miércoles, 5 de marzo de 2014
lunes, 10 de febrero de 2014
LA EVOLUCIÓN DE LA MÚSICA
Pentatonix
es un grupo de música a cappella de cinco vocalistas: Scott Hoying, Kirstin Maldonado, Mitch Grassi, Avi Kaplan y Kevin Olusola. Procedente de Arlington; Texas, el grupo ganó la tercera temporada de The Sing-Off de la cadena NBC. Pentatonix ganó 200.000 dólares y un contrato de grabación con Sony. El grupo está de gira por Europa promocionando su segundo álbum.
(De la Wikipedia)
es un grupo de música a cappella de cinco vocalistas: Scott Hoying, Kirstin Maldonado, Mitch Grassi, Avi Kaplan y Kevin Olusola. Procedente de Arlington; Texas, el grupo ganó la tercera temporada de The Sing-Off de la cadena NBC. Pentatonix ganó 200.000 dólares y un contrato de grabación con Sony. El grupo está de gira por Europa promocionando su segundo álbum.
(De la Wikipedia)
The Evolution of Music
domingo, 19 de enero de 2014
LA MATANZA
"MEMORIAS DE UN SEXAGENARIO ADOLESCENTE"
La
primera vez que recuerdo esta experiencia en mi casa, deambulaba yo, entre
atemorizado y morboso, detrás de los protagonistas del sacrificio. Eso sí,
procurando no entorpecer. De este modo prestaba la mejor colaboración con que a
menudo se nos persuadía a los niños en casos semejantes y que consistía en no
estorbar. Pero aquello tenía mucho de excitante y novedoso y, además, mi
presencia en aquel ritual y en día de escuela, era privilegio tradicional e
irrenunciable que estaba permitido por el maestro sin rapapolvo alguno para el
ausente.
Eran
las fechas de noviembre próximas a San Martín y ya es sabido que el almanaque,
involuntariamente supongo, tiene colocado al santo en la fecha menos halagüeña
para la tranquilidad de los puercos. Y al nuestro también le llegó su hora de
rendir cuentas. Las diez arrobas largas acumuladas a lo largo de diez meses,
dedicados a comer y dormir, parece que eran ya razón más que suficiente para
trasladarle a la despensa convertido en charcutería.
De
modo que aquel día, el señor Santos, mi padre y mi hermano Eliseo ―por aquellas
fechas mi hermano Jesús ya estaba ausente de casa y apretaba los codos en la
ciudad― fueron los enemigos declarados de aquella mole de tocino y carne que
había conseguido sus arrobas gracias a los permanentes cuidados nutritivos de
mis padres. Los tres lo sacaron entre empellones y chillidos ensordecedores y
lo colocaron tendido sobre la banca en la que se debatía impotente por escapar.
Yo sólo era un espectador inquieto y espantado de oír al pobre animal llenar la
calle con sus gritos de terror.
Cuando
hubieron consumado el sacrificio y la tensión del alboroto terminó, la calle
quedó en calma y comenzaron a chamuscar minuciosamente la piel del paquidermo
con las chistas. Después, palmo a palmo, la rasparon cuidadosamente con
afilados instrumentos y terminaron cortando el crespo rabo del animal, como si
fuera un trofeo taurino. Lo depositaron sobre los últimos rescoldos de paja
quemada caída al pie de la banca y el ensortijado apéndice se convirtió en la
primera muestra de las delicias porcinas venideras. Caliente y tostado me lo
ofreció mi padre como si fuera la recompensa por mi disciplinada «ayuda». Que
me perdone aquel lechón pero a partir de ese momento se me pasaron todos los
remilgos y espantos y comencé a pensar que tanto alboroto había merecido la
pena.
Después,
todo fue un enorme ajetreo en torno al gorrino que terminó abierto en canal y
colgado de aquel gancho misterioso que pendía de una de las vigas del
portal. Así permaneció a mis ojos hasta
el día siguiente en que, lo que había sido un robusto omnívoro que se revolcaba
impúdicamente en sus excrementos y que comía a trompicones el condumio que mi
madre le preparaba, quedó completamente troceado. Perniles, muslos, perneras,
jamones, nalgadas y ancas se amontonaron sobre las duernas por obra y gracia
del señor Santos que lo destazó con asombrosa soltura y brevedad.
En
todo el proceso, mi afán por ser útil y prestar alguna ayuda significativa ―no
sólo con la pasiva de no estorbar― me deparó más de una chanza. Lo cierto es
que muy poco podía hacer porque entre mis remilgos y mis ignorancias, con
reunir y entregar los manojos de chistas que usaban para quemar las cerdas del
animal ya tenía más que suficiente. Pero aún así, cuándo el señor Santos me
pidió ayuda se la presté veloz e incondicionalmente: «chiguito», me llamó,
«pide a tu madre un cesto para echar los sesos del gorrino». Y yo, encantado y
orgulloso, le trasladé a mi madre el encargo. Ella, siguiendo la broma, me dio
el «coloño» más grande que teníamos para el acarreo de la paja desde el desván
a la gloria. Cuando llegué a la calle con tamaño cesto, el hombre se sujetaba
el vientre con ambas manos como para impedir que las sonoras carcajadas
reventaran sus vísceras. Yo, perplejo por semejante acogida, sin saber en dónde
había errado mi encargo y por qué provocaba semejante jolgorio, descubrí el
origen de la chufla al ver llegar a mi madre tras de mí con una minúscula
cazuelita de barro. Allí fueron a parar los todavía calientes sesos del bicho.
Todavía no había llegado en mi enciclopedia a averiguar que el cerebro de este
animal nada tiene que ver ni con el grosor de sus perniles ni con sus
ordinarieces en la pocilga.
Aquella
mañana también recibí el encargo de llevar una muestra de carne para la
observación microscópica y el veredicto sanitario de D. Pedro el veterinario.
Con su visto bueno, comenzó la primera de las pitanzas de la que,
legítimamente, también participó el señor Santos. Los tiernísimos filetes de hígado
a la sartén, el pan recién horneado y los generosos tragos del porrón,
inundaron de sabroso y abundante tentempié el almuerzo mañanero que animó de
locuacidad la dormida facundia del pastor. Porque el hombre, hecho al pastoreo
desde su juventud, no era precisamente un charlatán empedernido. Claro que
tampoco sus perros y sus ovejas, en la soledad de los páramos, eran los mejores
contertulios para entretener sus largas horas de soledad. Así que, estimulado
por el vino y la pitanza, aprovechó para disfrutar de su broma para conmigo,
como lo había hecho ya con algunos de mis amigos, y pude comprobar que yo no
había sido ni el primero ni el único cándido caído en sus redes. Otros picaron
anzuelos semejantes y algunos de mayor calibre.
Luego,
junto a la que había sido madriguera del puerco, mi padre preparó una fogata
con leños apilados sobre los que colocó una trébede y, sobre ella, la brillante
caldera de cobre destinada para la ocasión. Allí fueron a parar los entripados
rellenos de arroz, sangre y especias que se convertirían al cabo en exquisitas
morcillas. Nunca supe muy bien por qué, pero en el fondo de aquella caldera,
algunas antiguas monedas de cobre permanecieron controlando hervores y cocción
como si de ellas dependiera el éxito gastronómico de aquel embutido. Y recuerdo
también cómo, junto a aquella prometedora fogata, se arremolinaron una hilera
de ollas variopintas que las vecinas llevaban, según costumbre tradicional,
para participar del sabroso festín del calducho y las morcillas. Un caldibaldo
que, lejos de ser insustancial, se convertiría en una sopa exquisita plagada
del mondongo contenido en las tripas. Porque, a pesar de las precauciones para
impedirlo, algunas de estas se reventaban por obra y gracia de los intensos
hervores y liberaban la mezcla que se unía al caldo. Con éste y una morcilla,
cada puchero iba a parar a las cocinas de la vecindad como una muestra de
estima y reciprocidad solidaria entre vecinos.
La
tarea de trocear la carne magra en pequeños tacos, incluida la de los jamones,
significó la primera fase de la elaboración artesanal de chorizos y sabadeños.
Los trozos de carne, después de adobada convenientemente al gusto de mi madre,
fueron a parar a las duernas de madera en las que permanecieron reposando y
empapándose del adobo y la sal hasta configurar la sazón adecuada. Era este
otro momento de albricias porque algunas muestras de esta carne sazonada
terminaron en la sartén y con ella en el menú de los días siguientes. Eran las
«jijas» que representaban un manjar exquisito y reconfortante para los pesares
que el sacrificio del cerdo me había provocado. No en vano, aquel animal había
formado parte del clan familiar y, desde los mimos que recibió de lechoncillo
hasta sus gruñidos y «efluvios» de cada día, le habían convertido para mí en
una especie de mascota.
Finalmente,
las duernas fueron trasladadas a la cocina vieja y allí permanecieron
protegidas por una cruz que mi madre hizo sobre la masa de aquella carne
amalgamada. Era una costumbre generalizada por la que se trataba de implorar la
protección divina para tan ingente y valiosa cantidad de proteínas. Si aquello
fallaba, el desencanto y los esfuerzos de todo un año quedarían convertidos en
podredumbre y había que evitarlo a toda costa.
Pasaron
alrededor de cuarenta y ocho horas y se inició la tarea de convertir las jijas
en chorizos. Aquí solíamos intervenir mis hermanos y yo para girar la manivela
de la choricera. La espiral sin fin empujaba la carne depositada en la tolva y
se iba alojando sumisa en las tripas que, a tramos, se ataban con apretados
hilos de algodón hasta formar una serie de chorizos en ristra. Terminada la
tarea, todas las sartas fueron a parar a las varas colgadas del techo de la
cocina vieja en donde mi padre inició el ahumado. Un fuego sin llama que se mantuvo
durante algunas semanas acariciando a los embutidos y que significó la última
fase del alimentario proceso.
Dicen
que «del cerdo hasta los andares» y así quedaron mis recuerdos del gorrino
convertido en puzzle y finalmente colgado en el techo de aquella cocina. Junto
a los chorizos aparecieron bien adobados sus perniles, huesos, costillares y
papada. Y más escondidos, dentro de una gran orza de barro, los
gruesos filetes de lomo fritos y empapados en aceite. En aquel espacio
terminaron las horas de placidez y ceba del lechoncillo que hasta ternuras
inspiraba en los brazos de mi madre consumiendo biberones.
Enlace para acceso y descarga gratuita del libro:
martes, 14 de enero de 2014
UN LUGAR EN EL CORO
Damian McGinty y Celtic Thunder cantaN "Un lugar en el coro".
CLIC EN ESTE ENLACE:
sábado, 21 de diciembre de 2013
viernes, 20 de diciembre de 2013
PETARDOS
Algunas perplejidades lleva uno acumulando a
propósito de la tolerancia y sus peculiares interpretaciones. Nada que objetar
al desenfadado uso de explosivos que configuran la Navidad, hace ya algunas
décadas, porque sencillamente no hay prohibición que lo impida ni valiente que
se atreva a regularlo. De tal manera que hasta los canes suspiran porque llegue
la cuesta de enero y con ella se acaben los euros para el derroche y los
fogonazos para el pánico.
Viene a cuento el tema porque, con la mejor
intención de añadir calor musical al
calor humano que se respira en la calle, hay un huequecito para la costumbre
más enraizada y menos estruendosa que permite a los nostálgicos de las
tradiciones el disfrute sin riesgos de los cánticos navideños en la vía pública.
Como iniciativa del Ayuntamiento, todos los años por
estas fechas, hay colectivos que dedican su bien hacer musical interpretando antiguos villancicos que
suscitan emociones, entre añoranzas y recuerdos familiares vividos antaño al
calor del hogar. Son grupos corales que ponen todo el afán en dedicar unos minutos de su tiempo y
afición para colorear con sus voces la iluminación navideña de calles y plazas.
Sólo hay un algo indescifrable que no parece
competir serenamente con tanta luz y color y que salpica el aire festivo con
detonaciones, a veces tan estruendosas, que más parecen violencia desatada que
argumentos para estimular al jolgorio.
Así estábamos algunos disfrutando a duras penas del
canto rodeados por el alevoso que, a pocos metros del estrado, explotaba sus petardos
desafinando tonos, compases, melodías y temples.El corro lo conformaban un nutrido grupo de varones a
todas luces “quinceañeros”, con alguna presencia femenina, convertidos todos en
acólitos del dinamitero que parecía ser el líder recompensado con carcajadas de sus divertidos "acólitos".
Lo cierto es que, aunque nosotros lo pasamos bastante incómodos e irritados,
ellos parecieron disfrutar de lo lindo con su hazaña. Hasta ahí, miel sobre
hojuelas aunque mal repartida como queda dicho.
Terminó nuestra intervención y se suspendieron los estampidos hasta que subió al estrado el siguiente grupo. Con las armonías de los nuevos cantores, se recrudecieron los petardos, el ruido y el enfado, esta vez del público deseoso de disfrutar del concierto en paz aunque tan deslealmente acosado. Dos señoras intentaron sugerir un poco de cordura a los adolescentes y el resultado no pudo ser más desolador porque, estimulada la vis saboteadora, la secuencia de estampidos se hizo ahora más acelerada entre insolencias y malos modos. Alguien intentó de nuevo atemperar al “dinamitero” con argumentos de la “LOGSE” bienaventurada (tolerancia, buenos modos, argumentos democráticos, solidaridad, respeto mutuo y otras sensateces al caso…) y el estrépito de las explosiones se hizo más poderoso tan pronto el ingenuo terminó su propósito conciliador, salpicado de risas, burlas y descaros, mientras rezongaba un exabrupto de impotencia...
Al fin y al cabo "son chicos...." ¿?
Terminó nuestra intervención y se suspendieron los estampidos hasta que subió al estrado el siguiente grupo. Con las armonías de los nuevos cantores, se recrudecieron los petardos, el ruido y el enfado, esta vez del público deseoso de disfrutar del concierto en paz aunque tan deslealmente acosado. Dos señoras intentaron sugerir un poco de cordura a los adolescentes y el resultado no pudo ser más desolador porque, estimulada la vis saboteadora, la secuencia de estampidos se hizo ahora más acelerada entre insolencias y malos modos. Alguien intentó de nuevo atemperar al “dinamitero” con argumentos de la “LOGSE” bienaventurada (tolerancia, buenos modos, argumentos democráticos, solidaridad, respeto mutuo y otras sensateces al caso…) y el estrépito de las explosiones se hizo más poderoso tan pronto el ingenuo terminó su propósito conciliador, salpicado de risas, burlas y descaros, mientras rezongaba un exabrupto de impotencia...
Al fin y al cabo "son chicos...." ¿?
28-diciembre-2012
domingo, 15 de diciembre de 2013
EL MESÍAS DESDE DENTRO
A las siete de la tarde del pasado viernes comenzó para un numeroso grupo de burgaleses la aventura más hermosa que la condición de aficionados a la música coral nos podía deparar. Superadas las muchas horas empeñados en concienzudos e intensos ensayos y crecido el entusiasmo por salir airosos del lance, nos dirigimos al imponente auditorio del Forum Evolución burgalés para dar la réplica a una muestra del quehacer en que habíamos empeñado nuestro esfuerzo.
La condición
de concierto participativo ofrecido a las personas aficionadas, significaba una
experiencia novedosa y especialmente atractiva que iba a permitirnos cantar “algunas partes corales del gran oratorio de
Händel con una orquesta y un coro de reconocido prestigio. Un colectivo de doscientos cuarenta y seis
participantes procedentes de dieciocho agrupaciones corales de Burgos y
provincia se han implicado en este estimulante y educativo proyecto musical.
La anécdota
vivida en el particular de cada uno de los participantes significaba una
meticulosa puesta a punto interpretativa; una especial disposición para asumir
cada movimiento en escena; una atención sin márgenes para la evasión mental y
un empeño por seguir, compás a compás, cada avance en el desarrollo del evento.
El excepcional privilegio de unir nuestras voces a la Ensamble Jacques Moderne y los solistas Sonia de Munck, Carlos Mena, Fernando Guimarães y José Antonio López
junto a la Orquesta Barroca de Sevilla, significaba algo más que un mero valor
de participación y todos entendíamos que era el momento de mostrar dignamente nuestras capacidades y acompasarlas con la admiración y el respeto que todos ellos nos
merecían.
ANDREAS SPERING
Director
ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA
ENSAMBLE JACQUES MODERNE
SONIA DE MUNCK
Soprano
CARLOS MENA
Contratenor
FERNANDO GUIMARÂES
Tenor
JOSÉ ANTONIO LÓPEZ
Bajo
En el
discreto espacio de cada asiento, el pequeño mundo de soliloquios personales
inició su tarea de concentración y empeño. Era una muestra de devoción íntima
por la obra del excepcional compositor que convirtió El Mesías en una
referencia universal, aupada al cenit de las emociones más sublimes de la
creación musical de todos los tiempos. Fue Charles Jennes, el poeta inglés amigo de Händel quien puso a disposición del genial autor el contenido de un
texto titulado El Mesías, un nuevo oratorio cuyo contenido estremeció a Händel.
Tres semanas fueron suficientes para que completara musicalmente tan ingente
obra y diera al mundo la oportunidad de revivir hasta el paroxismo la historia
de quien llegó a la Tierra como Príncipe de la Paz para todos los pueblos. En
esto estaban las mentes de los coralistas mientras, sumidos en el preciosismo
de la orquesta y las soberbias interpretaciones de la Ensamble y solistas, se
producían las invitaciones puntuales para elevar el tono de sus oraciones con
la reiteración de las templadas voces burgalesas dispuestas a añadir gloria a
la gloria que mantenían exultantes los principales protagonistas.
El silencio a
lo largo de la intervención fue tan elocuente que no hubo tos ni carraspeo
audible que mutilara la devoción de intérpretes y espectadores. Y hasta las
sillas del escenario, inquietas durante los ensayos, contribuyeron a que la
emoción no se viera interrumpida con el más leve roce perturbador. Uno,
concentrado en su humilde participación, seguía el texto y la música de las
intervenciones embriagado por la belleza de las arias, recitativos y dúos, la
majestuosidad del coro y, de manera especial, las manos, convertidas en
plegaria, del maestro Andreas. Siempre me han seducido las manos de los
directores porque con su fervor alado consiguen modelar cada instante y extraer
de cada obra los matices más íntimos del creador de la composición. Y, si mucho
decían las manos del maestro, su rostro era todo un estímulo para nuestra
condición participativa; la atracción de su gesto estimulante, el calor de sus
ademanes, la precisión en la secuencia de entradas y el brillo de sus ojos,
―ávidos de perfección―, enardecían los ánimos de todos y llenaban de fervor
íntimo cada una de las intervenciones burgalesas.
Finalmente,
el calor del público que abarrotó el recinto es la imagen más precisa del
impacto que la iniciativa ha tenido, calando muy hondo en las expectativas y agradeciendo
con el calor de su aplauso y aliento tanto esfuerzo para llevar a cabo este
proyecto. Porque objetivos de esta magnitud son el orgullo de una ciudad en
marcha cultural incuestionable.
GRACIAS A
TODOS LOS QUE, "GRANDES O PEQUEÑOS", HAN SIDO CAPACES DE SUMAR SU ESFUERZO PARA
CONCLUIR ESTE EMPEÑO QUE HA QUERIDO AÑADIR GRANDEZA A LA MUCHA QUE YA ATESORA
NUESTRA TIERRA.
FORUM
EVOLUCIÓN – BURGOS
13 DICIEMBRE
2013
Eduardo
García Saiz
DÍA 12 ENSAYO PREVIO
EMOCIÓN CONTENIDA
VIERNES TRECE DE DICIEMBRE DE 2013
EL CONCIERTO
Momentos previos
Componentes de la Coral de Cámara "San Esteban" con su Director César Zumel (derecha)
De la cuerda de bajos de la Coral "San Esteban" (de izquierda a derecha, Chema, Santi, Fernando y Jesús)
De la Coral "San Esteban" (Izquierda Eduardo y derecha Jesús)
Panorámica antes del Concierto
De la Coral San Esteban (De izquierda a derecha; Ana, Jose, Gloria , María Jesús y Angélica)
Panorámica antes del Concierto
De la Coral San Esteban (Geno y Cristina)
Eduardo con su compañero de estrado, Miguel Ángel
Coral de Cámara "San Esteban" con Alberto Carrera director del coro
Aleluya de Handel
A pesar de las limitaciones que impiden grabar serenamente un evento de estas características, agradezco a nuestro amigo Martín este trabajo que me permite mostrar, "en vivo y en directo", lo que fue esta parte del CONCIERTO PARTICIPATIVO en el que estuvo presente la Coral de Cámara "San esteban" cuyos componentes figuran en la imagen.
viernes, 6 de diciembre de 2013
EL MESIAS DE HANDEL
A las veintitrés horas del pasado martes tres de diciembre, tuvo lugar el final de los ensayos llevados a cabo con una entrega especialmente entusiasta y multitudinaria de coralistas burgaleses al firme propósito de colaborar en la interpretación de EL MESIAS de HANDEL, que tendrá lugar en el Auditorio del Forum Evolución el próximo día trece.
El calor de los participantes ha convertido el capítulo de agotadores ensayos en una muestra de entrega y entusiasmo del que han participado un número aproximado de doscientos cincuenta coralistas. Procedentes de la mayor parte de corales de Burgos y provincia, integrantes de la FECOBUR (Federación de Corales Burgalesas), han superado sin desánimo alguno toda suerte de retos, en algunos casos, me atrevo a decir, hasta heroicos. Desde todos los puntos cardinales de la provincia han acudido con puntualidad cartujana todos y cada uno de los coralistas a cada sesión. Muchos llegados de lugares tan alejados de la capital como son localidades situadas a más de cien kilómetros de distancia.
A ello, ha de añadirse el hecho de que, muy probablemente, la edad media del conjunto de participantes supera las seis decenas de años. Y esto gracias a la compensación de los coralistas más jóvenes que han estimulado con su presencia el esfuerzo de todos. Muchas mujeres y hombres, rebasados los setenta y los ochenta años, han convertido cada ensayo en un ejemplo de altruismo y empeño encomiables completando la más hermosa de las experiencias de armonía humana en torno a un proyecto. Así, con todas las voces perfectamente ensambladas han logrado, una vez más, lo que ya parece un hábito regular en el desarrollo de las multitudinarias actividades musicales de nuestra ciudad.
No es momento ahora de hacer balances previos al evento, que tendrá colofón en el Forum Evolución, porque aun queda por conseguir el éxito final a que aspiramos y que someteremos al veredicto del público burgalés al que dedicamos nuestro entusiasmo y esfuerzo.

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