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viernes, 8 de agosto de 2014

DAFNIS Y CLOE, VEINTE SIGLOS MÁS TARDE



Un grupo de jubilados caminan pasmados por la «Senda del Colesterol» después de haber presenciado involuntariamente uno de esos espectáculos entre amorosos y sicalípticos de los que, según parece, empiezan a proliferar más de lo que sería razonable por estos pagos celtíberos. El asombro de nuestros amigos no lo es tanto por el hecho contemplado cuanto por las circunstancias que lo acaban de rodear. Sin duda, es consecuente con el espectacular avance de la moderna pedagogía de la procreación y los desatinos mentales que la manipulan. Porque, todo hay que decirlo, para quienes crecimos entre soplamocos, varapalos y cotos cerrados ―al menos eso es lo que afirman los libertadores de la estrechez, la hipocresía burguesa y otras zarandajas morales en las que se afirma fuimos educados los adolescentes de otros tiempos algunos avances de la «tolerancia» más que pasmados nos dejan desconcertados.

El hecho es que nuestros amigos daban su diario paseo río Arlanzón arriba, siguiendo saludable estrategia médica para combatir colesteroles, cuando una pareja quinceañera, ella y él envueltos en carantoñas, besuqueos, arrumacos y tambaleos, a duras penas lograban avanzar paralelos a su caminar. Trenzados por brazos y piernas y con el pulso cabalgando al límite del éxtasis erótico, arriban a un chopo próximo a la senda y, sin más preámbulos que los necesarios, prolegómenos que no es preciso enumerar por obvios—, culminaron sus ardores adolescentes entre ímpetus, jadeos y éxtasis apoteósico. Y para que la anécdota supere todos los límites de lo razonable, completaron esta su hazaña sin recato alguno e ignorando la presencia de los caminantes que, como el grupo, contemplaron atónitos la escena.

Ni gestos airados ni reprobación alguna de los paseantes estorba tan «idílico» proceso y el dúo interpreta su partitura como quien recoge hongos en otoño. Nuestros amigos, anclados aún en los principios de su educación denostada, llenos de estupefacción y algunos sonrojos, dan en recordar otros tiempos y otras aventuras paralelas. «No es esto», pensaron. «Cierto que más de un celtíbero o  celtíbera ha sido fruto arriesgado de escarceos semejantes, al amparo del ocaso en una romería abundosa de pitanza, rioja y gaita. Así que hasta aquí nada novedoso en estos Dafnis y Cloe de la modernidad, salvando a aquellos de las enormes distancias en cuanto a dignidad y mesura— que ahora, rendidos sobre el césped, unen a la impudicia de su audacia la derrota de sus cuerpos semidesnudos.
 Ontillera
01/08/2004

Como se verá por la fecha, el precedente evento fue contemplado hace hoy exactamente diez años. Durante este espacio de tiempo, ha permanecido guardado en la memoria como un hecho puntual sin otras dimensiones que las propias de la ¿irreflexión y el aturdimiento? ¿O acaso el desafío a los principios morales denostados? Sin embargo la coincidencia de una encuesta de despropósitos para relatar primeras experiencias al caso, me ha obligado a recordar.

Efectivamente; mi afición a la radio, en particular al espacio de Onda Cero, «Herrera en la Onda», me ha permitido averiguar que las conductas se han superado notablemente. En una de las secciones de las que se compone el programa, participan los oyentes para aportar sus experiencias en torno a un tema propuesto. En esta ocasión el argumento pretendía mostrar particularidades íntimas y anecdóticas de la «primera vez» (ya se me entiende). Las intervenciones de los comunicantes, variopintas, chuscas o jocosas, discurrieron provocando las carcajadas más estridentes de los periodistas del programa. Especialmente, cuando uno de los llamantes vigilante de una piscina pública contó algunas de sus experiencias y una especialmente desconcertante.  

Abarrotada aquella de bañistas de todas las edades, el cuidador mostró cierta perplejidad al comprobar que una gigantesca toalla, extendida entre la afluencia, cubría un bulto considerable que se movía con un ritmo harto sospechoso. Imaginando los motivos del traqueteo, levantó la toalla por una esquina ―tan discretamente como pudo― y descubrió la causa del maremoto erótico. Los protagonistas, a punto de culminar su éxtasis, lejos de pedir disculpas o mostrar alguna forma de rubor, le pidieron un último minuto de prórroga porque el lance estaba a punto de concluir.

Así lo contó el oyente y así lo cuento yo para quien quiera juzgarlo.

Tal parece que los nuevos tiempos en las relaciones de pareja no impongan límites ni a la indiscreción ni a la audacia. Un concepto nuevo de los valores del sexo no tiene por qué convertirse en un descenso vertiginoso e incontrolado hacia la indignidad y el impudor. Cierto, nada de hipocresías trasnochadas ni tapujos alienantes que desdibujen lo más hermoso de la vida y sus orígenes pero tampoco ninguna concesión a las veleidades de simios en celo con todo el respeto que nos merece esta especie a la que parece estamos emparentados. Si hemos de seguir siendo seres humanos, inteligentes, conscientes y coherentes debemos, cuando menos, alarmarnos y cuestionarnos si ese es el camino adecuado para liberar supuestos tabúes y declarar sin ambages que semejantes comportamientos no solo no se corresponden con nuestra dignidad sino que degradan la especie.
Ontillera
01/08/2014

1 comentario:

  1. Habrás observado que sólo vale el "se puede o no se puede hacer, decir, etc"; nadie tiene en cuanta el "se debe".

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