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jueves, 21 de agosto de 2014

LA CASONA DEL OBISPO. OÑA (BURGOS)

Hoy he disfrutado de tres placeres consecutivos durante la impaciente espera para disfrutar de la puesta en escena del Cronicón de Oña. El primero de ellos tiene que ver con un reencuentro familiar y multitudinario a la puerta de una gran casona en vías de restauración definitiva y que, según parece, esta vinculada a la vida de don Pedro González Manso, Obispo que fue de Guadalix, Tuy, Badajoz y Osma, del Consejo del Rey, Presidente de la Audiencia, Canciller de Valladolid y Gran Bienhechor de Oña y de su Monasterio de San Salvador:



Después de contemplar la hermosa fachada y deambular por sus interiores, he descubierto hasta donde puede el empeño y la entrega para conseguir que un vetusto edificio, abandonado a su suerte y a la incuria del tiempo, se haya convertido en un remanso de de paz y bienestar.  Ha habido en ello un decidido propósito de devolverle la dignidad herida sin alterar ni su nobleza ni sus valores añejos. Y todo ello ha sido el resultado de una empresa familiar entregada a recuperar cada palmo de su estructura con el ardor y la convicción de una meta posible.

He recorrido todas y cada una de sus estancias y disfrutado del acogedor espacio en el que el gusto por la decoración y la selección de los enseres configuran en cada una la armonía entre el ayer y el hoy. Por todo ello quiero mostrar mi cordial enhorabuena a cada mano, cada mente y cada entrega que ha hecho posible lo que ha todas luces es una hazaña encomiable.






























Completada la visita, la tradicional hospitalidad castellana ha permitido disfrutar también de los placeres de la mesa en torno a los productos más castizos y exquisitos de la gastronomía hogareña. Complementados con los vinos, que estimulan a la tertulia y alegran el cuerpo, hemos finalizado la reunión para acudir al Monasterio de San Salvador. Allí ha tenido lugar, un año más, y con este van 28, la representación del ya más que famoso CRONICÓN DE OÑA. De ello y de su espléndido desarrollo doy cuenta en entrada aparte con el mismo título.  

miércoles, 20 de agosto de 2014

EL CRONICÓN DE OÑA

Siempre he sido un ferviente lector de textos relacionados con mi condición de castellano y, por aquello de que nobleza obliga, no he perdido oportunidad que me pusiera en contacto con mis orígenes y la historia de mis ancestros próximos o remotos. Películas, documentales, escenarios teatrales y cualquier otra muestra literaria al caso, han tenido en mí un devoto de la historia de las gentes que configuraron los reinos de Castilla y León a los que me honro en pertenecer.

Por eso, y tan reciente como hace sólo algunas horas, he asistido a una representación en la que el monumental cenobio de San Salvador de Oña, el espectacular brillo de la representación, el preciosismo del vestuario, los elementos musicales y luminosos y la apostura de actores y actrices participantes, han convertido la representación del Cronicón de Oña en una más que valiosa muestra del bien hacer de un Fuenteovejuna moderno que llena de orgullo y gloria a la villa oniense.

En esta última edición he participado de la representación con mi familia y he podido  añadir a mi colección de eventos históricos contemplados, el prodigioso espectáculo de la historia que forjó a Castilla y León entre los años 970 a 1072.

No es mi propósito hurgar en la serie de encomiables calificativos que me ha merecido el espectáculo y que son innumerables. Baste sólo el hecho de que mi propósito íntimo de acudir en futuras muestras, sólo podrá impedirlo algún imponderable, porque allí estaré tan absorto y entusiasmado como lo he estado en esta ocasión.

Mi más cordial enhorabuena y mi más sincero agradecimiento a todos y cada uno de los que hacen posible tan esplendida puesta en escena del entrañable periodo de historia castellano leonesa.

Gracias a todos

Eduardo García




























martes, 19 de agosto de 2014

EL COCHECITO GEMELAR

Un cochecito-gemelar de niños y un abuelo empujándole, no son noticia porque hoy es lo más habitual; ―alguien ha dicho que si los abuelos organizaran un día de estos una huelga en España, el país quedaría completamente paralizado de inmediato―. Acaso haya un poco de exageración en el aserto, pero sin duda crearía importantes problemas nacionales en el discurrir ciudadano.

Lo que ya no es tan habitual es que el abuelo conduzca el carrito cubierto con un casco aerodinámico para ciclistas y ello es lo que me ha alertado hoy en mi pedaleo mañanero. Con semejante imagen y considerando que muy probablemente ambos pertenecemos, si no a la misma quinta si a una infancia semejante, he sufrido un colapso mental y me he colado en su caletre ante el temor de llegar a sufrir algún desvarío como el suyo previsible.

En principio, he pensado que el hombre ha de estar tan absorto en sus tareas de auxiliar de familia que apenas disfruta del tiempo suficiente para cambiar ―entre faena y faena―  su indumentaria de ciclista madrugador, por otra más acorde con la tarea de disfrutar de la compañía de los dos nietos. Así que esta idea me ha tranquilizado aunque sólo a medias.

Por eso se me ha ocurrido inmediatamente la peregrina deducción de que los gemelos sean de atar y puedan dar al traste con su estabilidad y con ello el riesgo de caída con resultado de conmoción cerebral. De inmediato he descartado la idea porque ambos chavales estaban tan plácidamente dormidos que su imagen beatífica era de lo más celestial. 

Sumidos como estamos en una grave crisis de liquidez familiar, he considerado la posibilidad de que el casco sea una especie de recipiente multiusos que lo mismo sirva para un roto que para un descosido. De este modo pueda ser útil ―además de cómo protector anti-costaladas― también para mantener calientes los biberones sobre la cocorota protegida o para almacenar tapaculos, moras, endrinas, acigüembres, huevos de codorniz o setas de carrerilla, por ejemplo.

Al fin, y después de algunos titubeos, pensando en la longevidad como un resultado de deterioro del magín, acaso comience a dar sus nefastos frutos la pasividad congénita. Así, es posible que haya considerado el casco como una muestra de garbo, donaire y dignidad y no esté dispuesto a aparcarse de su verdad que, como es sabido, es una de las cosas mejor repartidas de este mundo, porque cada uno tiene la suya y la protege contra viento y marea, más aún, cuando se alía con la tozudez más reacia.
Ontillera


19-08-2014

viernes, 8 de agosto de 2014

DAFNIS Y CLOE, VEINTE SIGLOS MÁS TARDE



Un grupo de jubilados caminan pasmados por la «Senda del Colesterol» después de haber presenciado involuntariamente uno de esos espectáculos entre amorosos y sicalípticos de los que, según parece, empiezan a proliferar más de lo que sería razonable por estos pagos celtíberos. El asombro de nuestros amigos no lo es tanto por el hecho contemplado cuanto por las circunstancias que lo acaban de rodear. Sin duda, es consecuente con el espectacular avance de la moderna pedagogía de la procreación y los desatinos mentales que la manipulan. Porque, todo hay que decirlo, para quienes crecimos entre soplamocos, varapalos y cotos cerrados ―al menos eso es lo que afirman los libertadores de la estrechez, la hipocresía burguesa y otras zarandajas morales en las que se afirma fuimos educados los adolescentes de otros tiempos algunos avances de la «tolerancia» más que pasmados nos dejan desconcertados.

El hecho es que nuestros amigos daban su diario paseo río Arlanzón arriba, siguiendo saludable estrategia médica para combatir colesteroles, cuando una pareja quinceañera, ella y él envueltos en carantoñas, besuqueos, arrumacos y tambaleos, a duras penas lograban avanzar paralelos a su caminar. Trenzados por brazos y piernas y con el pulso cabalgando al límite del éxtasis erótico, arriban a un chopo próximo a la senda y, sin más preámbulos que los necesarios, prolegómenos que no es preciso enumerar por obvios—, culminaron sus ardores adolescentes entre ímpetus, jadeos y éxtasis apoteósico. Y para que la anécdota supere todos los límites de lo razonable, completaron esta su hazaña sin recato alguno e ignorando la presencia de los caminantes que, como el grupo, contemplaron atónitos la escena.

Ni gestos airados ni reprobación alguna de los paseantes estorba tan «idílico» proceso y el dúo interpreta su partitura como quien recoge hongos en otoño. Nuestros amigos, anclados aún en los principios de su educación denostada, llenos de estupefacción y algunos sonrojos, dan en recordar otros tiempos y otras aventuras paralelas. «No es esto», pensaron. «Cierto que más de un celtíbero o  celtíbera ha sido fruto arriesgado de escarceos semejantes, al amparo del ocaso en una romería abundosa de pitanza, rioja y gaita. Así que hasta aquí nada novedoso en estos Dafnis y Cloe de la modernidad, salvando a aquellos de las enormes distancias en cuanto a dignidad y mesura— que ahora, rendidos sobre el césped, unen a la impudicia de su audacia la derrota de sus cuerpos semidesnudos.
 Ontillera
01/08/2004

Como se verá por la fecha, el precedente evento fue contemplado hace hoy exactamente diez años. Durante este espacio de tiempo, ha permanecido guardado en la memoria como un hecho puntual sin otras dimensiones que las propias de la ¿irreflexión y el aturdimiento? ¿O acaso el desafío a los principios morales denostados? Sin embargo la coincidencia de una encuesta de despropósitos para relatar primeras experiencias al caso, me ha obligado a recordar.

Efectivamente; mi afición a la radio, en particular al espacio de Onda Cero, «Herrera en la Onda», me ha permitido averiguar que las conductas se han superado notablemente. En una de las secciones de las que se compone el programa, participan los oyentes para aportar sus experiencias en torno a un tema propuesto. En esta ocasión el argumento pretendía mostrar particularidades íntimas y anecdóticas de la «primera vez» (ya se me entiende). Las intervenciones de los comunicantes, variopintas, chuscas o jocosas, discurrieron provocando las carcajadas más estridentes de los periodistas del programa. Especialmente, cuando uno de los llamantes vigilante de una piscina pública contó algunas de sus experiencias y una especialmente desconcertante.  

Abarrotada aquella de bañistas de todas las edades, el cuidador mostró cierta perplejidad al comprobar que una gigantesca toalla, extendida entre la afluencia, cubría un bulto considerable que se movía con un ritmo harto sospechoso. Imaginando los motivos del traqueteo, levantó la toalla por una esquina ―tan discretamente como pudo― y descubrió la causa del maremoto erótico. Los protagonistas, a punto de culminar su éxtasis, lejos de pedir disculpas o mostrar alguna forma de rubor, le pidieron un último minuto de prórroga porque el lance estaba a punto de concluir.

Así lo contó el oyente y así lo cuento yo para quien quiera juzgarlo.

Tal parece que los nuevos tiempos en las relaciones de pareja no impongan límites ni a la indiscreción ni a la audacia. Un concepto nuevo de los valores del sexo no tiene por qué convertirse en un descenso vertiginoso e incontrolado hacia la indignidad y el impudor. Cierto, nada de hipocresías trasnochadas ni tapujos alienantes que desdibujen lo más hermoso de la vida y sus orígenes pero tampoco ninguna concesión a las veleidades de simios en celo con todo el respeto que nos merece esta especie a la que parece estamos emparentados. Si hemos de seguir siendo seres humanos, inteligentes, conscientes y coherentes debemos, cuando menos, alarmarnos y cuestionarnos si ese es el camino adecuado para liberar supuestos tabúes y declarar sin ambages que semejantes comportamientos no solo no se corresponden con nuestra dignidad sino que degradan la especie.
Ontillera
01/08/2014

miércoles, 6 de agosto de 2014

EL TACO

El conocido periodista don Manuel Campo Vidal juzgaba negativamente el extendido hábito del «taco» como muletilla frecuente en entrevistas y otros debates en la radio y televisión. Algo que forma parte del paisaje coloquial celtíbero ―frente a unas cañas de cerveza por ejemplo―, no parece lo más adecuado para dignificar la labor de periodistas y políticos cuando el ejercicio de la profesión de unos y la presencia institucional de otros demanda prudentes maneras en el hablar. No voy a ser yo quien añada nada al juicio adverso de don Manuel ―que por otro lado comparto― salvo el hecho de que semejante hábito y en niveles superiores al taco, es algo que demuestra la extendida pobreza en el uso de nuestro lenguaje, salpicado de expresiones abruptas a poco que uno tropiece con la oreja mientras camina por las aceras.



Aún recuerdo aquellos años en los que blasfemar era una falta penalizada con multas de «hasta cincuenta pesetas» cuando el protagonista lo hacía en lugares de concurrencia pública. Incluso permítaseme una frivolidad para mostrar el candor de algunos blasfemos de la época que sustituyeron socarronamente su hábito malsonante por expresiones para el regocijo como lo era aquello de quien, especialmente airado, estaba dispuesto a depositar sus heces coloquiales sobre «los chinches de la cama del sacristán» o «en las troneras del templo parroquial».

En el ámbito coloquial de nuestros tiempos se ha producido un cambio radical y generalizado en el uso de estas «muletillas» por demás semejantes a lo que en otros tiempos era inherente a la condición de carreteros y gañanes a quienes lo soez se indultaba por razón de oficio. Según parece, determinados exabruptos eran la mejor de las fórmulas para estimular a la obediencia de las bestias a las que conducían y, de paso, descargar la ira contra las anarquías y desencuentros que la irracionalidad de los animales provocaba.

Pues bien; tal parece que en estos tiempos se ha recuperado el hábito del taco ―en tono menor― y la palabrota ―en agudos con do de pecho― como fórmula de desahogo en algunos casos y como «cantinela» curalotodo en otros. Incluso no es nada infrecuente que la belleza y el encanto del hablar femenino se haya visto invadido por esta forma de expresión salpicada de desbarros, cuando menos poco elegantes. 



Desde luego la libertad y la igualdad caminan paralelas y a nadie se le puede reprochar el uso a su antojo del vocabulario y las interjecciones malsonantes por razón de sexo. Faltaría más. Sin embargo, permítaseme cuando menos una cierta perplejidad consecuente con la dilatada experiencia del vivir. Ahora, en las generaciones de las nacidas en los años cuarenta a sesenta no es fácil escuchar exabruptos en la mujer acostumbrada a otros modos más discretos en la conversación. Y, si alguna incluye en la tertulia algún taco de bajo calibre, no sólo no resulta reprobable, sino que sirve de aliño jovial al conjunto de la expresión. 


Pero coincidir con un grupo de ruidosos/as quinceañeros/as, en plena lucha verbal por sacar adelante sus propuestas lúdicas, puede revelar la zafiedad más deplorable para quien no está curtido en los modales de la relación moderna entre amigos y amigas. Y aquí es donde está el meollo de la inelegancia. Los «acogotados» tiempos de los años cuarenta a setenta, repletos de censura para esta peculiar maña, han dado paso a las libertades democráticas en que, sin saber por qué, han reverdecido aquellas trallas a las que los carreteros añadían sus «sonoras» imprecaciones. 

Sólo una réplica como hombre de letras. Aludir a los atributos masculinos para usarlos envueltos en imprecaciones «de apoyo coloquial» parece que, cuando se pronuncian en bocas femeninas, produce una cierta perplejidad y, para quienes peinamos canas y aprendimos a valorar la feminidad de los modales, un desencanto. 


Por lo demás, mis respetos para el grupo de quinceañeros/as que me han dado la oportunidad, ―por otro lado indeseada―, de participar de su tosco vocabulario, cuando menos, poco cauteloso. Si acaso, reclamar para el futuro un poco más de cordura en los decibelios. Aliviaría un poco la desilusión.