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miércoles, 24 de agosto de 2011

EL SPANIEL BRETÓN




Nunca he disfrutado de la compañía de un perro, y bien que lo lamento porque es un animal que observo con simpatía en mi deambular por el carril bici, aguas arriba del río Vena burgalés. En términos generales, ―salvo algunos canes malhumorados, por aquello de la furia mal contenida que muestran entre dientes―, sólo me inspiran simpatía y a menudo ternura. Incluso en ocasiones son capaces de protagonizar algún divertido episodio para el regocijo como es el caso que relato a continuación. En esta ocasión el lance tuvo lugar a orillas del Arlanzón. Con él me propongo contar algunas experiencias caninas de las que he sido testigo y que avalan mis simpatías.


Pasear a orillas del Arlanzón es una de esas ocupaciones que a jubilados y *colesterólicos permite disfrutar de la Naturaleza compañera del río, atajar los nocivos efectos de los hartazgos porcinos en la bodega y la observación puntual de episodios que, entre intrascendentes e insólitos, convierten el paseo en una ocupación doblemente gratificante.
Uno, recién incorporado por madurez al primero de los grupos y aficionado por devoción a las costumbres del embutido ahumado y la  jarra de churro bodeguero que, como es sabido, son hábitos muy apañados para incorporarse a plazo fijo al segundo de los colectivos, caminaba aguas arriba por las proximidades de la playa entre disfrutes y terapias contemplándolo todo. No era una mañana de ardores otoñales precisamente y las nubes grises, amenazantes e indecisas, jugaban al sí o no de una previsible lluvia. Seguramente por ello la concurrencia de peatones era mínima y la serenidad del ambiente absoluta.
En estas estaba la cosa cuando otro caminante de mi aspecto y probables circunstancias insistía tenaz en bañar a su perro en las aguas pobladas de ánades viajeros a la espera del pan de cada día. El can, seguramente intuyendo que el remojón no era lo más aconsejable tras el desayuno, y desde luego nada apetecible considerando lo gris de la mañana, se resistía a los afanes higiénicos del dueño aferrándose a sus patas traseras con la firmeza de un miura. Ni que decir tiene que, al final, cogido con resolución del rebelde collar por el amo y malamente resignado al chapuzón, dio el perro con sus lanas en el agua. El espanto de las aves al caer fue tal que huyeron despavoridas del entorno del cánido volador seguramente sorprendidas del insólito menú que se les ofrecía.
A unos pocos metros de la orilla, y con los expectantes patos alejados prudentemente de los círculos concéntricos marcados por el agua en torno al animal, se debatía el spaniel bretón tratando de recuperarla a todo trance, sin duda impelido por el deseo de abandonar las frías aguas, la hostil compañía de las airadas aves y los silbidos intermitentes del desentendido dueño que lo reclamaba a su lado mientras caminaba aguas arriba sin volverle la vista atrás. Vano intento el del spaniel porque el resbaladizo muro de hormigón que bordea la orilla le ponía muy difíciles sus afanes. Tan hostiles circunstancias impedían al animal salir del agua por sus propios medios y al final, el hombre, un tanto airado y salpicando su arrebato con palabras de menosprecio a la dignidad del chucho, retrocedió para ayudarle a salir.
Ya en la orilla, los más de ochenta probables kilos de humanidad se agacharon con torpeza en busca del collar para sacar al perro del agua. Éste, en sus afanes por liberarse del húmedo suplicio con la máxima celeridad, desequilibró la voluminosa figura de su salvador y consiguió con ello que el hombre también cayera al río con estrépito de barco recién botado. De nuevo los patos repitieron la escapada palmoteando sus alas, esta vez con entusiasmo, seguramente aplaudiendo la hazaña del maltratado can. El hombre, echando agua y otros espumarajos más coloquiales por la boca, inició la caza y captura de las gafas que en semejante vaivén se habían deslizado desde la nariz hasta el fondo del río. No duró mucho la búsqueda porque la baja temperatura de las aguas —“¡aja!” “¡ya te lo decía yo!”— ladró el can no sin cierto retintín— y la dificultad por localizarlas en la profundidad, que le cubría hasta la cintura, le aconsejaron renunciar al intento.
Salió el hombre del agua entre imprecaciones y con aires de noria en pleno riego buscando al perro que, alejado prudentemente a algunas decenas de metros, lo miraba con desconsuelo adivinando sin duda la que se le venía encima. Yo también temí lo peor para el chucho pero ambos nos equivocamos. Tras despojarse el hombre del empapado jersey que lo cubría y sacudirse el agua como mejor pudo, se acercó al asustado e indeciso animal que le miraba con gesto de estar eligiendo de entre dos males el menor —salir zumbando o aguantar el chaparrón—. Optó por permanecer quieto y humillado con el rabo entre las patas esperando el castigo hasta que el hombre, seguramente recordando las gloriosas jornadas de caza que ambos habían compartido, soltó una estrepitosa carcajada, miró con ternura al inocente animal causante involuntario de su torpeza, lo sujetó con la correa y ambos salieron a toda prisa camino de la ropa seca.
Ni que decir tiene que mi entusiasmo por el desenlace corre parejas con la alegría que supone —oídos tantos desmanes como se cometen a menudo con tan noble estirpe de cánidos— poder proclamar que en esta ocasión “el hombre reaccionó como excelente amigo del perro”.



            *colesterólicos.- amigos del cerdo ahumado y otras sutilezas embuchadas, obligados por su cardiólogo a caminar una hora diaria de por vida.  

2 comentarios:

  1. Hola:

    Espero que esto sea el comienzo de un laaargo proyecto de intercomunicación audiovisual del que salgamos todos favorecido: el escritor que, siguiendo el asunto del perro, levanta la caza del tema del día, y el cazador que tranquilamente juzga si la pieza es de calidad y tamaño adecuado así lo manifiesta en sus comentarios.

    Saludos cordiales.

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  2. Despues de leer tu relato, saco en conclusión dos cosas:
    Una, que hay que decirle al Ayuntamiento que ponga una caseta con secadores y dos, que eres un magnífico escritor.
    Un abrazo.

    Un tenor que pinta que no un pinta de tenor.

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