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domingo, 12 de julio de 2015

¿ES USTED FELIZ?


Hoy tocaba hablar de la felicidad en la sección dedicada a los escuchantes del programa «Más de Uno» de Onda Cero y, como suele ser lo habitual, se ha desarrollado con una variada y muy personal interpretación de las respuestas. Desde quien se consideraba muy feliz de poder contar cada día sin ningún rasguño patológico, hasta quien lo era por disfrutar de su libertad sin trabas autoritarias de ningún tipo. Había quién ante una encuesta catastrófica no encontraba nada digno para sonreír a la vida ―desempleo, terrorismo, vandalismo, maltrato, corrupción y hasta algún vecino quisquilloso…― y, sin embargo, contestaba a la pregunta clave sobre su felicidad personal confirmando que era completamente feliz; masoquista puro, vaya.

En cuanto a mi humilde condición de celtíbero convicto, hecho de experiencias y tradiciones coloquiales acerca del tema, recordé algunos dichos que pueden contribuir a clarificar semejante estado emocional.

El primero, tiene que ver con la época ―años cincuenta preferentemente― en que las botas de piel de novillo en invierno y las alpargatas de cáñamo en verano eran el calzado invariable en las estaciones del frío y el calor. Sin embargo, muy de tarde en tarde, ambas prendas sufrían la competencia desleal de unos zapatos nuevos y con lo que se experimentaba el disfrute felicísimo de tan insólita novedad. Generalmente tenía que ver con alguna buena razón, como podía serlo el celebrar la primera comunión o acudir a la boda de algún pariente, así que con tal motivo se confirmaba el dicho de «está más feliz que un chico con zapatos nuevos», que convertía al protagonista en el más encantado de los mortales aunque sólo fuera temporalmente.

Chico austriaco recibe unos zapatos nuevos 
durante la II guerra mundial (la expresión de felicidad) (Imagen de Google)

Hay otra referencia al caso, aunque nadie la haya recordado porque se trataba de un anuncio en la radio local y que sirvió de reclamo radiofónico en el Burgos de los años cincuenta. El locutor, supongo que con amplia sonrisa de hombre encantado de la vida, repetía tozudo a diario lo de «soy feliz porque me viste Ortiz» refiriéndose al habilidoso sastre en corte y confección que por aquellos años cincuenta disfrutaba de reconocida fama en la ciudad.

Dos muestras concluyentes que confirman el valor de la apariencia en el vestir y calzar, que etiquetaban a quien iba vestido con tan afortunados atuendos como el satisfecho mortal "mudado de tiros largos» que disfrutaba así de la felicidad más absoluta.  

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