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jueves, 4 de febrero de 2016

PARA ALICIA

“…Y los bajos tuvieron su reunión…!

A nuestra entrañable Alicia con especial respeto, admiración y el cariño más profundo.
Coral de Cámara "San Esteban"



            El pasado concierto en Belorado marcó un hito en algunos coralistas impresionables y, de entre todas ellos, en la cuerda de los bajos.
― ¡Qué éxito, tío!
― ¡Y como sonó!
― ¡Que auditorio! (tampoco hay que exagerar)
― ¡Qué trufas!
― ¡De Rvda. Madre!
― ¿Y lo de Alicia?
―¡¡¡Inconmensurable!!!
― ¿Y, si un día se nos va?
―¡¡¡Imposible!!! Gritaron todos como a quien le pisan el más protegido de sus callos reventones.
Había que oír a estas mentes calenturientas después de la misa dominical en San Nicolás. Mejor dicho, después de la tercera ronda de tintos en "Maneli". En fin que, entre estos comentarios y la alegría del Ribera en el cuerpo, no quedó más remedio que convocar, por fin y con carácter de urgencia, la tan reiterada reunión de bajos. Era preciso eliminar, atajar o cuando menos prevenir la posibilidad de una ausencia definitiva de la solista.
― ¡Hay que hacer algo para impedirlo por si algún día le da un mal aire a la chica!, dijo Sisi.
― ¡Hay que convocar una reunión de bajos, remató “El Figuras”!
― ¿Cuándo?, ¿Cómo? ¿Dónde? Remacharon al unísono los barítonos presentes.
― ¡Y que sea secreta!, apostilló Chema Melchor.
― ¡Y el lugar que sea secreto también!, añadió Adrián.
― ¡Pero coño! Aclaró Gonzalo, ¿cómo vamos a reunirnos si no sabemos donde? …¡Te jode!...
― Bueno, haya paz, dijo Sisi. Nos reuniremos en el taller de chapa y pintura de mi centro, durante una clase práctica para garantizar el despiste.
―“Pero Sisi”, dijo Eduardo, “¡con tantas mazas vapuleando carrocerías no habrá quien se entienda!”
―“No te preocupes Edu, pondremos “guata” acolchando los martillos y así podremos entendernos”
En fin, terminadas las sucesivas rondas de tintos se llegó a un acuerdo razonable. La reunión se celebraría, como procedente por vinculación, a la vera del nogal de la huerta parroquial. Antes se desestimó una propuesta de Santiago que, aun siendo coherente con el principio de reunión secreta acordada para la reunión, no pareció adecuada por obvias razones de limitación. Estimaba el bajo que podía llevarse a cabo en el interior del confesionario de Oscar, por aquello de obligarse en el secreto de confesión, pero como queda dicho, por no haber en el compartimiento, no hay ni sillas para los once esperados.
 La cosa era necesaria y además urgente. Había que buscar una solución al imprevisible más adelante de la ausencia de Alicia en nuestras huestes. Ahora que, gracias a ella, hasta firmamos autógrafos al final de cada concierto; ahora que nos sentimos transportados al séptimo cielo cada vez que inunda con su voz cualquier recinto por cutre que sea; ahora, en fin, que hemos alcanzado la gloria de su mano, qué haríamos si el futuro la obligara a abandonar el hogar común. Y así fue como se produjo la reunión de la cuerda con un único orden del día. Buscar una suplente para el hipotético e impensable caso de que Alicia se nos fuera de la Coral.
Abierta la sesión siendo presidente Emilio ―un generoso abdomen da prestigio a cualquier presidencia― con Manolo de secretario y la cuerda al completo, el lunes 23 de diciembre de 2002, a media tarde, y después del orujo y el turrón blando, dio comienzo la sesión. Se fijaron los límites de las intervenciones y se insistió en la necesidad de respetar los turnos, no apabullar en ningún caso al contrario y, como especial propuesta de Manolo, “con la estufa puesta” por lo del clima.
Con estas premisas se inició el turno de intervenciones concediendo el Sr. Presidente la palabra a Fernando, por ser la suya la primera mano en pedir permiso para evacuar. Expuso el bajo su criterio apuntando como la mejor solución para cubrir con garantías la nunca deseada vacante, acudir a la búsqueda de candidatas entre el mundo de la inmigración: búlgaras, eslavas, checas, rumanas, letonas…
― ¡Eso, eso, tetonas! Gritaron todos a coro.
― ¡He dicho letonas, pánfilos!...
―…porque todas son mujeres de voz exquisita y de finura inigualable, continuó Fernando. Sobre todo maestras en los finales quedos, suaves, delicados, apenas perceptibles… De esos que encandilen auditorios, remató.
―Y podemos hacer la selección como en Operación Triunfo, dijo Jesús.
―Eso, y que las candidatas se presenten ligeritas, dijo Adrián muy oportuno.
―Ya empezamos con chorradas, dijo Gonzalo. ¿Qué estamos buscando, voces o globos? Tú, ¡a callar!
Retomó la palabra Fernando para insistir: …qué empastes, que finales, que…
― ¡Qué coño! Dijo Chema. ¿De donde sacamos nosotros un puesto de trabajo fijo que es lo que buscan estas chicas?
― Pues hombre, podríamos ponerlas de recogepelotas, se arriesgó a proponer  Adrián.
― Hombre, eso era posible antes, cuando tu padre jugaba al tenis pero ya no juega, dijo Sisinio.
― No, si no me refiero a esas. Me refiero a las de los coralistas del setenta y dos que empiezan ya a tenerlas algo cailonas.
Jamás lo hubiera dicho el chaval. Con una mirada de esas que infunden terror, se dirigió a él Gonzalo conminándole a reconsiderar su comentario mientras echaba mano a la hebilla de su cinturón ―nunca sabremos si para mostrar el perfecto estado de sus atributos o si para sacudirle al sobrino unos cuantos cintarazos―.  ¡O retiras de inmediato tamaña ofensa, dijo, o te vas desterrado de por vida a la Coral Vocea! De modo que ante tan deplorable alternativa, al pobre Adrián no le quedó más remedio que hacer un discreto mutis y marcha atrás.   
Se me ocurre, dijo un tanto trémulo el Presidente a la vista del último rifirrafe, que en el mundo de la banca tengo compañeras… “Y yo”, dijeron Chema, Gonzalo y Fernando al unísono. “Pero ni se os ocurra porque si mal cuadran un balance de gestación, cómo coño van a cuadrar un pentagrama”. “Además, por la Coral ha pasado ya toda la nómina de varones de Caja Burgos y ya vale”.
Estaba yo pensando, intervino Gonzalo, que acaso entre la gente de la provincia… Conozco una moza casadera en mi pueblo… ¡Estás loco!, le cortaron en seco; con esos melismas pueblerinos que cabrean a Juan cada vez que se les escapa un quejumbroso altibajo a sopranos y contraltos, y tú quieres meter en la Coral a una chica sin desbrozar corcheas…
Así fue discurriendo la reunión, entre propuestas a cual más desafortunadas. Algunas incluso rayaban en el delito como la de quien se le ocurrió un secuestro selectivo en las huestes de la competencia ―demasiado riesgo y escasa garantía―. También se propusieron grabaciones en “play back” para que cualquiera de los presentes, adecuadamente camuflado, pudiera interpretar los inigualables solos de Alicia. Así, Emilio resultaba demasiado voluminoso y daría el cante; Manolo excesivamente alto y peludo; Eduardo, pequeño y culibajo; Gonzalo y Sisi, emparentados con la dirección del ente, podían incurrir en prevaricación o cohecho; Jesús y Santiago casos perdidos para la depilación… Sólo Fernando y Chema Melchor tenían un tufillo prometedor, puesto ya de manifiesto en extemporáneas interpretaciones avemarianas y en contados eventos coyunturales. Pero se opusieron en redondo porque una cosa era emular a la soprano y otra muy distinta convertirse en travestís depilados con lo que duele. En fin, que la reunión comenzó a languidecer entre bostezos y yo me marcho que me espera Celia, hasta que el secretario, tenso y solemne, impuso silencio e hizo oír su voz con una propuesta insólita cuyo preámbulo dejó perplejos a todos.
Sin duda, dijo, todos tenéis conocimiento de los famosísimos “castratos”, varones que mediante una sencilla intervención, en salva sea la parte,  mantenían a lo largo de su vida la envidiable voz de contratenor. Pues bien. Ahí tenemos la solución definitiva servida en bandeja. Hay que fabricar un castrato.
El silencio sepulcral que produjo tal propuesta y las sonrisas maliciosas de algunos presentes convirtieron en presagio peligroso lo que hasta aquel momento se había desarrollado con alboroto, ciertamente, pero aun así con cierta ecuanimidad. Castrato. ¿Quién? Y todos miraron a su izquierda como si estuvieran en la sala de ensayos.
―”No, por favor”, exclamó alarmada una de las voces sensatas de la concurrencia. “Con los tenores, nuestros enemigos naturales, se puede hacer cualquier cosa a escala de fogueo, pero disparos con fuego real, jamás”.
El discrepante salió indemne gracias a la intervención del Presidente que impuso cordura a la concurrencia, pero a punto estuvo el hombre de terminar tullido.
― ¡Ninguna concesión al enemigo! Gritó desaforada la masa enardecida.
― ¡Castremos a todos y nos sobrarán tiples de por vida! Dijo una voz agazapada.
― ¡No seas bestia! Dijo Santiago. Resolveríamos el problema de Alicia pero crearemos el vacío de una cuerda completa. Hay que elegir a uno. A lo sumo dos para quita y pon.
Y surgió el desmadre oral, los gritos estentóreos y la más imprudente de las alteraciones de orden público en ámbito rectoral. Entre aquel ruido ensordecedor, el Presidente puso en pie su humanidad y terció autoritario.
― ¡O elegimos un candidato entre los tenores o lo echamos a suerte entre los presentes, aquí y ahora!
El silencio fue inmediato y todos se miraron el bajo vientre como quien contempla un par de diamantes de quinientos quilates.
― Bien, bien, ya veo que hay quorum, concluyo Emilio ante el más que evidente asentimiento. Así que decidamos qué tenor será el “castrato”.
― ¡Estrategias! ¡Necesitamos estrategias y disciplina para proceder!, apuntó Melchor.
― ¡No señor! ¡Primero hay que elegir al candidato y luego señalar las estrategias! Apostilló Fernando.
― ¡Perfil! ¡Hay que elegir una silueta aproximada a la elegancia y juventud de Alicia! Añadió Manolo.
― ¡Entonces no hay candidato porque todos están o demasiado gordos, o demasiado calvos o con ojeras de dormir poco por culpa de las guarradas del interné! Remató Gonzalo.
― ¡Pues si no hay candidato posible entre los tenores escogeremos a una contralto!, se dejó oír una voz poco informada.
― ¡Ignorante, los “castratos” tienen que ser varones! Le replicó Fernando airado.
Al fin, después de meditar a fondo, se llegó a la conclusión definitiva; sería aquel cuya aproximación a la silueta de Alicia diera el más digno perfil de su persona. Con unos toques de adecuada cirugía estética, unos implantes discretos con silicona, un depilado facial a fondo y un postizo clónico de la cabellera de la soprano se completaría la imagen definitiva. Pero, ¿quién? Contra lo que pueda parecer, no es que no hubiera candidatos, ni que los bajos hubieran renunciado a buscar una solución al problema en este campo. Es que llegó Oscar en el preciso momento de las voces más airadas y después de descubrir el tema que se estaba tratando, cogió el más grande de los hisopos que se custodian en el Museo del Retablo y esgrimiéndolo con decisión conminó a la concurrencia para que abandonase de inmediato el recinto a la voz de: ¡Macarras fuera! ¡Estáis convirtiendo el huerto en un inmundo patio de lenguaraces!
Y así, con estos gritos y con la sagrada amenaza en la mano consiguió evitar lo que a punto estuvo de convertirse en un presumible delito consumado de secuestro, poda testicular y motín de bajos en paro.    


       Burgos, 26 Diciembre 2005
Eduardo García Saiz


Hoy Alicia goza de una merecidísima fama, a escala universal, como incuestionable soprano capaz de levantar de sus asientos a los más exigentes melómanos con su sola presencia ante el auditorio. Vaya para ella mi más cariñoso homenaje con las precedentes líneas, entre frívolas y fervorosas, que me brotaron con el mayor de los entusiasmos en aquel memorable concierto interpretado en la capilla del Monasterio de Santa Clara de Belorado.
Eduardo

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