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jueves, 23 de abril de 2015

DEL BESUQUEO Y OTRAS EFUSIONES



Hace algún tiempo que mi afición por la radio me pone en contacto con tertulias que siempre aportan suficiente enjundia para provocar algún que otro soliloquio mental. Y hoy ha sido en el programa NO ES UN DÍA CUALQUIERA que dirige, con especial habilidad y criterio, la locutora Pepa Fernández, cubriendo las primeras horas de la jornada en cada fin de semana radiofónica. El asunto del besuqueo, que alcanza proporciones de saturación afectiva en nuestros pagos, ha sido el protagonista de la mañana del sábado. Los tertulianos que acompañan a Pepa, siempre certeros en sus intervenciones, han discurrido entre el valor de las muestras afectivas y el rechazo por hartazgo de algunas costumbres, cuando menos, discutibles. 

Desde acusados de cicateros en la expresión de afectos, hasta excesivos y, en ocasiones sin venir a cuento, empalagosos, el desfile de opiniones ha configurado un escenario de conductas personales ―tanto familiares como sociales― especialmente variopinto. Con ello, el beso, que ha adquirido últimamente proporciones de sobreabundante en el ámbito social y en gran medida, condicionado por el origen geográfico y cultural de los convictos del ósculo, ha sido el protagonista de acuerdos y disparidades. 

Según apunta uno de los contertulios, en el norte no son tan espontáneas las efusiones como en otros lugares de la península. En estos últimos, los abrazos y los besos son incluso el preámbulo inmediato a una presentación, entre personas desconocidas, que, aún así, se saludan efusivamente. De otro modo, las manifestaciones de cariño no se circunscriben sólo a besos y abrazos sino que los sentimientos de afecto, a través de expresiones cariñosos de cariño, apoyo o amor, hacen de las relaciones familiares y sociales la aspiración íntima del querer y ser querido, cualquiera que sea la presencia y las circunstancias de cada persona.

Quienes hemos vivido otras andaduras familiares, en tiempos en los que la razón de estar bien atendidos en la familia era la más elocuente expresión de cariño. Las aspiraciones primeras y principales de los deudos pasaban por cubrir el sustento diario generosamente, dedicando a ello todo el cariño de los esfuerzos económicos. Junto a esto, el vestido, el calzado y la educación completaban el abanico de recursos puestos a disposición de la prole. Con ello se esperaba que el futuro de los retoños se desarrollara en las mejores condiciones de honradez, preparación educativa y comportamiento social. Los que ya peinamos canas, recordamos cómo semejante conducta era la única y más concluyente muestra de cariño. Los besos y los abrazos terminaban con el paso de bebé a niño al que había que educar, según parece, en la más completa ausencia de carantoñas y remilgos, considerados innecesarios y peligrosos. De manera que había que ordenar el futuro de la infancia sin efusiones que pudieran condicionar la exigible virilidad del infante, en el caso de los varones, o la dignísima condición de ama de casa responsable y respetable en las niñas. 

Y un apunte final; quienes hemos vivido la terrible experiencia del Alzheimer, hemos descubierto que todo el conjunto de caricias, besos y muestras de cariño posibles, administrados en el cada día del enfermo, aportan la más poderosa terapia, capaz de reverdecer un gesto de agrado en el enfermo y aplacar con ello algunas de sus frecuentes obsesiones. De manera que a estas efusiones sólo hay que añadir una buena dosis de cariño indiscutible porque, incluso las mentes más deterioradas, son capaces de interpretar en su ánimo perturbado e inconsciente el valor de un abrazo o un beso.

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