martes, 18 de marzo de 2014

LA BELLEZA DE LA POLINIZACIÓN



Louis Schwartzberg es un cineasta que ha estado filmando las flores durante más de 35 años, utilizando la fotografía de lapso de tiempo. Él nos muestra el increíble mundo de polen y los polinizadores con impresionantes imágenes de alta velocidad de su película "Alas de la Vida". Louis se inspiró en el riesgo de la desaparición de las abejas, uno de los polinizadores primarios de la naturaleza.


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La belleza de la Polinización

jueves, 13 de marzo de 2014

CLAUDIA EN EL CARNEGIE HALL DE NEW YORK







Con el inmenso placer que me impulsa por mi condición de abuelo, absolutamente legítimo como corresponde a esta condición, quiero aludir a la presencia en el CARNEGIE HALL de NEW YORK de Claudia Pueyo García con la SALEM HIGH SCHOOL CONCERT BAND de su ámbito estudiantil. La imagen que figura a continuación muestra el contenido del programa a interpretar y los pormenores de su desarrollo en el famoso recinto.


Si a continuación aclaro que Claudia es la mayor de mis nietas y que, a su condición de estudiante aventajada se une su decidida afición por la música, se comprenderá el entusiasmo que yo ponga en este conciso relato por lo que significa para el orgullo familiar y nuestra común inclinación musical. Conseguir semejante hazaña, considerando el recinto del CARNEGIE HALL, marco de merecida fama universal, en el que se desarrollan toda suerte de interpretaciones culturales con la actuación de los más grandes artistas universales del momento, representa muchos valores acuñados por los jóvenes participantes en este evento. El esfuerzo, la decisión, la entrega, la constancia después de haber superado con éxito el rigor de una selección de méritos, son valores más que suficientes para concluir en confirmarles como la mejor ruta para el éxito. 

 
Comienza el desfile de la SALEM HIGH SCHOOL CONCERT BAND 

 Claudia, tercera por la izquierda


 Claudia en el centro de la imagen

El Carnegie Hall es una sala de conciertos en Manhattan, Nueva York. Es uno de los sitios ilustres de los Estados Unidos tanto para los músicos clásicos como para los populares, famoso no sólo por su belleza e historia, sino por su extraordinaria acústica. El Carnegie Hall se encuentra inscrito como un Hito Histórico Nacional en el Registro Nacional de Lugares Históricos desde el 15 de octubre de 1966. William Tuthill fue el arquitecto del Carnegie Hall. Ubicado entre la Séptima Avenida y la Calle 57, a dos manzanas de Central Park


Estrellas de la Música durante alguna 
de sus intervenciones en el CARNEGIE HALL








sábado, 8 de marzo de 2014

4-TISIMO GUITAR QUARTET


El Cuarteto de Guitarra 4-TISSIMO fue fundado en 2005 por cuatro mujeres guitarristas. Una de ellas ha dejado el conjunto en 2008, lugar que ha ocupado Dimitri Illanrinov, uno de los guitarristas más populares de Rusia. El nombre del cuarteto, que se traduce del italiano por «muy alto», habla por sí mismo. Cada uno de los componentes ya se ha asegurado un lugar como solista en el mundo de la música.

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4-tissimo Guitar Quartet

miércoles, 5 de marzo de 2014

VILLADIEGO Y EL VALOR DE LA PATRIA CHICA


EL VALOR DEL TERRUÑO 

Hace mucho tiempo que no hablo del carril bici y no es por falta de ganas. Lo que sucede es que apenas descubro novedades dignas de contar. Especialmente las que se refieren a la presencia de canes porque tal parece que se haya producido una deserción general de estas mascotas. Sin embargo, el carril, fiel a su presencia alentadora, también aporta alguna ocasión para el juicio e incluso desencanto de algunos encuentros. 

Ayer por ejemplo me tropecé con un amigo que me sorprendió con una de esas salidas de pata de banco que jamás hubiera puesto yo en su boca. Estaba él entretenido con un par de colegas de ambos, a los que me presentó de la manera menos celebrada de las muchas que se me ocurren ahora. Mi condición de bisoño en el arte de contar relatos, y lo más audaz, convertirlos en libro impreso, le sirvió para decir que, Villadiego, el lugar donde yo nací, —según él una especie de núcleo urbano a lo San Perejil de Abajo y aldea olvidada en la meseta― mostraba una amplia y variopinta colección de aficionados a la retórica con pretensiones literarias. 

El caso es que mis cuatro paisanos y yo habíamos aparecido en imagen a todo color en la prensa burgalesa con motivo de las fiestas patronales de la villa. En lo que a mí respecta, acepto su comentario —aunque ignoro si ha tenido la oportunidad de hacer un juicio crítico sobre el contenido de mis memorias— porque uno ya conoce sus limitaciones y la nobleza obliga. Sin embargo, tanto los emotivos versos de mi amigo Eduardo dedicados a la villa; las muchas horas de investigación histórica realizadas por mi compañero Heliodoro; el estudio sobre los orígenes del dicho «Tomar las de Villadiego» de Antonio y la paciencia benedictina de Nicolás, apostado con su cámara tras rocas y parapetos para recoger la vida más espectacular y variopinta de una espléndida colección de aves de la comarca, merecen el mayor de los respetos y la aprobación de quien sabe muy bien lo que hay detrás de cada uno de sus esfuerzos. 


Y por supuesto, el señorío de la villa, ilustre por muchas razones, configura una población próxima a los dos mil habitantes y su dignidad excede con mucho de los juicios que otros puedan hacer, dudosamente, sobre sus capacidades culturales. El año 1951 tuve el orgullo de formar parte de un numeroso grupo de alumnos de ambos sexos que pudimos iniciar estudios de bachillerato gracias a una iniciativa del Excmo. Ayuntamiento de la villa. El resultado fue dar vida al “Liceo Padre Flórez” y, con él, futuro prometedor a todos los que como yo nos entregamos a la tarea de formarnos con el sueño de un futuro prometedor. Vaya para los gestores de aquella iniciativa el más sincero agradecimiento. 

No se me ha ocurrido nunca averiguar cuantas viviendas completan la villa, pero me atrevo a asegurar que no superarán el número de carreras universitarias y titulados superiores que son el orgullo de quienes nacimos en sus lares. En cuanto a capacidades de iniciativa cultural, voy a apuntar una sola. Se trata de una fiesta profana que se celebra anualmente en el ámbito de la Semana Santa local en la que participan alrededor de 250 actores. Desde el guión y el desarrollo del proceso hasta el desenlace final, la representación es un derroche de uniformidad, colorido, perfección y entrega que tal parece un film salido de la pantalla para cobrar vida en las calles y plazas del recinto ciudadano. El espectacular colofón que pone brillante broche al evento, discurre entre la perplejidad y el entusiasmo llenando de estruendos, luz, color y algarabía cada palmo de las principales calles de la villa. 

Y si mi amigo desea más completa información sobre el discurrir cultural de mis paisanos, le remitiré a la página Web del ayuntamiento http://www.villadiego.es/ en donde podrá organizar sus visitas para comprobar mis asertos —una sola jornada es insuficiente para abarcar todas las posibilidades que se ofrecen— y disfrutar de los numerosos eventos que tienen lugar a lo largo del año además de saborear la exquisita morcilla y las no menos sabrosas jijas al tiempo de comprobar que, como buenos castellanos, la hospitalidad es el sello que distingue a mis paisanos. 
Ontillera
E.G.S.  















SAY SOMETHING. PENTATONIX


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Say Something - Pentatonix

lunes, 10 de febrero de 2014

LA EVOLUCIÓN DE LA MÚSICA


Pentatonix 

es un grupo de música a cappella de cinco vocalistas: Scott Hoying, Kirstin Maldonado, Mitch Grassi, Avi Kaplan y Kevin Olusola. Procedente de Arlington; Texas, el grupo ganó la tercera temporada de The Sing-Off de la cadena NBC. Pentatonix ganó 200.000 dólares y un contrato de grabación con Sony. El grupo está de gira por Europa promocionando su segundo álbum.
(De la Wikipedia)


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The Evolution of Music

domingo, 19 de enero de 2014

LA MATANZA

"MEMORIAS DE UN SEXAGENARIO ADOLESCENTE"


La primera vez que recuerdo esta experiencia en mi casa, deambulaba yo, entre atemorizado y morboso, detrás de los protagonistas del sacrificio. Eso sí, procurando no entorpecer. De este modo prestaba la mejor colaboración con que a menudo se nos persuadía a los niños en casos semejantes y que consistía en no estorbar. Pero aquello tenía mucho de excitante y novedoso y, además, mi presencia en aquel ritual y en día de escuela, era privilegio tradicional e irrenunciable que estaba permitido por el maestro sin rapapolvo alguno para el ausente.
Eran las fechas de noviembre próximas a San Martín y ya es sabido que el almanaque, involuntariamente supongo, tiene colocado al santo en la fecha menos halagüeña para la tranquilidad de los puercos. Y al nuestro también le llegó su hora de rendir cuentas. Las diez arrobas largas acumuladas a lo largo de diez meses, dedicados a comer y dormir, parece que eran ya razón más que suficiente para trasladarle a la despensa convertido en charcutería.
De modo que aquel día, el señor Santos, mi padre y mi hermano Eliseo ―por aquellas fechas mi hermano Jesús ya estaba ausente de casa y apretaba los codos en la ciudad― fueron los enemigos declarados de aquella mole de tocino y carne que había conseguido sus arrobas gracias a los permanentes cuidados nutritivos de mis padres. Los tres lo sacaron entre empellones y chillidos ensordecedores y lo colocaron tendido sobre la banca en la que se debatía impotente por escapar. Yo sólo era un espectador inquieto y espantado de oír al pobre animal llenar la calle con sus gritos de terror. 
Cuando hubieron consumado el sacrificio y la tensión del alboroto terminó, la calle quedó en calma y comenzaron a chamuscar minuciosamente la piel del paquidermo con las chistas. Después, palmo a palmo, la rasparon cuidadosamente con afilados instrumentos y terminaron cortando el crespo rabo del animal, como si fuera un trofeo taurino. Lo depositaron sobre los últimos rescoldos de paja quemada caída al pie de la banca y el ensortijado apéndice se convirtió en la primera muestra de las delicias porcinas venideras. Caliente y tostado me lo ofreció mi padre como si fuera la recompensa por mi disciplinada «ayuda». Que me perdone aquel lechón pero a partir de ese momento se me pasaron todos los remilgos y espantos y comencé a pensar que tanto alboroto había merecido la pena.
Después, todo fue un enorme ajetreo en torno al gorrino que terminó abierto en canal y colgado de aquel gancho misterioso que pendía de una de las vigas del portal.  Así permaneció a mis ojos hasta el día siguiente en que, lo que había sido un robusto omnívoro que se revolcaba impúdicamente en sus excrementos y que comía a trompicones el condumio que mi madre le preparaba, quedó completamente troceado. Perniles, muslos, perneras, jamones, nalgadas y ancas se amontonaron sobre las duernas por obra y gracia del señor Santos que lo destazó con asombrosa soltura y brevedad.
En todo el proceso, mi afán por ser útil y prestar alguna ayuda significativa ―no sólo con la pasiva de no estorbar― me deparó más de una chanza. Lo cierto es que muy poco podía hacer porque entre mis remilgos y mis ignorancias, con reunir y entregar los manojos de chistas que usaban para quemar las cerdas del animal ya tenía más que suficiente. Pero aún así, cuándo el señor Santos me pidió ayuda se la presté veloz e incondicionalmente: «chiguito», me llamó, «pide a tu madre un cesto para echar los sesos del gorrino». Y yo, encantado y orgulloso, le trasladé a mi madre el encargo. Ella, siguiendo la broma, me dio el «coloño» más grande que teníamos para el acarreo de la paja desde el desván a la gloria. Cuando llegué a la calle con tamaño cesto, el hombre se sujetaba el vientre con ambas manos como para impedir que las sonoras carcajadas reventaran sus vísceras. Yo, perplejo por semejante acogida, sin saber en dónde había errado mi encargo y por qué provocaba semejante jolgorio, descubrí el origen de la chufla al ver llegar a mi madre tras de mí con una minúscula cazuelita de barro. Allí fueron a parar los todavía calientes sesos del bicho. Todavía no había llegado en mi enciclopedia a averiguar que el cerebro de este animal nada tiene que ver ni con el grosor de sus perniles ni con sus ordinarieces en la pocilga.
Aquella mañana también recibí el encargo de llevar una muestra de carne para la observación microscópica y el veredicto sanitario de D. Pedro el veterinario. Con su visto bueno, comenzó la primera de las pitanzas de la que, legítimamente, también participó el señor Santos. Los tiernísimos filetes de hígado a la sartén, el pan recién horneado y los generosos tragos del porrón, inundaron de sabroso y abundante tentempié el almuerzo mañanero que animó de locuacidad la dormida facundia del pastor. Porque el hombre, hecho al pastoreo desde su juventud, no era precisamente un charlatán empedernido. Claro que tampoco sus perros y sus ovejas, en la soledad de los páramos, eran los mejores contertulios para entretener sus largas horas de soledad. Así que, estimulado por el vino y la pitanza, aprovechó para disfrutar de su broma para conmigo, como lo había hecho ya con algunos de mis amigos, y pude comprobar que yo no había sido ni el primero ni el único cándido caído en sus redes. Otros picaron anzuelos semejantes y algunos de mayor calibre.
Luego, junto a la que había sido madriguera del puerco, mi padre preparó una fogata con leños apilados sobre los que colocó una trébede y, sobre ella, la brillante caldera de cobre destinada para la ocasión. Allí fueron a parar los entripados rellenos de arroz, sangre y especias que se convertirían al cabo en exquisitas morcillas. Nunca supe muy bien por qué, pero en el fondo de aquella caldera, algunas antiguas monedas de cobre permanecieron controlando hervores y cocción como si de ellas dependiera el éxito gastronómico de aquel embutido. Y recuerdo también cómo, junto a aquella prometedora fogata, se arremolinaron una hilera de ollas variopintas que las vecinas llevaban, según costumbre tradicional, para participar del sabroso festín del calducho y las morcillas. Un caldibaldo que, lejos de ser insustancial, se convertiría en una sopa exquisita plagada del mondongo contenido en las tripas. Porque, a pesar de las precauciones para impedirlo, algunas de estas se reventaban por obra y gracia de los intensos hervores y liberaban la mezcla que se unía al caldo. Con éste y una morcilla, cada puchero iba a parar a las cocinas de la vecindad como una muestra de estima y reciprocidad solidaria entre vecinos.
La tarea de trocear la carne magra en pequeños tacos, incluida la de los jamones, significó la primera fase de la elaboración artesanal de chorizos y sabadeños. Los trozos de carne, después de adobada convenientemente al gusto de mi madre, fueron a parar a las duernas de madera en las que permanecieron reposando y empapándose del adobo y la sal hasta configurar la sazón adecuada. Era este otro momento de albricias porque algunas muestras de esta carne sazonada terminaron en la sartén y con ella en el menú de los días siguientes. Eran las «jijas» que representaban un manjar exquisito y reconfortante para los pesares que el sacrificio del cerdo me había provocado. No en vano, aquel animal había formado parte del clan familiar y, desde los mimos que recibió de lechoncillo hasta sus gruñidos y «efluvios» de cada día, le habían convertido para mí en una especie de mascota.
Finalmente, las duernas fueron trasladadas a la cocina vieja y allí permanecieron protegidas por una cruz que mi madre hizo sobre la masa de aquella carne amalgamada. Era una costumbre generalizada por la que se trataba de implorar la protección divina para tan ingente y valiosa cantidad de proteínas. Si aquello fallaba, el desencanto y los esfuerzos de todo un año quedarían convertidos en podredumbre y había que evitarlo a toda costa.
Pasaron alrededor de cuarenta y ocho horas y se inició la tarea de convertir las jijas en chorizos. Aquí solíamos intervenir mis hermanos y yo para girar la manivela de la choricera. La espiral sin fin empujaba la carne depositada en la tolva y se iba alojando sumisa en las tripas que, a tramos, se ataban con apretados hilos de algodón hasta formar una serie de chorizos en ristra. Terminada la tarea, todas las sartas fueron a parar a las varas colgadas del techo de la cocina vieja en donde mi padre inició el ahumado. Un fuego sin llama que se mantuvo durante algunas semanas acariciando a los embutidos y que significó la última fase del alimentario proceso. 
Dicen que «del cerdo hasta los andares» y así quedaron mis recuerdos del gorrino convertido en puzzle y finalmente colgado en el techo de aquella cocina. Junto a los chorizos aparecieron bien adobados sus perniles, huesos, costillares y papada. Y más escondidos, dentro de una gran orza de barro, los gruesos filetes de lomo fritos y empapados en aceite. En aquel espacio terminaron las horas de placidez y ceba del lechoncillo que hasta ternuras inspiraba en los brazos de mi madre consumiendo biberones.  


Enlace para acceso y descarga gratuita del libro:




martes, 14 de enero de 2014

viernes, 20 de diciembre de 2013

PETARDOS



Algunas perplejidades lleva uno acumulando a propósito de la tolerancia y sus peculiares interpretaciones. Nada que objetar al desenfadado uso de explosivos que configuran la Navidad, hace ya algunas décadas, porque sencillamente no hay prohibición que lo impida ni valiente que se atreva a regularlo. De tal manera que hasta los canes suspiran porque llegue la cuesta de enero y con ella se acaben los euros para el derroche y los fogonazos para el pánico.

Viene a cuento el tema porque, con la mejor intención de añadir calor musical  al calor humano que se respira en la calle, hay un huequecito para la costumbre más enraizada y menos estruendosa que permite a los nostálgicos de las tradiciones el disfrute sin riesgos de los cánticos navideños en la vía pública.

Como iniciativa del Ayuntamiento, todos los años por estas fechas, hay colectivos que dedican su bien hacer  musical interpretando antiguos villancicos que suscitan emociones, entre añoranzas y recuerdos familiares vividos antaño al calor del hogar. Son grupos corales que ponen todo el  afán en dedicar unos minutos de su tiempo y afición para colorear con sus voces la  iluminación navideña de calles y plazas.

Sólo hay un algo indescifrable que no parece competir serenamente con tanta luz y color y que salpica el aire festivo con detonaciones, a veces tan estruendosas, que más parecen violencia desatada que argumentos para estimular al jolgorio.

Así estábamos algunos disfrutando a duras penas del canto rodeados por el alevoso que, a pocos metros del estrado, explotaba sus petardos desafinando tonos, compases, melodías y temples.El corro lo conformaban un nutrido grupo de varones a todas luces “quinceañeros”, con alguna presencia femenina, convertidos todos en acólitos del dinamitero que parecía ser el líder recompensado con carcajadas de sus divertidos "acólitos". Lo cierto es que, aunque nosotros lo pasamos bastante incómodos e irritados, ellos parecieron disfrutar de lo lindo con su hazaña. Hasta ahí, miel sobre hojuelas aunque mal repartida como queda dicho. 

Terminó nuestra intervención y se suspendieron los estampidos hasta que subió al estrado el siguiente grupo. Con las armonías de los nuevos cantores, se recrudecieron los petardos, el ruido y el enfado, esta vez del público deseoso de disfrutar del concierto en paz aunque tan  deslealmente acosado. Dos señoras intentaron sugerir un poco de cordura a los adolescentes y el resultado no pudo ser más desolador porque, estimulada la vis saboteadora, la secuencia de estampidos se hizo ahora más acelerada entre insolencias y malos modos. Alguien intentó de nuevo atemperar al “dinamitero” con argumentos de la “LOGSE” bienaventurada (tolerancia, buenos modos, argumentos democráticos, solidaridad, respeto mutuo y otras sensateces al caso…) y el estrépito de las explosiones se hizo más poderoso tan pronto el ingenuo terminó su propósito conciliador, salpicado de risas, burlas y descaros,  mientras rezongaba un exabrupto de impotencia...
Al fin y al cabo "son chicos...." ¿?


28-diciembre-2012

domingo, 15 de diciembre de 2013

EL MESÍAS DESDE DENTRO

A las siete de la tarde del pasado viernes comenzó para un numeroso grupo de burgaleses la aventura más hermosa que la condición de aficionados a la música coral nos podía deparar. Superadas las muchas horas empeñados en concienzudos e intensos ensayos y crecido el entusiasmo por salir airosos del lance, nos dirigimos al imponente auditorio del Forum Evolución burgalés para dar la réplica a una muestra del quehacer en que habíamos empeñado nuestro esfuerzo.

La condición de concierto participativo ofrecido a las personas aficionadas, significaba una experiencia novedosa y especialmente atractiva que iba a permitirnos cantar “algunas partes corales del gran oratorio de Händel con una orquesta y un coro de reconocido prestigio. Un colectivo de doscientos cuarenta y seis participantes procedentes de dieciocho agrupaciones corales de Burgos y provincia se han implicado en este estimulante y educativo proyecto musical.

La anécdota vivida en el particular de cada uno de los participantes significaba una meticulosa puesta a punto interpretativa; una especial disposición para asumir cada movimiento en escena; una atención sin márgenes para la evasión mental y un empeño por seguir, compás a compás, cada avance en el desarrollo del evento. El excepcional privilegio de unir nuestras voces a la Ensamble Jacques Moderne y los solistas Sonia de Munck, Carlos Mena, Fernando Guimarães y José Antonio López junto a la  Orquesta Barroca de Sevilla, significaba algo más que un mero valor de participación y todos entendíamos que era el momento de mostrar dignamente nuestras capacidades y acompasarlas con la admiración y el respeto que todos ellos nos merecían.

ANDREAS SPERING 
Director



ORQUESTA BARROCA DE SEVILLA



ENSAMBLE JACQUES MODERNE 




SONIA DE MUNCK
Soprano


CARLOS MENA
Contratenor


FERNANDO GUIMARÂES
Tenor


JOSÉ ANTONIO LÓPEZ
Bajo


En el discreto espacio de cada asiento, el pequeño mundo de soliloquios personales inició su tarea de concentración y empeño. Era una muestra de devoción íntima por la obra del excepcional compositor que convirtió El Mesías en una referencia universal, aupada al cenit de las emociones más sublimes de la creación musical de todos los tiempos. Fue Charles Jennes, el poeta inglés amigo de Händel quien puso a  disposición del genial autor el contenido de un texto titulado El Mesías, un nuevo oratorio cuyo contenido estremeció a Händel. Tres semanas fueron suficientes para que completara musicalmente tan ingente obra y diera al mundo la oportunidad de revivir hasta el paroxismo la historia de quien llegó a la Tierra como Príncipe de la Paz para todos los pueblos. En esto estaban las mentes de los coralistas mientras, sumidos en el preciosismo de la orquesta y las soberbias interpretaciones de la Ensamble y solistas, se producían las invitaciones puntuales para elevar el tono de sus oraciones con la reiteración de las templadas voces burgalesas dispuestas a añadir gloria a la gloria que mantenían exultantes los principales protagonistas. 

GEORG FRIEDRICH HÄNDEL
Halle, Alemania 23 de febrero 1685 / Londres 14 de abril 1759

El silencio a lo largo de la intervención fue tan elocuente que no hubo tos ni carraspeo audible que mutilara la devoción de intérpretes y espectadores. Y hasta las sillas del escenario, inquietas durante los ensayos, contribuyeron a que la emoción no se viera interrumpida con el más leve roce perturbador. Uno, concentrado en su humilde participación, seguía el texto y la música de las intervenciones embriagado por la belleza de las arias, recitativos y dúos, la majestuosidad del coro y, de manera especial, las manos, convertidas en plegaria, del maestro Andreas. Siempre me han seducido las manos de los directores porque con su fervor alado consiguen modelar cada instante y extraer de cada obra los matices más íntimos del creador de la composición. Y, si mucho decían las manos del maestro, su rostro era todo un estímulo para nuestra condición participativa; la atracción de su gesto estimulante, el calor de sus ademanes, la precisión en la secuencia de entradas y el brillo de sus ojos, ―ávidos de perfección―, enardecían los ánimos de todos y llenaban de fervor íntimo cada una de las intervenciones burgalesas.

Finalmente, el calor del público que abarrotó el recinto es la imagen más precisa del impacto que la iniciativa ha tenido, calando muy hondo en las expectativas y agradeciendo con el calor de su aplauso y aliento tanto esfuerzo para llevar a cabo este proyecto. Porque objetivos de esta magnitud son el orgullo de una ciudad en marcha cultural incuestionable.

GRACIAS A TODOS LOS QUE, "GRANDES O PEQUEÑOS", HAN SIDO CAPACES DE SUMAR SU ESFUERZO PARA CONCLUIR ESTE EMPEÑO QUE HA QUERIDO AÑADIR GRANDEZA A LA MUCHA QUE YA ATESORA NUESTRA TIERRA.

FORUM EVOLUCIÓN – BURGOS
13 DICIEMBRE 2013
Eduardo García Saiz



DÍA 12 ENSAYO PREVIO
EMOCIÓN CONTENIDA










VIERNES TRECE DE DICIEMBRE DE 2013
EL CONCIERTO

Momentos previos

Componentes de la Coral de Cámara "San Esteban" con su Director César Zumel (derecha)

De la cuerda de bajos de la Coral "San Esteban" (de izquierda a derecha, Chema, Santi, Fernando y Jesús)

De la Coral "San Esteban" (Izquierda Eduardo y derecha Jesús)

Panorámica antes del Concierto

De la Coral San Esteban (De izquierda a derecha; Ana, Jose, Gloria , María Jesús y Angélica)

Panorámica antes del Concierto

De la Coral San Esteban (Geno y Cristina)

Eduardo con su compañero  de estrado, Miguel Ángel

Coral de Cámara "San Esteban" con Alberto Carrera director del coro

Aleluya de Handel

A pesar de las limitaciones que impiden grabar serenamente un evento de estas características, agradezco a nuestro amigo Martín este trabajo que me permite mostrar, "en vivo y en directo", lo que fue esta parte del CONCIERTO PARTICIPATIVO en el que estuvo presente la Coral de Cámara "San esteban" cuyos componentes figuran en la imagen.

ZODIAC

Gijón siempre ha sido nuestro refugio preferido en las escapadas en busca de terapias de remedio contra la ansiedad. Esos espacios grises en...