viernes, 9 de agosto de 2013

DE FARMACIAS Y DOCENCIAS

Acabo de regresar de la farmacia, lugar al que suelo acudir con cierta regularidad dados los muchos decenios de rodaje que uno ha dedicado al noble arte del vivir. Así que no diré que acudo a la botica desgraciadamente porque como decía mi padre, peor sería no verlo. Pero al caso; me ha sorprendido gratamente el nutrido grupo de dependientas dispuestas a dedicarme su atención y, lo que es más, de agradecer en estos tiempos, su amabilidad y sonrisa. He cargado la alforja con todo lo recetado y me he puesto a cavilar y recordar. Cavilar el por qué de tan elegante y abundosa presencia y, el recordar, por alguna experiencia docente parecida, cuando uno peleaba por las alubias, en tiempos de escuela.



En aquel llamado entonces C.P. de Prácticas tuvimos la grata oportunidad de mostrar, asesorar y alentar, con nuestros dilatados currículos docentes a los numerosos futuros y futuras profesores y profesoras ―no me gusta lo de miembros y miembras, pero soy proclive a respetar resignado hasta las inutilidades lingüísticas― que acudían a nuestras aulas en busca de orientación y ayuda. En ocasiones llegaron a congregarse en mi aula hasta una larga decena de ojos expectantes dispuestos a destripar estrategias didácticas, diseños curriculares o conductas más o menos aviesas de los discentes siempre inquietos. Incluso ocasión hubo en que alguna joven de aquellas tomó las de Villadiego, tras descubrir que lo suyo no iba por los derroteros educativos infantiles por muy entrañables que sus “mañas candorosas” se prodigaran. De modo que no volvimos a verla ni paseando por el Espolón.



Pero a pesar de la anécdota de la espantada, tengo que reconocer que aquella experiencia de mi vida docente dio para mucho. Entre todos, practicantes y docentes, tratamos de abrirnos camino en las novedosas vías de la LOGSE, panacea indiscutible de los nuevos modos educativos, lamentándonos nosotros de nuestras mediatizadas e inconsistentes trayectorias docentes que necesitaban de un reciclaje liberador. Tan es así, que nuestra penuria pedagógica tratamos de compensarla acudiendo a cursillos avanzados, seminarios y lecciones magistrales; aprendiendo técnicas de programación larga, trimestral, mensual, quincenal, semanal, corta, por unidades y tiempos… Entre tanto, nuestros futuros “colegos” y colegas mostraban su perplejidad al descubrir que, lo propuesto por las mentes privilegiadas de la pedagogía moderna, no era el esquema de una meditada concepción educativa sino el acabado diseño de un paseo lunar. Así descubrieron nuestros amigos que la naturaleza humana no equipara capacidades, ni ritmos, ni siquiera voluntades y que un corsé de aquellas características era más un esquema de propósitos que una prudente adecuación de los recursos del docente y las capacidades del alumno. Y que la tarea educativa, además de diseño, tiene mucho de entrega, intuición e ingenio.


Espero que los futuros y futuras farmacéuticos y farmacéuticas continúen ofreciendo el gesto amable con que me obsequiaron y que los resabios burocráticos, si existen, no empañen su labor cooperadora con quienes desde la medicina moderna y el “ojo clínico” se dedican a restañar dolores y angustias.  

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