Microrrelato
Hacía una tarde en la que la
lluvia comenzó a arreciar emulando los mejores tiempos bíblicos del diluvio.
Tal era el comentario del grupo de personas que buscaron cobijo en el más
amplio de los portales de la avenida. Era una de esas tormentas de verano, tan
bienvenidas como imprevistas, que, aunque suavizan el ambiente de bochorno, atrapa
a los viandantes en el torrente imprevisto que les obliga a buscar inmediato cobijo.
Así están un grupo numeroso de
personas al resguardo de un solidario portal mientras esperan expectantes el
final del aguacero. Frente a ellos, de la boca del metro surge la silueta de un
muchacho joven con aires de mucho apremio por salir. Presa de la desazón y el aguacero que arrecia, aparece zumbando en la acera y elige un discreto rincón de la calle para aliviar su vejiga rebosante.
Culminado el desahogo, tras la maniobra íntima de apertura y cierre,
exhala un elocuente gesto de alivio, momento en el que el numeroso grupo
acogido al resguardo del portal irrumpe en un clamoroso y nutrido aplauso
acompañado de solidarias voces de aliento y, lo que parecía haber sido un desahogo
íntimo en un espacio discreto se convirtió en una celebrada ocasión para el
regocijo que, sin embargo, el muchacho acogió entre boquiabierto y jovial.
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