LA MARGARITA


En la plaza próxima a mi domicilio hay un par de setos con aguerrido césped en el que, entre las briznas de hierbas, malviven algunas margaritas que no tengo claro si pertenecen a una primavera caduca o son señuelo de las que, según secuencia climatológica anual, vendrán después de los intensos fríos presentes y de los que aún quedan por llegar.



El pequeño, como suele suceder a menudo, superado el periodo de lactancia, disfruta de sus primeras libertades caminando tras la mamá y absorto en el verdor de ambos setos que adornan la plaza. Aguzando los ojos, descubre la blancura marchita de algunas margaritas que tiritan del frío y se mueven con el viento que las azota sin piedad. El pequeño, ni corto ni perezoso, invade el espacio que las cobija y con exquisito cuidado coge una de las flores y la coloca en el cuenco de la mano para entregársela a la mamá. Ella, sin volverse, le insiste cariñosa para que no se entretenga y siga tras de sí. Cuando descubre lo que el pequeño protege con tanto mimo para entregárselo, un impulso de absoluta ternura la lleva a cogerle en sus brazos y mostrarle el más apretado y sonoro de los cariños…

Comentarios

  1. Entiendo que, tal como indicas, es una experiencia personal pero bien podría servir como licencia poética para iniciar un hermoso libro de cuentos de hadas. Muy bonito

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