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martes, 19 de agosto de 2014

EL COCHECITO GEMELAR

Un cochecito-gemelar de niños y un abuelo empujándole, no son noticia porque hoy es lo más habitual; ―alguien ha dicho que si los abuelos organizaran un día de estos una huelga en España, el país quedaría completamente paralizado de inmediato―. Acaso haya un poco de exageración en el aserto, pero sin duda crearía importantes problemas nacionales en el discurrir ciudadano.

Lo que ya no es tan habitual es que el abuelo conduzca el carrito cubierto con un casco aerodinámico para ciclistas y ello es lo que me ha alertado hoy en mi pedaleo mañanero. Con semejante imagen y considerando que muy probablemente ambos pertenecemos, si no a la misma quinta si a una infancia semejante, he sufrido un colapso mental y me he colado en su caletre ante el temor de llegar a sufrir algún desvarío como el suyo previsible.

En principio, he pensado que el hombre ha de estar tan absorto en sus tareas de auxiliar de familia que apenas disfruta del tiempo suficiente para cambiar ―entre faena y faena―  su indumentaria de ciclista madrugador, por otra más acorde con la tarea de disfrutar de la compañía de los dos nietos. Así que esta idea me ha tranquilizado aunque sólo a medias.

Por eso se me ha ocurrido inmediatamente la peregrina deducción de que los gemelos sean de atar y puedan dar al traste con su estabilidad y con ello el riesgo de caída con resultado de conmoción cerebral. De inmediato he descartado la idea porque ambos chavales estaban tan plácidamente dormidos que su imagen beatífica era de lo más celestial. 

Sumidos como estamos en una grave crisis de liquidez familiar, he considerado la posibilidad de que el casco sea una especie de recipiente multiusos que lo mismo sirva para un roto que para un descosido. De este modo pueda ser útil ―además de cómo protector anti-costaladas― también para mantener calientes los biberones sobre la cocorota protegida o para almacenar tapaculos, moras, endrinas, acigüembres, huevos de codorniz o setas de carrerilla, por ejemplo.

Al fin, y después de algunos titubeos, pensando en la longevidad como un resultado de deterioro del magín, acaso comience a dar sus nefastos frutos la pasividad congénita. Así, es posible que haya considerado el casco como una muestra de garbo, donaire y dignidad y no esté dispuesto a aparcarse de su verdad que, como es sabido, es una de las cosas mejor repartidas de este mundo, porque cada uno tiene la suya y la protege contra viento y marea, más aún, cuando se alía con la tozudez más reacia.
Ontillera


19-08-2014

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