Acabo de regresar de la farmacia, lugar al
que suelo acudir con cierta regularidad dados los muchos decenios de rodaje que
uno ha dedicado al noble arte del vivir. Así que no diré que acudo a la botica
desgraciadamente porque como decía mi padre, peor sería no verlo. Pero al caso;
me ha sorprendido gratamente el nutrido grupo de dependientas dispuestas a
dedicarme su atención y, lo que es más, de agradecer en estos tiempos, su
amabilidad y sonrisa. He cargado la alforja con todo lo recetado y me he puesto
a cavilar y recordar. Cavilar el por qué de tan elegante y abundosa presencia
y, el recordar, por alguna experiencia docente parecida, cuando uno peleaba por
las alubias, en tiempos de escuela.
En aquel llamado entonces C.P. de Prácticas
tuvimos la grata oportunidad de mostrar, asesorar y alentar, ―con nuestros
dilatados currículos docentes― a los numerosos futuros y futuras profesores y
profesoras ―no me gusta lo de miembros y miembras, pero soy proclive a respetar
resignado hasta las inutilidades lingüísticas― que acudían a nuestras aulas en
busca de orientación y ayuda. En ocasiones llegaron a congregarse en mi aula
hasta una larga decena de ojos expectantes dispuestos a destripar estrategias
didácticas, diseños curriculares o conductas más o menos aviesas de los
discentes siempre inquietos. Incluso ocasión hubo en que alguna joven de
aquellas tomó las de Villadiego, tras descubrir que lo suyo no iba por los
derroteros educativos infantiles por muy entrañables que sus
“mañas candorosas” se prodigaran. De modo que no volvimos a verla ni paseando
por el Espolón.
Pero a pesar de la anécdota de la espantada,
tengo que reconocer que aquella experiencia de mi vida docente dio para mucho.
Entre todos, practicantes y docentes, tratamos de abrirnos camino en las
novedosas vías de la LOGSE, panacea indiscutible de los nuevos modos
educativos, lamentándonos nosotros de nuestras mediatizadas e inconsistentes
trayectorias docentes que necesitaban de un reciclaje liberador. Tan es así,
que nuestra penuria pedagógica tratamos de compensarla acudiendo a cursillos
avanzados, seminarios y lecciones magistrales; aprendiendo técnicas de
programación larga, trimestral, mensual, quincenal, semanal, corta, por
unidades y tiempos… Entre tanto, nuestros futuros “colegos” y colegas mostraban
su perplejidad al descubrir que, lo propuesto por las mentes privilegiadas de
la pedagogía moderna, no era el esquema de una meditada concepción educativa
sino el acabado diseño de un paseo lunar. Así descubrieron nuestros amigos que
la naturaleza humana no equipara capacidades, ni ritmos, ni siquiera voluntades
y que un corsé de aquellas características era más un esquema de propósitos que
una prudente adecuación de los recursos del docente y las capacidades del
alumno. Y que la tarea educativa, además de diseño, tiene mucho de entrega,
intuición e ingenio.
Espero que los futuros y futuras farmacéuticos y farmacéuticas continúen
ofreciendo el gesto amable con que me obsequiaron y que los resabios
burocráticos, si existen, no empañen su labor cooperadora con quienes desde la
medicina moderna y el “ojo clínico” se dedican a restañar dolores y angustias.
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