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domingo, 3 de agosto de 2014

EL CHUPA CHUPS

EL CHUPA CHUPS

Con la llegada de las vacaciones, especialmente las del verano, la presencia de los nietos en casa de los abuelos es como una luz que ilumina los rostros y proporciona alegría. Donde todo era quietud y serenidad, ellos lo convierten en bullicio, risas y, por qué no decirlo, algún que otro alboroto.

Siendo todo esto un auténtico regalo para despertar del letargo el mano a mano de los abuelos, también tiene algunas servidumbres que, de puro simples y elementales, sirven para descubrirnos la merma en la agilidad y reflejos que los años nos han ido robando. Y para muestra un botón.

Cada vez que una piruleta, un chupa-chups, una bolsa de patatas fritas, cheetos, sobrecitos de cromos, muñequitos embutidos en plástico o cosa semejante ―con la advertencia de «abre fácil»― que cae en sus manos, un servidor se echa a temblar. Estoy dispuesto a admitir mi torpeza y hasta a recibir vituperios, pero reto a los que me lean esto, a que hagan la prueba con un chupa-chups como con el que mis dos nietos y yo nos hemos peleado. Sin duda hay un truco, una muesca, un comienzo que facilite el desenvolverlo, pero conste que, en esta ocasión, se puso tan terco que ni ellos ni yo conseguimos doblegar su testarudez. Incluso nos sentamos al amparo de la sombra de una generosa acacia que nos miraba con evidente conmiseración y en algún momento hasta con socarronería.

Al final, y después de marear la bola, fue la más pequeña la que dio con el secreto y con un leve gesto, «déjame a mí, abuelo» y una uña precisa dio con el final del envoltorio y la testaruda bolita  desveló su contenido.

1 comentario:

  1. Cuando éramos niños también resolvíamos el problema de comernos una granada y¡mira que tiene su aquel comerla con cierta dignidad!

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