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jueves, 9 de octubre de 2014

LAS MORAS ESQUIVAS


 

Al fin ha llegado el otoño con su carga de nubes grises quebrando sin reparos el azul del cielo castellano. Ya se han afincado las castañeras en los portales de Antón y,  acurrucadas en torno al brasero protector, muestran silenciosas su mercancía entre chisporroteos y tufillos. Los vientos del norte, empeñados en su condición de quitameriendas, imponen su ritmo y empujan acuciosos a las hojas de los árboles que inician presurosas y desorientadas su vuelo sin retorno. Los niños estrenan sus botas de agua en busca de charcos y las abuelas se mueven diligentes en torno a los castaños para recoger el fruto liberador de polillas y parásitos. Gabardinas, bufandas y gorras anuncian ya su penetrante olor a naftalina y, en los mercadillos, las escasas endrinas de una cosecha cicatera se venden a precio de pacharán etiquetado. Es sin duda el otoño burgalés con todo su esplendor.

Esta mañana he aparcado mi bicicleta y atraído por la imagen de las moras cuyos setos bordean las márgenes del Arlanzón he pensado en alcanzar algunas.  El río, sin duda más generoso de caudal que lo solía en otros tiempos, tiene a su vera un tupido bosque que, por su margen izquierda, se extiende exuberante entre la plaza de toros y el puente de Capiscol. Acompañándole aguas arriba y abajo pedaleo a diario y, al paso, cada mañana se ofrecen tentadoras a mis ojos las más hermosas zarzamoras del otoño en la Quinta. Así que, uno, que conserva la intrepidez mental de los tiempos en que las recogía a puñados cuando mozalbete en la villa, ha decidido que era el momento de arriesgar y conseguir las más hermosas que, por inalcanzables, se insinuaban aún más seductoras. He traspasado los límites del malecón por el atajo, invadido los dominios de ratas, ratones, lagartijas y musarañas que de todo eso y algo menos natural hay en el boscaje y serpeado por el intríngulis de la esquiva maraña para, después de descubrir mis mermadas facultades para alcanzarlas, abandonar el intento y desistir. Al fin y al cabo, he recordado la fábula de la zorra y las uvas y, superado el desencanto, regresado  a casa con la imagen de las tentadoras frutas atrapadas entre las aviesas zarzas y algunos elocuentes arañazos en brazos y piernas, evidencia lamentable de mi agilidad perdida. 

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