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miércoles, 5 de marzo de 2014

VILLADIEGO Y EL VALOR DE LA PATRIA CHICA


EL VALOR DEL TERRUÑO 

Hace mucho tiempo que no hablo del carril bici y no es por falta de ganas. Lo que sucede es que apenas descubro novedades dignas de contar. Especialmente las que se refieren a la presencia de canes porque tal parece que se haya producido una deserción general de estas mascotas. Sin embargo, el carril, fiel a su presencia alentadora, también aporta alguna ocasión para el juicio e incluso desencanto de algunos encuentros. 

Ayer por ejemplo me tropecé con un amigo que me sorprendió con una de esas salidas de pata de banco que jamás hubiera puesto yo en su boca. Estaba él entretenido con un par de colegas de ambos, a los que me presentó de la manera menos celebrada de las muchas que se me ocurren ahora. Mi condición de bisoño en el arte de contar relatos, y lo más audaz, convertirlos en libro impreso, le sirvió para decir que, Villadiego, el lugar donde yo nací, —según él una especie de núcleo urbano a lo San Perejil de Abajo y aldea olvidada en la meseta― mostraba una amplia y variopinta colección de aficionados a la retórica con pretensiones literarias. 

El caso es que mis cuatro paisanos y yo habíamos aparecido en imagen a todo color en la prensa burgalesa con motivo de las fiestas patronales de la villa. En lo que a mí respecta, acepto su comentario —aunque ignoro si ha tenido la oportunidad de hacer un juicio crítico sobre el contenido de mis memorias— porque uno ya conoce sus limitaciones y la nobleza obliga. Sin embargo, tanto los emotivos versos de mi amigo Eduardo dedicados a la villa; las muchas horas de investigación histórica realizadas por mi compañero Heliodoro; el estudio sobre los orígenes del dicho «Tomar las de Villadiego» de Antonio y la paciencia benedictina de Nicolás, apostado con su cámara tras rocas y parapetos para recoger la vida más espectacular y variopinta de una espléndida colección de aves de la comarca, merecen el mayor de los respetos y la aprobación de quien sabe muy bien lo que hay detrás de cada uno de sus esfuerzos. 


Y por supuesto, el señorío de la villa, ilustre por muchas razones, configura una población próxima a los dos mil habitantes y su dignidad excede con mucho de los juicios que otros puedan hacer, dudosamente, sobre sus capacidades culturales. El año 1951 tuve el orgullo de formar parte de un numeroso grupo de alumnos de ambos sexos que pudimos iniciar estudios de bachillerato gracias a una iniciativa del Excmo. Ayuntamiento de la villa. El resultado fue dar vida al “Liceo Padre Flórez” y, con él, futuro prometedor a todos los que como yo nos entregamos a la tarea de formarnos con el sueño de un futuro prometedor. Vaya para los gestores de aquella iniciativa el más sincero agradecimiento. 

No se me ha ocurrido nunca averiguar cuantas viviendas completan la villa, pero me atrevo a asegurar que no superarán el número de carreras universitarias y titulados superiores que son el orgullo de quienes nacimos en sus lares. En cuanto a capacidades de iniciativa cultural, voy a apuntar una sola. Se trata de una fiesta profana que se celebra anualmente en el ámbito de la Semana Santa local en la que participan alrededor de 250 actores. Desde el guión y el desarrollo del proceso hasta el desenlace final, la representación es un derroche de uniformidad, colorido, perfección y entrega que tal parece un film salido de la pantalla para cobrar vida en las calles y plazas del recinto ciudadano. El espectacular colofón que pone brillante broche al evento, discurre entre la perplejidad y el entusiasmo llenando de estruendos, luz, color y algarabía cada palmo de las principales calles de la villa. 

Y si mi amigo desea más completa información sobre el discurrir cultural de mis paisanos, le remitiré a la página Web del ayuntamiento http://www.villadiego.es/ en donde podrá organizar sus visitas para comprobar mis asertos —una sola jornada es insuficiente para abarcar todas las posibilidades que se ofrecen— y disfrutar de los numerosos eventos que tienen lugar a lo largo del año además de saborear la exquisita morcilla y las no menos sabrosas jijas al tiempo de comprobar que, como buenos castellanos, la hospitalidad es el sello que distingue a mis paisanos. 
Ontillera
E.G.S.  















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