Powered By Blogger

miércoles, 29 de octubre de 2014

THE TROOPER OVERTURE

El Trooper Overture por 2 violoncelos que combinan la Obertura de Guillermo Tell de Gioachino Rossini con The Trooper de Iron Maiden. Luka Sulic y Stjepan Hauser ofrecen una interpretación y resultado de estrellas de rock. ¡¡Genial!!

Pinchar en este en lace:
The Trooper Overture

sábado, 11 de octubre de 2014

¿CORTESÍA = MACHISMO?

Estoy exultante. Y lo que es mejor, liberado de un trauma de esos que dice la gente que se producen en los chicos por culpa de los deberes escolares o cosas parecidas. Y no es para menos. Aún estaba yo en pleno uso de mis tareas docentes, aunque a punto de la jubilación y el dique seco, cuando siguiendo mi habitual cortesía ante las puertas, abrí una de ellas a la salida de clase, en el momento de coincidir con la más joven de mis compañeras, a la que cedí mi espacio en la puerta. De inmediato, mirándome entre airada y ofendida, me espetó; «eso es un gesto machista»… 

Aún me queda el resuello de aquel lance con el que se inició la colección de traumas que vengo acumulando entre confuso y perplejo en estos temas de la cortesía aparcada. Confuso porque, hace de esto tantos años como sesenta largos, que aprendí las normas de urbanidad, en  aquel librito cuyo contenido practicábamos a diario, so pena de exclusión social. Arrinconadas estas prácticas por ¿retrógradas? y sustituidas por otras prioridades más «éticas» y menos dignas,  a quienes apenas nos quedan canas por peinar, nos dejan perplejos y desconsolados.

Dicho esto, mi satisfacción de hoy tiene que ver con una especia de recuperación mental que me han deparado, también a la puerta de un edificio, un trío de muchachas quinceañeras a las que también he cedido el paso esperando lo peor. Y esta es la maravilla; ellas pretendían darme la prioridad y yo, cargado de convicción íntima, pese a mis tribulaciones traumáticas, he recurrido a mi urbanidad soterrada y con la mejor de mis sonrisas he sentenciado: «por favor, primero las damas porque yo soy muy antiguo y así lo aprendí hace muchos años». De inmediato, he estado a punto de protegerme recordando que el primer sornabirón coloquial de la compañera volviera a repetirse de nuevo, y en esta ocasión, corregido y triplicado. 

Pues no. Con la más deliciosa de las simpatías han aceptado mi cortesía, coreado su agradecimiento a mi gesto y, su desenfadado aire juvenil, brillado con la mejor de las sonrisas.

No es que quiera generalizar conductas, porque afortunadamente, en esta ocasión como en tantas otras gana la mayoría por goleada. Especialmente entre la gente que aprendió hace muchos años a convivir con otros principios.


jueves, 9 de octubre de 2014

LAS MORAS ESQUIVAS


 

Al fin ha llegado el otoño con su carga de nubes grises quebrando sin reparos el azul del cielo castellano. Ya se han afincado las castañeras en los portales de Antón y,  acurrucadas en torno al brasero protector, muestran silenciosas su mercancía entre chisporroteos y tufillos. Los vientos del norte, empeñados en su condición de quitameriendas, imponen su ritmo y empujan acuciosos a las hojas de los árboles que inician presurosas y desorientadas su vuelo sin retorno. Los niños estrenan sus botas de agua en busca de charcos y las abuelas se mueven diligentes en torno a los castaños para recoger el fruto liberador de polillas y parásitos. Gabardinas, bufandas y gorras anuncian ya su penetrante olor a naftalina y, en los mercadillos, las escasas endrinas de una cosecha cicatera se venden a precio de pacharán etiquetado. Es sin duda el otoño burgalés con todo su esplendor.

Esta mañana he aparcado mi bicicleta y atraído por la imagen de las moras cuyos setos bordean las márgenes del Arlanzón he pensado en alcanzar algunas.  El río, sin duda más generoso de caudal que lo solía en otros tiempos, tiene a su vera un tupido bosque que, por su margen izquierda, se extiende exuberante entre la plaza de toros y el puente de Capiscol. Acompañándole aguas arriba y abajo pedaleo a diario y, al paso, cada mañana se ofrecen tentadoras a mis ojos las más hermosas zarzamoras del otoño en la Quinta. Así que, uno, que conserva la intrepidez mental de los tiempos en que las recogía a puñados cuando mozalbete en la villa, ha decidido que era el momento de arriesgar y conseguir las más hermosas que, por inalcanzables, se insinuaban aún más seductoras. He traspasado los límites del malecón por el atajo, invadido los dominios de ratas, ratones, lagartijas y musarañas que de todo eso y algo menos natural hay en el boscaje y serpeado por el intríngulis de la esquiva maraña para, después de descubrir mis mermadas facultades para alcanzarlas, abandonar el intento y desistir. Al fin y al cabo, he recordado la fábula de la zorra y las uvas y, superado el desencanto, regresado  a casa con la imagen de las tentadoras frutas atrapadas entre las aviesas zarzas y algunos elocuentes arañazos en brazos y piernas, evidencia lamentable de mi agilidad perdida.