“…Y los bajos tuvieron su reunión…!
A nuestra entrañable Alicia con especial respeto, admiración y el cariño más profundo.
Coral de Cámara "San Esteban"
El pasado concierto en Belorado marcó un
hito en algunos coralistas impresionables y, de entre todas ellos, en la cuerda
de los bajos.
― ¡Qué éxito, tío!
― ¡Y como sonó!
― ¡Que auditorio! (tampoco hay que exagerar)
― ¡Qué trufas!
― ¡De Rvda. Madre!
― ¿Y lo de Alicia?
―¡¡¡Inconmensurable!!!
― ¿Y, si un día se nos va?
―¡¡¡Imposible!!! Gritaron todos como a quien le
pisan el más protegido de sus callos reventones.
Había que oír a estas
mentes calenturientas después de la misa dominical en San Nicolás. Mejor dicho,
después de la tercera ronda de tintos en "Maneli". En fin que, entre estos
comentarios y la alegría del Ribera en el cuerpo, no quedó más remedio que
convocar, por fin y con carácter de urgencia, la tan reiterada reunión de
bajos. Era preciso eliminar, atajar o cuando menos prevenir la posibilidad de
una ausencia definitiva de la solista.
― ¡Hay que hacer algo para impedirlo por si algún
día le da un mal aire a la chica!, dijo Sisi.
― ¡Hay que convocar una reunión de bajos, remató
“El Figuras”!
― ¿Cuándo?, ¿Cómo? ¿Dónde? Remacharon al unísono
los barítonos presentes.
― ¡Y que sea secreta!, apostilló Chema Melchor.
― ¡Y el lugar que sea secreto también!, añadió
Adrián.
― ¡Pero coño! Aclaró Gonzalo, ¿cómo vamos a
reunirnos si no sabemos donde? …¡Te jode!...
― Bueno, haya paz, dijo Sisi. Nos reuniremos en
el taller de chapa y pintura de mi centro, durante una clase práctica para
garantizar el despiste.
―“Pero Sisi”, dijo Eduardo, “¡con tantas mazas vapuleando
carrocerías no habrá quien se entienda!”
―“No te preocupes Edu, pondremos “guata”
acolchando los martillos y así podremos entendernos”
En fin, terminadas las
sucesivas rondas de tintos se llegó a un acuerdo razonable. La reunión se
celebraría, como procedente por vinculación, a la vera del nogal de la huerta
parroquial. Antes se desestimó una propuesta de Santiago que, aun siendo
coherente con el principio de reunión secreta acordada para la reunión, no
pareció adecuada por obvias razones de limitación. Estimaba el bajo que podía
llevarse a cabo en el interior del confesionario de Oscar, por aquello de
obligarse en el secreto de confesión, pero como queda dicho, por no haber en el
compartimiento, no hay ni sillas para los once esperados.
La cosa era necesaria y además urgente. Había
que buscar una solución al imprevisible más adelante de la ausencia de Alicia
en nuestras huestes. Ahora que, gracias a ella, hasta firmamos autógrafos al
final de cada concierto; ahora que nos sentimos transportados al séptimo cielo
cada vez que inunda con su voz cualquier recinto por cutre que sea; ahora, en
fin, que hemos alcanzado la gloria de su mano, qué haríamos si el futuro la
obligara a abandonar el hogar común. Y así fue como se produjo la reunión de la
cuerda con un único orden del día. Buscar una suplente para el hipotético e
impensable caso de que Alicia se nos fuera de la Coral.
Abierta la sesión siendo
presidente Emilio ―un generoso abdomen da prestigio a cualquier presidencia―
con Manolo de secretario y la cuerda al completo, el lunes 23 de diciembre de
2002, a media tarde, y después del orujo y el turrón blando, dio comienzo la
sesión. Se fijaron los límites de las intervenciones y se insistió en la
necesidad de respetar los turnos, no apabullar en ningún caso al contrario y,
como especial propuesta de Manolo, “con la estufa puesta” por lo del clima.
Con estas premisas se
inició el turno de intervenciones concediendo el Sr. Presidente la palabra a
Fernando, por ser la suya la primera mano en pedir permiso para evacuar. Expuso
el bajo su criterio apuntando como la mejor solución para cubrir con garantías
la nunca deseada vacante, acudir a la búsqueda de candidatas entre el mundo de
la inmigración: búlgaras, eslavas, checas, rumanas, letonas…
― ¡Eso, eso, tetonas! Gritaron todos a coro.
― ¡He dicho letonas, pánfilos!...
―…porque todas son mujeres de voz exquisita y de
finura inigualable, continuó Fernando. Sobre todo maestras en los finales
quedos, suaves, delicados, apenas perceptibles… De esos que encandilen
auditorios, remató.
―Y podemos hacer la selección como en Operación
Triunfo, dijo Jesús.
―Eso, y que las candidatas se presenten ligeritas, dijo Adrián muy oportuno.
―Ya empezamos con chorradas, dijo Gonzalo. ¿Qué
estamos buscando, voces o globos? Tú, ¡a callar!
Retomó la palabra
Fernando para insistir: …qué empastes, que finales, que…
― ¡Qué coño! Dijo Chema. ¿De donde sacamos
nosotros un puesto de trabajo fijo que es lo que buscan estas chicas?
― Pues hombre, podríamos ponerlas de
recogepelotas, se arriesgó a proponer
Adrián.
― Hombre, eso era posible antes, cuando tu padre
jugaba al tenis pero ya no juega, dijo Sisinio.
― No, si no me refiero a esas. Me refiero a las
de los coralistas del setenta y dos que empiezan ya a tenerlas algo cailonas.
Jamás lo hubiera dicho el
chaval. Con una mirada de esas que infunden terror, se dirigió a él Gonzalo
conminándole a reconsiderar su comentario mientras echaba mano a la hebilla de su
cinturón ―nunca sabremos si para mostrar el perfecto estado de sus atributos o
si para sacudirle al sobrino unos cuantos cintarazos―. ¡O retiras de inmediato tamaña ofensa, dijo,
o te vas desterrado de por vida a la Coral Vocea! De modo que ante tan deplorable
alternativa, al pobre Adrián no le quedó más remedio que hacer un discreto
mutis y marcha atrás.
Se me ocurre, dijo un
tanto trémulo el Presidente a la vista del último rifirrafe, que en el mundo de
la banca tengo compañeras… “Y yo”, dijeron Chema, Gonzalo y Fernando al
unísono. “Pero ni se os ocurra porque si mal cuadran un balance de gestación,
cómo coño van a cuadrar un pentagrama”. “Además, por la Coral ha pasado ya toda
la nómina de varones de Caja Burgos y ya vale”.
Estaba yo pensando, intervino
Gonzalo, que acaso entre la gente de la provincia… Conozco una moza casadera en
mi pueblo… ¡Estás loco!, le cortaron en seco; con esos melismas pueblerinos que
cabrean a Juan cada vez que se les escapa un quejumbroso altibajo a sopranos y
contraltos, y tú quieres meter en la Coral a una chica sin desbrozar corcheas…
Así fue discurriendo la
reunión, entre propuestas a cual más desafortunadas. Algunas incluso rayaban en
el delito como la de quien se le ocurrió un secuestro selectivo en las huestes
de la competencia ―demasiado riesgo y escasa garantía―. También se propusieron
grabaciones en “play back” para que cualquiera de los presentes, adecuadamente
camuflado, pudiera interpretar los inigualables solos de Alicia. Así, Emilio
resultaba demasiado voluminoso y daría el cante; Manolo excesivamente alto y
peludo; Eduardo, pequeño y culibajo; Gonzalo y Sisi, emparentados con la
dirección del ente, podían incurrir en prevaricación o cohecho; Jesús y
Santiago casos perdidos para la depilación… Sólo Fernando y Chema Melchor
tenían un tufillo prometedor, puesto ya de manifiesto en extemporáneas
interpretaciones avemarianas y en contados eventos coyunturales. Pero se
opusieron en redondo porque una cosa era emular a la soprano y otra muy
distinta convertirse en travestís depilados con lo que duele. En fin, que la
reunión comenzó a languidecer entre bostezos y yo me marcho que me espera
Celia, hasta que el secretario, tenso y solemne, impuso silencio e hizo oír su
voz con una propuesta insólita cuyo preámbulo dejó perplejos a todos.
Sin duda, dijo, todos
tenéis conocimiento de los famosísimos “castratos”, varones que mediante una
sencilla intervención, en salva sea la parte, mantenían a lo largo de su vida la
envidiable voz de contratenor. Pues bien. Ahí tenemos la solución definitiva
servida en bandeja. Hay que fabricar un castrato.
El silencio sepulcral que
produjo tal propuesta y las sonrisas maliciosas de algunos presentes
convirtieron en presagio peligroso lo que hasta aquel momento se había
desarrollado con alboroto, ciertamente, pero aun así con cierta ecuanimidad.
Castrato. ¿Quién? Y todos miraron a su izquierda como si estuvieran en la sala
de ensayos.
―”No, por favor”, exclamó alarmada una de las
voces sensatas de la concurrencia. “Con los tenores, nuestros enemigos naturales,
se puede hacer cualquier cosa a escala de fogueo, pero disparos con fuego real,
jamás”.
El discrepante salió
indemne gracias a la intervención del Presidente que impuso cordura a la
concurrencia, pero a punto estuvo el hombre de terminar tullido.
― ¡Ninguna concesión al enemigo! Gritó desaforada
la masa enardecida.
― ¡Castremos a todos y nos sobrarán tiples de por
vida! Dijo una voz agazapada.
― ¡No seas bestia! Dijo Santiago. Resolveríamos
el problema de Alicia pero crearemos el vacío de una cuerda completa. Hay que
elegir a uno. A lo sumo dos para quita y pon.
Y surgió el desmadre
oral, los gritos estentóreos y la más imprudente de las alteraciones de orden
público en ámbito rectoral. Entre aquel ruido ensordecedor, el Presidente puso
en pie su humanidad y terció autoritario.
― ¡O elegimos un candidato entre los tenores o lo
echamos a suerte entre los presentes, aquí y ahora!
El silencio fue inmediato
y todos se miraron el bajo vientre como quien contempla un par de diamantes de
quinientos quilates.
― Bien, bien, ya veo que hay quorum, concluyo
Emilio ante el más que evidente asentimiento. Así que decidamos qué tenor será
el “castrato”.
― ¡Estrategias! ¡Necesitamos estrategias y
disciplina para proceder!, apuntó Melchor.
― ¡No señor! ¡Primero hay que elegir al candidato
y luego señalar las estrategias! Apostilló Fernando.
― ¡Perfil! ¡Hay que elegir una silueta aproximada
a la elegancia y juventud de Alicia! Añadió Manolo.
― ¡Entonces no hay candidato porque todos están o
demasiado gordos, o demasiado calvos o con ojeras de dormir poco por culpa de
las guarradas del interné! Remató Gonzalo.
― ¡Pues si no hay candidato posible entre los
tenores escogeremos a una contralto!, se dejó oír una voz poco
informada.
― ¡Ignorante, los “castratos” tienen que ser
varones! Le replicó Fernando airado.
Al fin, después de
meditar a fondo, se llegó a la conclusión definitiva; sería aquel cuya
aproximación a la silueta de Alicia diera el más digno perfil de su persona.
Con unos toques de adecuada cirugía estética, unos implantes discretos con
silicona, un depilado facial a fondo y un postizo clónico de la cabellera de la
soprano se completaría la imagen definitiva. Pero, ¿quién? Contra lo que pueda
parecer, no es que no hubiera candidatos, ni que los bajos hubieran renunciado
a buscar una solución al problema en este campo. Es que llegó Oscar en el
preciso momento de las voces más airadas y después de descubrir el tema que se
estaba tratando, cogió el más grande de los hisopos que se custodian en el Museo
del Retablo y esgrimiéndolo con decisión conminó a la concurrencia para que
abandonase de inmediato el recinto a la voz de: ¡Macarras fuera! ¡Estáis
convirtiendo el huerto en un inmundo patio de lenguaraces!
Y así, con estos gritos y
con la sagrada amenaza en la mano consiguió evitar lo que a punto estuvo de
convertirse en un presumible delito consumado de secuestro, poda testicular y
motín de bajos en paro.
Burgos,
26 Diciembre 2005
Eduardo García Saiz
Hoy Alicia goza de una merecidísima fama, a escala universal, como incuestionable soprano capaz de levantar de sus asientos a los más exigentes melómanos con su sola presencia ante el auditorio. Vaya para ella mi más cariñoso homenaje con las precedentes líneas, entre frívolas y fervorosas, que me brotaron con el mayor de los entusiasmos en aquel memorable concierto interpretado en la capilla del Monasterio de Santa Clara de Belorado.
Eduardo
Eduardo
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