jornada iniciamos el regreso a Salem en el peor momento de la tarde. El tráfico es una inmensa aglomeración de vehículos que abarrotan cada uno de los carriles de la autopista y que hacen del viaje una prueba para la cordura y la paciencia. Llegamos a casa después del lento viajar y disfrutamos juntos con el recuento de experiencias, imágenes y anécdotas. Finalmente el ya universal «deporte» de la TV nos entretiene con una bonita película que completa el día…

LA SORPRESA DEL DESPERTAR

(Jueves 05-04-2012)


Han transcurrido casi diez horas desde que nos acostamos anoche con la luna y el primer contacto con el sol de la mañana nos depara la gran sorpresa. El viaje no ha sido un sueño; estamos en otra alcoba y los rayos de la mañana penetran decididos para mostrarnos la imagen de un escenario distinto. Hay un silencio cómplice que se muestra solidario para acomodar nuestro compás horario. Son las nueve de la mañana y estamos en el hogar de nuestra familia en América. 

Es un día laboral y cada uno está en su tarea. Sólo nosotros deambulamos por la casa saboreando el placer de un viaje culminado sin contratiempos. De cualquier manera, hoy la novedad será que no haya otra que la de disfrutar de la mutua compañía y del descano definitivo para recuperar alientos y elaborar proyectos. Mañana será otro día para el turismo.

Hemos comido en familia y, por la hora, a la española. Hay un restaurante chino cerca de casa al que acudimos con el propósito de saborear la primera novedad gastronómica. En él, la mozuela de ojos oblicuos, que atiende solícita a los recién llegados, nos señala espacio junto a la mesa mientras nos regala con la mejor de sus sonrisas orientales. Es menudita y graciosa pero empaquetada en negro, de pies a cabeza, me parece un desperdicio estético. 

La carta está en inglés, que en nada aclara preferencias porque el contenido de los menús sólo habla de delicias chinas. Pollo y arroz son dos ofertas bien conocidas, a las que sólo falta añadir los aliños y el nombre adecuado. El arroz llega blanco, abundoso y huérfano de tropiezos, mientras que el pollito, rebozado en rojo chillón, se saborea como bocado para golosos. No puede faltar el «rollito de primavera» y a él me entrego con el entusiasmo de la primera comida exótica. No hay vino. Sólo cerveza fresca y, junto a ella, el inevitable gran vaso de agua con hielo que queda aparcado para mejor ocasión. Aunque brilla el sol, el viento se ha encargado de recordarnos que también cuenta a la hora de desacreditar a los rayos que lo acarician todo. Así que un vaso con agua helada puede convertirse en un peligroso colaborador de escalofríos y enojosos goteos nasales. 

Se me olvidaba decir que, después de varios intentos y una estocada fallida, he renunciado al uso de los palillos y recurrido al tenedor para consumir el discreto menú. Es una habilidad esta del manejo de las «baquetas» para el consumo arrocero, que puede dar al traste con la dignidad del comensal y las más elementales reglas de urbanidad y delicadeza en la mesa. Así que me los he guardado como recuerdo de mi impericia y el propósito de practicar en casa sorteando lentejas.    

Reconozco que hoy me he extendido excesivamente con el relato del restaurante pero, como todo en la vida tiene un por qué, el mío de hoy obedece a la escasez de argumentos turísticos para el contenido diario que me propongo. Efectivamente; después de la comida, hemos recuperado la tradición hispana de la siesta y la hemos cumplido con la mayor de las generosidades y el más eficaz de los propósitos reparadores. Así que después de «reparados», cenados y de ver una entretenida película en familia, iniciamos el sueño descontrolado para convertir el viernes en un día para el recuerdo.  

EL VUELO

(Miércoles 04-abril-2012)


Ignoro como ha de ser para los habituales del puente aéreo Madrid-Barcelona, acostumbrados a viajar en avión como una secuencia más de su ajetreo diario personal, pero para quien tomar un avión es algo así como casarse en segundas nupcias, la cosa tiene su intríngulis. No, no es que le acogote a uno la sensación de vértigo o la de un posible chapuzón para relacionarse con los tiburones martillo en aguas del Atlántico. La cosa tiene otros vértices menos agoreros.

Desde aquella noche de mayo del 1793 en que nuestro ilustre paisano burgalés, Diego Martín Aguilera, emprendió su primer vuelo en la peña más alta del castillo de Coruña del Conde con destino a Burgo de Osma, parece que la desbordada imaginación de niño, siempre inclinada a venerar audacias, me inclinó a pensar que como decía mi padre «en la vida, hay que probar de todo y usar de lo mejor». Así que con esta premisa, hubo una época en mi vida de adolescente en la que me atrajo «seriamente» la idea de convertirme en paracaidista. Y por lo que se ve, tampoco yo era el único soñador de la villa en que nací, porque alguno lo intentó artesanalmente con la ayuda de un paraguas familiar con fallo incluido. El resultado de su hazaña figura en la página 139 de mis Memorias que «la pléyade de mis asiduos» a este blog ya conocen. 

Al grano. La primera vez que subí a un avión significó para mí una especie de «bautizo rumboso» que me entretuvo doce largas horas entre cábalas, reniegos y algún que otro sobresalto. Incluso con anécdota para el sonrojo. Porque en mi afán de ser comedido, prudente y discreto no osé moverme del atraque de mi asiento hasta que la vida orgánica, ajena a mis devaneos, me obligó a tomar la inevitable decisión. Sin embargo, ninguna de estas prudencias sirvió para pasar inadvertido porque en mi afán de no desnivelar la trayectoria del «Boing 727», caminé por el pasillo en dirección al escusado como quien pisa huevos, válgaseme la expresión, del mismo modo que lo había aprendido embarcado con mi amigo Eduardo quien, aguas abajo del Pisuerga en Valladolid, me bautizó como navegante.   

Desde entonces, entre los viajes con el Mundo Senior —moderno apelativo acuñado para "aliviar" los conceptos de madurez, ancianidad, vejez, edad provecta, longevidad, y otras acepciones excluyentes que definen la peyorativa percepción de la chochez— y los más estimulantes para disfrutar del cariño de hijos y nietos alejados de casa, he coleccionado una discreta serie de experiencias entre sueños beatíficos, lecturas, películas, gastronomía a lo «Iberia flights»  (sin ánimo de crítica) y otras observaciones del entorno viajero. 

Salimos de Madrid con una hora de retraso sobre la prevista de nuestro vuelo. Después de los trámites del destape íntimo para personas y «lugage», —o sea y en castizo, bártulos—, y la obligada visita a las «duty free» —ese espacio en el que uno puede adquirir todo lo necesario para transgredir las normas de acceso al avión a precio de usura y sin temor a represalias— iniciamos el recorrido del túnel hasta llegar a la puerta del mastodonte en la que nos espera la sonrisa de la más rubia de las azafatas. No repetiré la experiencia monótona de las instrucciones para caso de «aterrizaje forzoso» ni las maniobras del despegue y aterrizaje, porque para ello tengo grabada la imagen de la muchacha al otro lado de mi pasillo.


Tan pronto comenzó la maniobra voladora, la chica cruzó los brazos tras la espalda, irguió tan vertical como pudo su grácil figura de veinteañera y, después de cerrar los ojos, relajó sus temores cuanto pudo para recuperar el aliento pasados los once mil pies. Yo me dije: se nota que tiene pocos años y quiere mantenerlos vivos al precio que sea. ¡Qué grande y valioso es ser joven! me espetaron mis adentros. Y no es que uno desprecie sus valores invernales, que obviamente cuida con esmero, pero es bien cierto que los millonarios recuerdos acumulados, son ya extenso y satisfactorio bagaje almacenado en el álbum de la existencia, que la joven ha comenzado con sus escasas decenas de cromos del vivir.

El viaje, durante un cuarto de día, se reparte entre somnolencias, gastronomía cuartelera y un poco de cine servido entre nebulosas y atascos. Algo no va bien en el monitor que convierte en desesperante lo que podía haber sido entretenido. Nunca sabremos lo que pasó con el oso.  Hay un bebé que lloriquea incansable y, consecuentemente, una madre sometida al borde de un ataque de nervios; una anciana pegada a un peluche gris oscuro, llegado con ella dentro de una jaula minúscula, que dormita serenamente abrazada al chucho. El can no ha dicho una sola palabra en todo el viaje. Ni siquiera para saludar a los presentes. El resto de nuestro entorno inmediato repasa la prensa, lee en una «pizarra» —como las de mi escuela en primaria allá por los cuarenta—, teclea un ordenador o se entretiene peleando con sudokus y crucigramas…


Después de que nuestra joven ha repetido sus gestos y alarmas íntimas y recuperado su apostura tras el aterrizaje, las ruedas del avión nos llevan a la terminal y descendemos del mastodonte. Estamos en Boston, meta final del viaje que nos devuelve a la alegría del abrazo familiar, aplazado desde finales de agosto. Aunque la impaciencia hace mella en nuestro ánimo, no queda otro recurso que el rearmarla y colocarse al final de la larga hilera humana que, inquieta y en algunos casos tensa,  espera las burocracias de la salida. 

Efectivamente. Esta vez, la impaciencia por respirar el aire de Boston se nos hace especialmente espesa y dilatada. Hay que pasar los trámites de la aduna y confirmar que nuestra dignidad celtíbera acepta de buen grado, normas, controles y sonrisas a media esbozar. Las pesadas maletas repletas de cariño para los que esperan impacientes aguardan resignadas en la cinta mecánica. La interminable cola de viajeros, llegados a USA con multitud de propósitos, se exaspera más que transita por el laberinto acotado en paralelo al que nos hemos unido nosotros. Al fin, lo abandonamos al cabo de una larguísima hora y media de inquietudes y unos pocos minutos de trámites: …«que de dónde venimos, que adónde vamos, que para qué venimos, que cuánto tiempo pensamos estar, que cuánta «tela» traemos, que…» No teman aduaneros, en nuestras «suitcases» no hay ni frutas ni verduras, ni  semillas que puedan alterar cultivos, ni siquiera embutidos con delicias porcinas u otras generosas gastronomías de la cabaña rural castellana… 

¡¡¡Por fin salimos!!! 
Los abrazos de meses, días, horas, minutos y hasta segundos aplazados está siendo realidad. Bienvenidas las contingencias que nos han deparado este placer. Ahora estamos de nuevo juntos y nos vamos a casa. Media hora hasta Salem recorriendo la luminosidad del tráfico. Al final, el siempre ilusionante y multicolor «Welcome», dedicado a los abuelos, nos recibe a la puerta de casa. Es el mejor de los presagios para unos hermosos días en familia.  

El cansancio del viaje y las emociones del reencuentro concluyen con el reposo del sueño y, en el silencio de la noche americana, iniciamos el descanso reparador que se prolonga de manera desacostumbrada. Ya se sabe, las emociones y el cambio horario necesitan intimidad y descanso. Buenas noches…

sábado, 24 de marzo de 2012

ANECDOTARIO

LONDRES

            St PATRICK'S ROMAN CATHOLIC CHURCH

Tengo que confesar que, muy a mi pesar, este relato no es de primera mano. No fui a Londres porque mi dominio del inglés no era entonces el adecuado, según norma establecida para el viaje, y me quedé en casa repasando los verbos irregulares y algún que otro “slang” inevitable para relacionarse con dignidad en eso del “cockney”. ¡Qué se va a hacer! ¡Otra vez será! Aún así tengo referencias más que sobradas para, usando la fe, relatar lo que no vi.


Londres es un hito glorioso más en los numerosos viajes de la Coral al extranjero dedicados a dejar bien plantada la dignidad burgalesa. Como siempre, el resumen de esta breve pero intensa embajada, contó con un concierto de postín. Fue en San Patrick’s Roman Catholic Church en Soho Square. La llegada a esta “Square” no pudo ser más estimulante. Una larga cola de devotos esperaba impaciente su entrada al recinto para escuchar la muestra coral castellana del siglo XVI. Pero, ¡oh desilusión!, parece que tan multitudinaria concurrencia no estaba por las melodías navideñas del siglo XVI sino por un concierto de Rock, Pop o Folk, que tanto da, a punto de dar comienzo en un espacio contiguo.

Presentada la Coral por la dama mayor del colectivo y desarrollado el programa con el más que evidente beneplácito de los otros melómanos, la feligresía tuvo a bien mostrar su contento con un generoso “vino británico”. Tras el ágape, se hizo tiempo para el descanso después de la gloria, no sin antes añadir algún deleite frente a generosas pintas de cerveza rubia. Incluso me atrevo a pensar en algún tropezón provocado por la alegría del deber cumplido, la espuma dorada de la "beer" y los semáforos colocados al bies que, como es sabido, es norma a la que los británicos son muy dados por aquello de la zurda.

Con el deber cumplido y el sueño colmado, llegó la mañana, el breakfast y la hora del “turisteo”. Hablar de Harrod’s es hablar de la meta inevitable. De cualquier manera, el tópico de las tres BBB no parecía ser la muestra general de estantes y mercaderías que algunos buscamos en otros bazares menos cosmopolitas. Más bien lo contrario; “Bueno, Bonito y Caro”. No obstante, algún perfume, quizás patés variados y, desde luego, alguna botella de güisqui escocés llenarían las cestas de los recuerdos. Finalizado el recorrido por este lugar para el pasmo, más de uno perdió el norte y hubo de recurrir al dedo humedecido para averiguar la salida. Después visitas a Trafalgar Square, British Museum, Victoria Tower, Westminster Cathedral, Albert Memorial, Carnaby Street, Covent Garden...

Pero he mencionado escoceses, y nada más escocés que un kilt y una gaita. Y de eso ponían en aquella tienda entre lujosa y folk. Junto a la puerta, un escaparate por demás explícito y unas muestras astutamente atractivas. Enfrente, con el mayor desparpajo y el humor de castellanos que siempre acompaña a bajos y tenores, dos pares de ojos intrigantes. Una mirada recíproca y ambos camaradas abordan la estancia. Un bajo y un tenor, por este orden. 

el bajo
En el exterior, otras miradas atónitas hacen cábalas sobre la intención de compras de los dos coralistas. Alguna sonrisa maliciosa y el comentario malévolo;
―Salvo que compren una gaita, ninguno de los dos es talla «noventa, sesenta, noventa» así que lo del kilt descartado. Risas generales que se paran de inmediato con el más elocuente de los estupores. A través de los ventanales, aparecen los dos audaces luciendo sendas faldas kilt y una gorrita “enborlada” que les quedan como guantes. Incluso se mueven con aires entre marciales y grotescos, henchidos de gozo dentro de semejantes albardas. De cualquier manera, se muestran prudentes para no descomponer en exceso la figura y no mostrar los pudores de sus *gainzas. La comparsa de la calle no se lo puede creer y alguien teme que el jolgorio que han montado en la acera llegue a las orejas del dependiente y descubra la chufla y con ella aparezca el bobby.


el tenor
Pero aquí no acaba el episodio porque a la altura de nuestro particular show hay un gigantesco autobús turístico repleto de miradas orientales. Los japoneses que lo llenan están disfrutando de lo lindo con el espectáculo añadido inesperadamente a su “sightseeing”. Entre risas desbordadas y el menudeo de sus inevitables cámaras disparando al escaparate, da la extraña sensación de que hasta el conductor del bus hace causa común con el regocijo de los viajeros porque allí permanece sin moverse observando a los ocasionales “escoceses” . Estos, enfrascados en un diálogo imposible, interpretan los gestos ambiguos del “shop assistant” como la advertencia de un riesgo inminente. El hombre mueve la mano reproduciendo un gesto de llave en mano que lo mismo puede ser interpretado como una entrada en los calabozos londinenses, para cerrarlos a cal y canto, que una oferta añadida para el ajuar del kilt que tan airosamente visten. Esto último parece la interpretación adecuada, porque, al fin, descubren que les está ofreciendo una especie de bolso sujeto a la cintura para complementar la prenda. Según parece, en él los escoceses guardan sus llaves y otras pertenencias. De modo que el dependiente no parece estar al tanto del sentido del humor celtíbero y si le dan lugar, les intentará vender también una gaita. Al fin y al cabo algo tiene que ver con la chufla. 

Así que, al fin, se impone la discreción y unos minutos más tarde aparecen nuestros héroes con sonrisa de oreja a oreja despidiéndose cordialmente del joven que les contempla con un gesto ambiguo. Seguramente pensando que los dos deben ser escoceses de Picadilly de Abajo.

*gainza.- prenda interior masculina que recuerda a los calzones de un famoso futbolista de los años cincuenta.



LOGROÑO 19-03-88
Iglesia de Santiago El Real 20,30 horas. Concierto de Música Antigua.

Finalizada la primera parte del concierto y, como suele ser habitual en estas intervenciones de postín, procedimos al breve descanso de unos minutos en la sacristía. Tiempo insuficiente a todas luces ―según se va a ver― para disfrutar de un soliloquio digestivo por muy urgente que sea. Y en ello estaba nuestro laureado director cuando entre el murmullo de los coralistas se escuchó en el recinto una voz imperiosa que dijo: “¡Venga, volvamos al templo que ya es hora!” Y nos fuimos a reiniciar el concierto interrumpido colocándonos en la escalinata del altar a la espera del aplauso y con él la presencia del director. Sólo la primera de ambas cosas se produjo puntualmente mientras que Juan se hizo esperar de forma más que desusada en él. Transcurrieron segundos interminables y la desazón se hacía patente en los coralistas. 


Algo pasaba y todos nos temimos lo peor: un desvanecimiento, una huida a lo novio desairado, un preocupante lapsus de memoria o incluso un premio gordo de la lotería y “ahí os quedéis todos”. Terminada la angustiosa espera, apareció por fin nuestro héroe anudándose el cinturón como quien acaba de perder un par de kilos de golpe. Con cara de perro rabioso miró a la concurrencia, masculló la temible pregunta de ¿quién diablos ha mandado salir? y, a la vista de tanta ira contenida, nadie osó abrir la boca. Todavía hoy se le sigue acreditando a Gonzalo la autoría de la orden de salida, no sé si justa o injustamente, porque hasta es posible que ni siquiera participara de aquel concierto. Lo cual no es óbice, según algún tenor malicioso, para que incluso en una situación semejante nuestro ilustre bajo tuviera capacidad para decidir a distancia.


CISTIERNA 02-12-89
Iglesia de Cristo Rey 20,30 horas
V FESTIVAL CORAL DE CASTILLA Y LEON





















Era uno de esos Conciertos que la Junta de Castilla y León tenía a bien encomendarnos en el otoño. Fiestas en el lugar, misa vespertina y actuación de la Coral de Cámara “San Esteban”. Así decía en los carteles.

Emprendimos viaje muy temprano en la tarde porque el lugar, aun siendo leonés, está muy próximo a las madrigueras de los osos asturianos y el viajecito era de los de siesta y bocata. Durante el trayecto ocurrió el episodio. Un puente sobre la carretera impedía el paso de nuestro autobús por culpa de la antena con la que sobrepasaba los límites del ojo. Paró Luis y decidió que la única manera de cruzar era quitando aquel apéndice. Y así procedió de inmediato subiéndose a la baca, momento que aprovechamos los coralistas para el desagüe de líquidos en contra de las prédicas de Gonzalo que obligan a los coralistos/as a viajar con vientres y vejigas desahogados. En pocos instantes la tarea del desmonte y las micciones dieron fin. Se formuló la habitual pregunta de si estamos todos y con la respuesta de un ¡¡¡Siiiiii!!! masivo y atronador se reanudó el viaje. Sin embargo a los pocos metros del recorrido, Luis observó en su espejo retrovisor la silueta descompuesta, voluminosa y congestionada de un individuo que gritaba desaforado ―ignoro que suerte de improperios aunque me los imagino― mientras agitaba los brazos como en demanda de venganza. Seguramente un lugareño que exigía justicia para alguna violación cometida con sus perales de invierno, pensó el templado conductor, conociendo el talante bromista de algunos coralistas, mientras lo comentaba con el viajero del "pescante". Este agudizó el ojo y descubrió que no. Que no era un aldeano iracundo recién robado sino el más voluminoso de los tenores que reclamaba justicia y su hueco legítimo en el autocar.

Seguramente, pensando en su dignidad y con la discreción, había recalado en un lugar más apartado y discreto para sus micciones ―o quizá se entretuvo en algo más escatológico― y ello le impidió regresar a tiempo cuando la tarea del desmonte de la antena hubo finalizada. ¡Caramba, si es Jesús! Dijo Roger al tiempo que apremiaba a Luis para que parase de inmediato. ¡La que se nos viene encima! exclamamos todos. Un arandino iracundo puede cometer cualquier desafuero si le dan motivo, y este tiene todos los augurios en contra nuestra, dijeron algunos más que alarmados. Pero no fue así. Aunque se reincorporó al autobús con la ira de los dioses apenas contenida, pronto su legítimo cabreo terminó en carcajada general mal contenida y completamos el largo viaje sin más incidencias.

En aquel concierto, celebrado entre cohetería y atronadoras músicas “heavy” en la plaza próxima, pudimos descubrir el grado de veneración con que, en ocasiones, son recibidas nuestras intervenciones en los templos. Iniciado el recital después de la misa y a punto de terminar la segunda de las melodías, un pequeño coro de comadres de avanzada edad, cubiertas de velo, toca y alma medieval, decidieron abandonar la para ellas tediosa salmodia, y con toda la liturgia adecuada al caso abandonaron la iglesia no si antes arrodillarse devotamente ante nuestra presencia.


algunas de estas sartas nos acompañaron en el regreso a Burgos




FRANCIA
16-10-86 Albergue próximo a Sarreguemines

Llegamos a este lugar el día anterior, procedentes de Saint Mihiel. Era la hora de la comida, a la que no hubo pero alguno que objetar salvo el aire de  Rotenmeyer de la anfitriona que nos tocó en suerte. Mujer hosca, adusta y malhumorada, se comportaba con nosotros como quien está llevando a cabo una obligación asumida a regañadientes. Sin embargo, todos zampamos muy dignamente su menú: huevo relleno guarnecido con tomate, carne estofada con judías, quesos, helado con fermoselles y café. Después, hicimos un poco de todo hasta la hora del concierto en Sarreguemines; paseos, partida al subastado y algunas siestas. Incluso alguna dignísima colada entre los tenores. Después de apuntar un nuevo éxito y degustar un piscolabis ofrecido por la máxima autoridad del lugar ―con discurso en francés incluido al que respondió Juan en el mismo idioma con alguna tarascada lingüística― regresamos al albergue y dormimos serenamente. La noche transcurrió sin sobresaltos y la mañana nos deparó la primera sorpresa desagradable de la gira.

Sarreguemines.Vista del río Saar y el casino

Gabri, a punto de iniciar viaje con destino a Estrasburgo, comenzó a sentir agudos dolores en el bajo vientre y Federico y Puri le atendieron solícitos y de inmediato para establecer un diagnóstico fiable y proceder en consecuencia. Entre cólico nefrítico y apendicitis, algunos apuntaron maliciosos si no sería un embarazo extrauterino provocado por el desayuno malévolo de “la suegra de Languenberg” ―como la había bautizado él mismo―  en venganza por la declarada animosidad del tenor contra la mujer que tan despóticamente nos trataba. A pesar de trivializar con mis palabras este incidente, hay que convenir que todos lo pasamos bastante mal hasta que, según él, fue objeto de intervención quirúrgica en el hospital de Sarrebourg. La cosa no fue de parto ni de apendicitis sino de una piedra, mejor dicho, de un gran trozo de teja que le extrajeron del riñón y que nos mostró en la mano a su regreso al autobús, ya sonriente y “milagrosamente recuperado”. Jamás recuerdo una carcajada más generalizada, distendida y estentórea provocada por las ingeniosas ocurrencias de nuestro cordial enemigo de cuerda, para el que, sin embargo, solicito un merecido aplauso legítimamente ganado a lo largo de estos treinta años

PORTUGAL 

03/12/05 Camino de Lisboa




La Coral se mueve de nuevo. Esta vez camino de Lisboa y ya está a pocas decenas de leguas de la capital lusa. Saudade… Huele a Bacalhau à Brás, se adivinan sones de fado y el viejo Chado abre sus puertas. Entre bromas, guasas y alboroto se abre paso el sobresalto. Algo inapelable se mueve en platea y el autobús se alarma. Son clamores de quién, qué, dónde, cuándo… Inquietudes vitales, premuras de urgencia, vaivenes de zozobra… Alguien está en trance. Todos apremian y Luis recoge el envite. Hay que correr, volar, darse prisa, llegar pronto porque la causa explota…

Entre tanto espanto y alarma hay un mutis que llena Carlos arrebatado. “El tardío” medita incrédulo en sus adentros. Otra vez padre: pañales, noches en vela, bautizo, primera comunión y los Reyes de nuevo… Permisos pre y post parto, familia numerosa y la Caja se mosquea…  Incluso Charo al Cole y yo a la chupeta… Si es niño para la Caja y si chica para la tiza, que así se forman tradiciones. Primero la guardería, luego el parvulario, luego la  Primaria. Y, papá, hay un chico en mi clase que me llama portugués porque tomé tierra en Lisboa… Y las palmadas de oficina “qué tío eres, a tu edad”, y saco pecho y la gente me envidia…

Suspiros y miradas ansiosas cruza con su dama entre cábalas de cómo es posible si… y la memoria recupera aquella siesta incontrolada. Siguen los sollozos intermitentes, la angustia de no llegamos y las primeras humedades que apuntan. “Ha roto aguas”, comentan las enteradas, “¡A la Clínica!” gritan las más avezadas, “¡Aquí mismo!” vociferan las osadas. ¡Al retrete, coño! remata Charo entre estertores de no puedo más, que me meo en el pasillo.

Para Luis, se abre la bodega y nuestra soprano huye despavorida en busca de un espacio sereno y un trono alentador… Y la savia fluye con ímpetu de catarata y “Dios mío” un minuto más y descargo en el asiento…  Discurren segundos serenos y se oye una cisterna cantarina que pregona con aires de fado a lo Amalia Rodrigues,
Que culpa tem o destino
Deste destino que eu tenho
Se o desgosto é pequenino
Eu Carlos ganó el aliento.



En el parón obligado, alguien indaga entre sueños, ¿pero que ha sido? ¿niño o niña? ¡Gemelos…, te fastidia! Se oye espetar a Fernando…
                                   03-diciembre-2005



SEVILLA
07-Diciembre-2006. Recuerdos de Manolo en filas

Aun recuerda sus galones de cabo y la marcha sevillana de los años mozos. Está feliz recordando sus hazañas guerreras bajo la gorra azul de soldado del aire en el alma. Apenas asoma Sevilla, nuestro héroe despierta transfigurado y con la mente en los años mozos. Con estos alientos escapa a la ciudad vieja y a sus muchas evocaciones. Apenas da cuartel a la maleta, peina sus cabellos, entre negros y apuntando canos y presuroso escapa en busca de sus ayeres lejanos.




Suspiros de Andalucía profunda; Reales Alcázares, Murallas de la Macarena, Barrio de Santa Cruz, Plaza de Doña Elvira -“…hoy te vuelvo a recordar y me parece mentira…”- , la Giralda, Torre del Oro y el Guadalquivir que está más cerca… San Telmo, Pilatos y Plaza de América… Tantos y tan hermosos lugares desfilan tras sus pies ligeros y en seguida asoma a los lugares próximos a sus despertares a lomos del cornetín…, diana, fajina, retreta, silencio… que resuenan en sus oídos como cuando llegaba a la fila entre resoplidos y sudor, rozando casi el arresto.
Aquí estuve yo, aquí comía el bocata, allí estaba la taberna, allí calentaba butaca… O estoy en Huelva o Sevilla está cambiada… Ni las migas del bocata, ni el olor de la cantina, ni el cine tiene ya entradas. Ahora un todo a cien, una sucursal bancaria y una tienda de ropa usada ofrecen torva imagen a su afligida mirada. “He de preguntar y pregunto”, dice para sí:

 - Oiga, por favor, pregunta prudente al maduro sevillano que se acerca « ¿aquí no había…?»
- ¿Cuándo?
- Cuando yo era mozo y soldado.
- Muy largo me lo fía usted, mi edad no es tan avanzada, le responde el vanidoso anciano.


Este paisano, que en quince me supera de años, cree que yo fui soldado en Sevilla cuando los Tercios de Flandes por Europa vagaban. Tengo que buscar mejor y preguntar con más tino y, en otros pagos. Y sin perder minuto camina con paso firme al tiempo que alguien se le acerca y demanda;

- ¡Un sigarrito, mushasho!,
Y el ex-soldado le da cuatro. Fuego tampoco tiene y con su mechero a punto, le ilumina el “cilindrín” en los labios. Con tanta proximidad que a la nariz le hace ascos. Tan fuerte es el etílico hedor, que prudentemente piensa, “este hombre más que mamao, está borracho”. “Una llama tan cercana puede provocar hoguera y convertir al fulano en descomunal candela”. Preguntarle a este “alegrías” por mis tiempos sevillanos es como echar fuego a una hoguera en el verano. Así que prudentemente abandono a pesar de las estimas que me dedica este mona. Hiede, tropieza y babea y se siente cariñoso y compadre, ¡Dios me libre de semejantes colegas!


Sigue escrutando horizontes que le aclaren sus memorias y esta vez es camarero, por más gracia ex-convicto, quien, antes que nada, le recuerda sus tiempos de reclusión, primero en Santoña, luego en Nanclares y finalmente en Castilla. Eso, en el penal de Burgos. Un sudor frío le recorre la espalda al soldado y, aún con el temor a respuesta airada se arriesga tímido y claro; “yo soy de Burgos y también en Sevilla viví condena”. Fui soldado en aviación y de aquellos vuelos busco memoria. Cines, tascas, bocatas y glorias. Lejos de bronca enquistada, ambos comentan, entre finitos, alegría y tapas, de los fríos, de las burgalesas nieves y, por qué no, de otras burgalesas y sevillanas andanzas. Pero de lo requerido nada. El hombre, después de tantas ausencias y cambios, de “morada a morada”, perdió el sevillano contacto y de otros tiempos y otras causas sabe muy poco o nada.

Pero no todo estuvo perdido porque de la plantilla del Madrid “ruinoso” solo Robinho y Helguera le faltan para completar los once que en Sevilla acampan. A todos dedicó elogios y con todos a su lado se hizo foto; el Casillas, Salgado, Cannavaro, Pavón, Roberto y Cassano… A todos muestra orgulloso y ufano cada imagen. Al fin algo es algo, se dijo. Valgan estos  desvelos para llenar a mis chicos de futboleras contiendas y, de entre todas las fotos, alguna imagen me valga. Quizá la del Beckan o Diarra muestren a Nuño la senda para que algún día con él yo la foto me haga.

Y aquí terminan las glorias de un bajo que en Sevilla sentó plaza y en ella, y en sus muchos lares, acuñó profunda nostalgia.

A Manolo “Figuras”
Con la mayor estima que me merece 

sábado, 26 de noviembre de 2011

EL RESCATE DE LUNA

En esta ocasión, el autor del relato tiene un rincón especial en mi afecto porque nuestra mutua estima nació en el aula que compartimos a principios de los años setenta. Yo era su maestro de Segundo de Primaria y él, uno de mis más recordados alumnos de aquel grupo. Ahora es un hombre felizmente casado y ambos, ella y él, están especialmente entregados a toda suerte de inquietudes culturales y de interés por la Naturaleza, que les convierte en verdaderos adalides de la lucha por el respeto y la mejora del medio ambiente. Su sensibilidad incluye la vida animal y con ella el rescate de un maltratado e indefenso can como lo ha sido la adopción de Luna, una perrita abandonada a su suerte por el dueño.




Aquella tarde de agosto abrasador, dos cazadores hacían recuento de su hazaña cinegética a la sombra de unos matorrales junto a la linde. Por ella discurría un humilde regato de agua limpia, vertida desde una de las pocas fuentes que aún quedan por aquéllos lares burgaleses. Y allí, junto al humilde cuenco de agua escondida bajo la hierba, descansaban también ambos lebreles con el afán de un reposo merecido. Después de dar cuenta de las viandas depositadas en la tartera, los dos cazadores terminaron el reparto de las piezas y decidieron regresar a casa mientras mencionaban los planes de su quincena de vacaciones junto al mar. Quince días en familia de holganza al sol en la playa. Y en aquel hotelito junto al mar los perros eran un obstáculo y su presencia una incomodidad de la que había que liberarse. Para ello barajaron posibilidades y de todas ellas eligieron la más sencilla y cruel; los dejarían abandonados a su suerte a la espera de alguna mano samaritana que les diera cobijo y comida. Al fin y al cabo su estampa era buena y su viveza atractiva. Y así fue como los dos canes descubrieron la deslealtad humana después de aquella intensa jornada de galopadas tras las piezas abatidas. Ambos animales habían aportado lo mejor de su olfato y cautela y los cazadores ahora portaban eufóricos el resultado de aquella colaboración.

No tardaron mucho los animales en descubrir la malicia de su abandono y llenar sus mentes caninas de interrogantes sin respuesta. Así fue como los dos vieron llegar la noche y los días sucesivos en el descampado: sorprendidos de su abandono y desorientados en un ambiente desconocido y más tarde hostil. Terminada la primera jornada en solitario y dispuestos a organizar su vida de perros, pusieron en marcha sus recursos cazadores galopando tras liebres, codornices y perdices que terminaron por agotarles sin recompensa alguna para su hambre. Incluso en sus correrías alocadas se convirtieron en blanco de la crueldad de algún lugareño dispuesto a su vez a convertirlos en trofeos de caza. Al volante de su coche, los persiguió con saña inusitada por caminos, veredas e incluso pastizales y barbechos. Fue una competición desproporcionada de la que únicamente la velocidad de la perrita salvó su vida. El otro animal murió al fin atropellado, víctima del vehículo asesino.

Al fin, y al límite de su resistencia canina, Luna se aproximó al humo de aquellas chimeneas que parecían ofrecer reposo y migajas. Lo había comprobado desde la loma cuando aquella mujer depositaba, junto a las puertas de la cochera, una escudilla repleta de comida para los gatos que se arremolinaban en su entorno. Se acercaría con cautela y lograría convencer a los felinos de sus propósitos exclusivamente nutritivos. Al fin y al cabo, los gatos, sus siempre enemigos cordiales, entenderían que sus afanes eran más problema de andorga que ganas de pelea. Con todos los sigilos y las tripas entretenidas en canturreos digestivos, se aproximó a la cochera y el olfato le dijo que, aun siendo comida de gatos, aquel menú prometía. La mujer observaba el devaneo de estos y pronto descubrió su presencia. Incomprensiblemente, se acercó y, después de acariciar su cabeza cariñosamente, la tendió un cuenco con el mismo contenido de los gatos. Con la avidez del hambre acumulada aceptó la comida y se entregó a la tarea mientras los gatos andaban en gresca para reclamar a bufidos más espacio junto al otro comedero. También estos se mostraban codiciosos como quien teme quedar en ayunas si no se despabila.

Después de algunos días merodeando el “comedor”, unas manos sensibles la hicieron llegar a la vivienda del joven matrimonio que la ha convertido en elemento familiar sin reserva alguna. No fueron fáciles para los anfitriones los primeros momentos de integración de Luna. Tuvo que pasar algún tiempo hasta que en ella se impuso el sosiego y la tranquilizaron sensaciones de bienestar. La mirada inquieta y profunda de los contactos iniciales se mostraba desconfiada e inquisitiva. No era aquel el hogar en que se había criado, ni era tampoco su espacio, su rincón, su cesto, su casa… Tampoco las últimas experiencias con los hombres la permitían albergar otra sensación que la de la duda... “¿qué vais a hacer conmigo? parecía leerse en sus brillantes ojos. Además, para los nuevos dueños, su historial también era una nebulosa difícil de desentrañar. Ya no era un cachorrillo para comenzar y, a la vida fácil de los primeros tiempos en familia, le habían sucedido los más deplorables trances en la convivencia con humanos. Sin embargo, el tiempo es la mejor da las terapias para restañar heridas y, al abrigo de posibles adversidades y en un ambiente estable y lleno de afectos conseguiría recuperar “su gran corazón, en los dos sentidos del término” según juicio del veterinario.

“…Ahora atiendo al nombre de Luna y al fin he superado con el cariño y la entrega de quienes me han acogido, la amargura del abandono de quienes antes me cuidaban desde que fui cachorro; tenía buena comida y cuidados y las lecciones de caza y conducta me convirtieron en una diestra rastreadora además de amiga fiel de toda la familia. Era discreta y contenida en los espacios del hogar, y juguetona y traviesa cuando salía de paseo. Llegada la temporada de caza, recorría campos y linderas para regresar con las presas cuando éstas caían abatidas entre los arbustos. Y cuando llegaban los tiempos de vacaciones, me llevaban al pueblo con los abuelos y en su compañía disfrutaba de la libertad del campo, de algunas travesuras con los gatos y de las siestas junto al sillón del anciano. Ahora ya no están en el pueblo porque decía Teresa que no podían valerse y que mejor estaban en una residencia…”

En efecto, Luna ya ha recuperado el ser natural que la caracteriza y muestra su viveza con absoluta espontaneidad; disfruta corriendo intrépida detrás de todo lo que vuela, se recrea en el agua allá en donde descubra un charco, un río o un lago y hace las delicias de quienes la observan cuando surge de las aguas con el aspecto de nutria recién emergida; los gatos siguen siendo para ella un objetivo incuestionable tras el que se lanza sin otro ánimo que el de perseguirlos y acosarlos sin ninguna crueldad. Ahora, además, ha entablado amistad con otra perrita vecina que la asesora en conductas y comportamientos en el ámbito rural. Se llama Petra y ambas, junto a sus dueños, participan en las tareas de plantación de nuevos arbolitos que cubran los desangelados espacios que el tiempo y la incuria humana habían dejado semidesiertos. Y tal parece también que esté dotada de una sensibilidad nada común. En efecto, como su libertad está controlada hasta los límites de lo razonable, en ocasiones corre riesgos que ponen en peligro su integridad y, como consecuencia de ello, se hace necesaria alguna corrección administrada con prudencia y firmeza paralelas.


“…Al comienzo de la adopción salíamos por la noche con Luna que pronto se iba "de excursión" en solitario con el riesgo de atropello en la carretera próxima. Después, regresaba sola y llamaba a la puerta con la pata. Así que tuvimos unas palabras. Con lo sensible que demostró ser al ver mi disgusto, se quedó tumbada desviando su mirada de la mía. Yo me senté en el suelo como si me fuera indiferente. Poco a poco, Luna se deslizó hasta mí. Y, como no podía ser de otra manera, la acogí y la acaricié durante un largo rato. Esto cambió una costumbre por otra; por la noche Luna sigue persiguiendo gatos, pero no se va de excursión, y cuando regresamos a casa, me siento a su lado y la premio con una generosa ración de mimos que aleje definitivamente de sí sus temores de maltrato. Son muestras de cariño que, sin duda, recibe encantada...”

Hasta aquí, una historia más del valor del cariño, el entendimiento y las buenas maneras que convirtieron a los lobos prehistóricos en compañeros fieles de las correrías nómadas del hombre primitivo y, más tarde, en las actividades más sedentarias de la especie humana.

ZODIAC

Gijón siempre ha sido nuestro refugio preferido en las escapadas en busca de terapias de remedio contra la ansiedad. Esos espacios grises en...