Las últimas fiestas patronales de Villadiego me depararon el pasado agosto el rencuentro con una de mis experiencias de niño que, junto a mis amigos, nos conducía invariablemente a la guarnicionería del señor Nicolás. Era en eso días en que la primavera nos invitaba a los chicos a recorrer los caminos aledaños de la villa en busca de aventuras.
Con ese propósito
nos entregábamos a la tarea de seleccionar una rama de olmo en forma de y
griega para convertirla en el arma perfecta contra los desprevenidos gorriones.
Con la rama a cuestas, regresábamos a casa e iniciábamos la tarea de convertir aquella
madera en tirabeque. Así, con paciencia benedictina, liberábamos la corteza
del tronco y finalizada esta tarea era el momento de recorrer la villa en
demanda de ayuda. Acudíamos a taller de otro Nicolás en el que las renqueantes bicicletas recuperaban el aliento gracias a sus manos habilidosas. Este
hombre, atendía pacientemente las demandas de reparación ―que siempre eran
urgentes― y además disponía de recortes de neumáticos inservibles que ponía a
nuestra disposición. Con un par de tiras de aquellas gomas, bien seleccionadas y
recortadas, continuaríamos la tarea de fabricar nuestras «armas de caza».
La siguiente
visita nos llevaba a cualquiera de las dos zapaterías de la villa en las que,
entre amables o regañones nos atendían para darnos unos trozos de aquellos
cabos embreados que se usaban para reparar o recoser las suelas de los zapatos. Según los expertos de la cuadrilla,
eran los más seguros para que no se desprendieran las gomas y no nos golpearan la
cara en plena acción de puntería. Con ellas y los cabos en nuestro poder, regresábamos a casa eufóricos
y las sujetábamos alrededor de las hendiduras abiertas en ambos
extremos de los brazos de la horcadilla, bien anudadas con las tramillas. Ya sólo
nos faltaba la pieza más importante para el remate del artilugio; la soleta.
El recurso al señor Nicolás, un auténtico artesano que nos tenía embobados con los magníficos trabajos que realizaba con cuero, siempre tenía algo de especial. No recuerdo que jamás nos negara el pequeño recorte de cuero que le pedíamos pero siempre era una pequeña batalla que le gustaba librar con nuestras impaciencias. Entre tiras y aflojas, y después de permanecer ansiosos la espera de su ayuda, nos entregaba perfectamente recortadas y agujereadas las soletas con instrucciones precisas para sujetarlas a los extremos de las tiras de goma.
Todo esto, que son entrañables recuerdos de infancia, he podido recuperarlos con su ayuda y, a la vez, descubrir que aquellas sus destrezas que nos entusiasmaban, no sólo no son un recuerdo añorado sino que aún sigue entregado a la tarea de reconvertir cualquier cosa, abandonada por inservible, en una pequeña obra de arte. Algunas de las siguientes muestras de su quehacer de jubilado contribuyen a ilustrar en imágenes su quehacer, nunca interrumpido, que merece el elogio a su constancia y la entrega por la labor bien hecha.
Tengo que añadir respecto de nuestras aventuras cinegéticas, que no recuerdo ni un solo pájaro que cayera en nuestras manos como resultado de nuestra habilidad, aunque sí, algún cristal recibió el impacto, más empeñados en acertar en el lomo de un gato que le protegía con su presencia y oportunamente desaparecido a tiempo para dejar desamparado el vidrio
detalles
zurrón
Las precedentes imágenes son una réplica exacta de la indumentaria de pastor realizada por Nicolás. Era una prenda con la que aquél se guarecía de la lluvia y otras inclemencias de la climatología, especialmente durante el largo periodo invernal de la Meseta Castellana.
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