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domingo, 28 de agosto de 2011

ZACARÍAS. UNA HISTORIA VERDADERA (i)

 

            

Escondido tras la espesura de la linde, entre aterido y desconcertado, permanecía el can evaluando una explicación del por qué, él, llegado al hogar que le recibió con albricias y los mejores augurios en la Noche de Reyes, se encontraba en semejante situación y en tan triste y completo abandono. Aquel mundo feliz que conquistó su llegada entre los niños de la familia; aquellos juegos entre diabluras y carantoñas de los pequeños que le asediaban como a un peluche; aquel mullido cojín en el que reposaba sus sueños de libertad y aventuras; aquel cuenco siempre repleto de delicias gastronómicas; aquellas correrías persiguiendo a las ánades del Arlanzón… Todo perdido por culpa de la estúpida pequinesa de la vecina, incapaz de consumar sus coqueterías con una relación apasionada menos platónica y más sensual…


“…Si que es cierto que, en un momento de arrebato, le arranqué de una dentellada aquel estúpido lazo rosa que lucía en el cogote y que, cada vez que nos cruzábamos en la escalera o el parque, la dirigía el más selecto repertorio de mis rezongos amenazadores. Y lo peor fue el pollo que organizaron los vecinos en la reunión de la comunidad, porque aseguraban que yo era un perro pendenciero y donjuanesco de muy malas maneras y que me chuleaba a todas las perritas del barrio, incluidas las suyas. Así que a pesar de las lágrimas de Quique y Mónica decidieron en casa darme el escarmiento definitivo. Lo noté porque, salvo las carantoñas y brujerías de los pequeños, mi situación de privilegio y confort desapareció tras la malhadada y vocinglera reunión de vecinos. Así que en la mañana de viaje en el coche y después de detenernos para un breve desahogo fecal, el maldito vehículo huyó presuroso sin más contemplaciones, dejándome sólo mientras me ocupaba en la tarea de señalar mi territorio junto a la farola del puente…”.


Y en aquella cuneta apareció después, perplejo y asustado, esperando vanamente el regreso del desalmado vehículo. Y allí estaba contemplando el discurrir de tan malignos y veloces artilugios, llenos de risas y euforia e ignorantes de su tragedia. Pero no todas eran miradas insensibles. Aquella ojeada femenino, aunque fugaz, descubrió los trémulos ojos del can y quiso adivinar el porqué de la tristeza que mostraban “. … Se habrá perdido y lo estarán buscando…”; “… Quizá su dueño lo ha sujetado a las matas para recogerlo al regreso…”; “…O lo habrán abandonado deliberadamente…” Y esta última posibilidad humedeció el corazón de la viajera por unos instantes. Pero en estas consideraciones íntimas terminó todo y el vehículo siguió su camino.


O casi todo, porque al regreso de aquellos ojos inquisidores que le observaron a la ida, se produjo el milagro… En el mismo sitio seguía el can, esta vez con los ojos brillantes de ansiedad y temor y un atisbo de esperanza porque el coche blanco se paró. Después de un breve recorrido de incertidumbre, unas manos, entre decididas y cautelosas, se le acercaron y lo recogieron para introducirlo en el vehículo. Entre recelos y prudente confianza accedió al trasiego y se dejó acomodar. Aquella familia que lo ocupaba respiraba olor a cariño y apuntaban presagios alentadores. Así que, a pesar de su rechazo consumado a todos los Henry Ford y congéneres que pululan por las carreteras del mundo, pensó que había que ser juicioso y aguantar una vez más. “Veremos”, ladró para sus adentros el can. “De momento oír, ver y callar y de gruñidos los menos”, se dijo. Lo acomodaron con ternura en el interior y partieron raudos a su destino. A lo largo del viaje, si nuestro héroe sintió desazón alguna, apenas fue perceptible y desde luego poco preocupante. 


(continuara)

1 comentario:

  1. Hola:

    Parece que te está enganchando esto de la literatura.
    Esta entrada es como para figurar entre las obras selectas del castellano, al menos el blogero, además de ser, probablemente, histórica. Me ha gustado mucho y se lee con gran facilidad.

    Espero seguir conociendo la historia del susodicho perro...

    Saludos cordiales.

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